Andar La Habana
Eusebio Leal salvó a La Habana colonial del caliche y el derribo
La pasada semana, en el vapor de las noticias de la isla bonita, nos llegó que el hombre que supo y pudo salvar La Habana colonial del derrumbe y el escombro, dio por finalizada su temporada en la tierra. El amante que la conoció en ... los pliegues del alma de los boleros y la mimó desde la Oficina del Historiador de la ciudad, dejó de existir, sembrando de inquietud su posible sucesión. Los hombres corrientes y molientes se sustituyen. Menos fácil es buscarle heredero a un liderazgo. Eusebio Leal Spengler, mucho más que el historiador y el restaurador de la capital de Cuba, fue el hombre que le enseñó a los cubanos, vía televisión, a valorar el tesoro arquitectónico y patrimonial que se le caía a cachos a la Revolución castrista. Tuvo un programa en la televisión que se llamaba precisamente «Andar La Habana», donde Eusebio Leal, como cicerone de la capital de la perla caribeña, te contaba la historia, la leyenda y el esplendor de una capital que, en determinadas zonas, era el mismísimo Beirut bombardeado. Aquellas casas del casco histórico, con sus balconadas de herrajes barrocos, sus escaleras del mármol impoluto, sus paredes festoneadas de pinturas murales, con salones por donde la luz del Caribe cabalgaba iluminando las columnas clásicas que sostenían tanto esplendor, gracias a su trabajo no fueron devoradas ni por el olvido ni por la incuria. Con Leal el cubano anduvo tanto La Habana que terminó conociéndola y amándola. Y, por supuesto, firmando ironía cuando la guagua lo dejaba tirado, llegaba tarde a la cita y respondía a la obligada pregunta de dónde vienes diciéndote: de andar La Habana…
A Eusebio Leal lo conocí en la casa de nuestro embajador en el exclusivo reparto residencial de Siboney, donde se le presuponía al Fifo alguna de sus enmascaradas viviendas. Fue durante un viaje organizado por el Ayuntamiento de Rojas Marcos a los empresarios sevillanos que, tras la Expo local, entendieron podía abrirse un mercado en la isla. Viajaron, preferentemente, emprendedores vinculados a la construcción, sector que en la isla estaba tan atrasado como mal suministrado. En aquella recepción, cercano a un doce de octubre, Eusebio Leal dio la bienvenida a los presentes, ponderó la consanguinidad hispanocuabana y dejó en el aire de aquel jardín que olía a jazmín criollo, un ejemplo claro de su capacidad para allanar caminos que condujeran a darle impulso a la inmovilidad del régimen. Siempre se dijo que Leal no era comunista. Pero sí fidelista a prueba de bomba. En aquel encuentro lo acompañaba el hermano vaquero de Fidel, al que le pregunté por Ubre Blanca, la vaca sagrada de la ganadería experimental de Castro. También se me anexó un comisario político que me recriminó que mis escritos en Diario 16 fueran tan poco cariñoso con el trabajo que hacían. En fin…
Pero quizás la vez que Eusebio Leal estuvo más cerca de Andalucía fue cuando el Partido Andalucista se interesó por la situación, olvidada y apuntalada por los voluntarismos, de la Casa de Andalucía en La Habana, en la calle Prado. Los andalucistas llegaron a un acuerdo institucional con Eusebio Leal, pactando un nuevo emplazamiento más arriba de la misma calle, muy cerca ya del parque Central, para restaurar el edificio y señalarlo como el nuevo Centro Andaluz. Ese interés y esfuerzo es imputable a Juan Ortega y Miguel Camacho. Como regalo institucional le llevaron a sus interlocutores una brújula y un reloj de barco. Toda una declaración de intenciones tras la condena a muerte de los cubanos que secuestraron el barco de Regla para huir a EE.UU. Solo dos personas del régimen entendieron el mensaje. Uno de ellos fue el Gallego Fernández, que les dijo que la brújula siempre señala el norte y el norte para Cuba era el enemigo, los EE.UU. El otro fue Eusebio Leal. En la casa de Andalucía, en su fachada, figuran hoy los nombres de Manuel Chaves y Gaspar Zarrías. No sé si la brújula y el reloj de barco tuvieron algo que ver en la caída del cartel de los dos andalucistas….
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