PÁSALO
Y Melilla pa cuándo
Vivir en la frontera tiene sus inconvenientes, pero en las de Ceuta y Melilla los tienen todos

VIVIR en la frontera siempre tuvo sus inconvenientes. Pero vivir en una frontera permanentemente acosada y vulnerable tiene todos los inconvenientes imaginables. No es fácil vivir en Melilla o en Ceuta. No es fácil para el ciudadano melillense o ceutí, pertenezca a la raza y ... religión que pertenezca, llevar una vida normal, más allá de los sobresaltos diarios que te da el hecho de vivir. En la frontera sur de Europa se vive con la angustia a flor de piel. Una sensación incómoda y desagradable a la que intentas acostumbrarte y que, el hábito, te lleva a creer por momentos que no existe. Pero que está ahí. Vive en tu corazón y en tu cerebro. Algunas veces se presenta bajo la forma del miedo. Otras bajo la apariencia de una insoportable levedad. A veces, también, con la idea firme de que hay que hacer las maletas, cruzar el Estrecho y buscar trabajo en algún lugar de la Península. Porque esa vida en la frontera no es vida. O, al menos, es una vida que es aconsejable dejarla atrás. Por el bien de tus hijos dejarás la casa, las vistas del Estrecho y el olor salino del levante que marcó tu identidad más emocional.
Este miércoles, con los ojos del mundo fijos en la invasión rusa de Ucrania, Melilla no creía lo que estaba pasando en el vallado de su frontera. Dos mil quinientos subsaharianos se enfrentaban a la Guardia Civil y a la Policía Nacional para resucitar esos demonios personales. La angustia, el miedo, la vulnerabilidad y, nuevamente sobre la mesa del salón de la casa, colocar el problema de siempre: esto no tienen solución y hay que pensar en irse. Alguien debe frotarse las manos, a ambos lados del mar, cuando ve que Melilla o Ceuta achican la confianza en su presente y alargan su pesimismo futuro. Unos porque tendrán a mano unos territorios que forman parte de su imperialista teoría del espacio vital. Otros porque se habrán quitado de encima dos engorros para los que no tienen ni valor, ni sapiencia para resolverlos. Muchos melillenses o ceutíes viven en mitad de esa, cada vez más evidente, realidad. A la que se le ponen sordina y concertinas. Pero que viven como el avance de una derrota anunciada, de un fin de época presentido. Porque esa frontera sur ni es frontera ni es nada. Es una invitación solapada a que pase el más fuerte, el mejor preparado y el que con más ardor guerrero se enfrente a los guardianes.
Pasar una frontera exige, en los países serios, papeles y pasaporte. Todo lo que no conlleve ese requisito es, como mínimo, irregular. Los dos mil quinientos subsaharianos que el miércoles se enfrentaron con la Guardia Civil y la Policía Nacional para encender la angustia, el miedo y la sensación de vulnerabilidad de los melillenses, son como mínimo irregulares. Sin entrar en más profundidades para no herir las pieles suaves y finas de determinadas opiniones que, por errónea humanidad o por intereses creados, piensan exclusivamente en los asaltantes y no en los melillenses. Yo voy a estar siempre de parte de los que son presas de la angustia, el miedo y la vulnerabilidad. De los que no pueden llevar una vida común y corriente. Y de los que presienten que están siendo abandonados por los que deberían de protegerlos. Vivir en la frontera tiene sus inconvenientes. Pero vivir en las de Ceuta y Melilla los tienen todos.
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