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Fronteras solidarias

El buenismo ha llegado a confundir la geografía con la religión

Inmigrantes saltan la valla de Ceuta EFE/Reduan
Felix Machuca

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Tengo un amigo la mar de normal y corriente, para nada extremista, mucho menos zurdeta podemita, pero que cada vez que una patera llega a tierra andaluza la saluda en nombre de la caridad. Sean bienvenidos, dice. Y lo dice, os lo aseguro, de corazón. Absolutamente convencido de que es su deber cristiano acoger a gente que, según sus cálculos, demasiados creativos en mi opinión, no tienen otra forma de sobrevivir. Lo ha vuelto a hacer con las pateras que han desembarcado a pie de playa, sombrilla y chiringuito en Conil. Y me ha insistido en decir que si a él le hubiera pillado uno de esos ilegales desembarcos también habría formado parte de los comandos solidarios y espontáneos que asisten a los recién llegados con agua, monedas y bendiciones. En una visita reciente a Tánger, en el puerto donde el ferry te lleva hasta Tarifa, me confirmaron que lo que en ese momento estaba viendo era una escena diaria y habitual. ¿Que qué es lo que veía? La demora de la partida del barco por el control exhaustivo que la policía marroquí realiza sobre los grandes camiones de transportes. Les aseguro como que en treinta minutos, como si fuera el bloque televisivo de un reality, pude contar desde la zona de espera de embarque, la neutralización de varios chicos magrebíes escondidos en unos compartimentos situados al lado de una de las ruedas traseras del camión, así como a otros tantos escondidos en el remolque del mismo. Esos no pasaron ese día. Es posible que lo hicieran días después y hoy formen parte de esa avalancha de menores inmigrantes que colapsa a la Junta.

Desde que empezó el verano han pisado de forma ilegal y desordenada nuestras tierras 26.607 individuos, algunos de forma tan violenta y penal, como los que se saltaron a fuego y navajas la verja de Ceuta. El montaje teatral de la compañía de Sánchez y su cuadro de actores del Aquarius solidario, es responsable directo y sin excusas de un efecto llamada que, bate records migratorios al margen de los cauces legales y ventanillas obligatorias. Alguien dijo por entonces, cuando había casi más fotógrafos y políticos que la negritud flotante a la deriva en el barco citado, que las fronteras debían de ser solidarias. O sea, abiertas. Concepto que no casa para nada con el de límite. Y que solo puede ser entendible desde el corte circuito mental que produce muchas veces un exceso de interpretación teatral, sobre todo en los papeles de buenos…

Las cifras de filtración ilegal de nuestras fronteras en el norte de África han alcanzado hitos históricos. Máxime cuando los italianos, tan diletantes como solidarios y tan ferrosos cuando se ponen realistas, han cerrado sus fronteras sin complejo alguno, siguiéndole alguna que otra isla mediterránea que también ha sido utilizada por los organizadores del tráfico ilegal como parada y fonda. Hasta que el comandante de turno mandó parar. Y con razón. Le duela, mucho o poco, seguro que mucho, a mi amigo que bendice las llegadas masivas ilegales. Un país como en el nuestro, donde un político de primera línea, sale a la palestra para explicar que los movimientos migratorios deben ser legales y ordenados, a mí me deja perplejo. Porque está explicando lo obvio. Está intentando convencernos de que el agua es líquida y la piedra un mineral sólido. Cuando hay que descender a esos niveles de comunicación para que un país, o parte de un país, entienda que ser bueno no significa necesariamente ser idiota, desordenado y cómplice desaviado de los que manejan semejante negocio de carne humana, te explicas muchas cosas. Una de ellas que las pateras en Conil lleguen hasta tu misma sombrilla. La otra que mis amigos más estimados confundan la geografía con la religión. Y una tercera muy importante que los que defienden nuestras fronteras de esas avalanchas desordenadas se sienten solos ante un peligro cierto.

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