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Pásalo

Los exvotos de Pepe Yáñez

Los ojos de sus cuadros nos hacen prisioneros de sus leyes

Félix Machuca

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Vete tú a saber qué resorte mueve a Pepe Yáñez cuando coge el pincel, lo empapa en el arco iris de su paleta y deja sobre un lienzo el arañón de un dolor, la plenitud de un desplante, la donosura de un pase de baile ... o la alegría de la estela de un ritmo ancestral. Yo no lo sé. Ni lo entiendo por muchas veces que me lo explique. Porque los pintores saben lo que pintan. Pero los que los admiramos queremos saber lo que sienten para pintar lo que nos emociona. Y a ese arcano no hay manera de acceder ni entenderlo. Lo mejor es convencerte de que la pintura no hace prisioneros. Y te mata cuando te mira y tú no sabes por qué te vences a su mirar. A Pepe Yáñez lo he visto pintar cuadernos de apuntes prodigiosos de etnias remotas americanas, como si hubiera ido en la expedición ilustrada de Malaspina. Y también le he disfrutado haciendo medicina con el pincel para rebajar el dolor elegiaco de aquel Duino de Ranier María Rilke, en un libro exquisito de Pedro Tabernero. Ahora, como un corazón de Jesús de los que veíamos en los almanaques antiguos, se abre el suyo para que no perdamos el compás de su mirar, ensimismándonos con los revuelos de colores del mundo del flamenco. Es la ofrenda de su pintura, sus exvotos…

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