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PUNTADAS SIN HILO

El gurú

La política moderna cambia la rígida ortodoxia por la fluctuante creatividad de los gurús. Lo importante ya no son los ideales, sino las ocurrencias

Manuel Contreras

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LA política ha dejado de ser la ciencia que trata del gobierno de las sociedades para convertirse en la hechicería de los gurús. Hasta hace poco los partidos se definían por un programa electoral en el que se reflejaba un posicionamiento ideológico y que venía a ser una suerte de contrato con los votantes. La política moderna se ha olvidado de la rígida ortodoxia para entregarse a la fluctuante creatividad de los gurús; lo importante ya no son los ideales, sino las ocurrencias.

Un partido sin gurú es como un jardín sin flores. La llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa se achaca a Iván Redondo, el especialista que según cuentan también hizo a Monago presidente de Extremadura y fue supuestamente despreciado en los despachos de la calle Génova. Al buen gurú le adornan siempre varias leyendas: logros sorprendentes desde la sombra, profecías cumplidas, sorprendentes peripecias profesionales y una formación singular, casi siempre fuera de España. El gurú de cabecera de Aznar y Rajoy fue Pedro Arriola, al que Casado ha puesto ahora de patitas en la calle. Arriola combinó recetas exitosas con sonoros fracasos que nunca le pasaron factura. Una de las características del buen gurú es que nunca tienen la culpa de los fracasos; siempre arguyen una explicación eximente para un mal resultado y en última instancia sostienen con gesto impasible que el problema es que se ha equivocado la gente, no ellos. Podemos fichó al economista francés más de moda entre la izquierda, Thomas Piketty, para que sacara algunos conejos de la chistera neocomunista. Piketty no tiene ni idea de la realidad española, pero ese handicap es subsanable, porque al gurú no se le exige que sus propuestas sean necesarias, sino simplemente atractivas. Vox vincula su despegue con la llegada de un veterano gurú, Rafael Bardají, exasesor de Aznar, y un desconocido informático millenial que habría dado con la piedra filosofal del éxito en redes sociales. Un toque de misterio aporta lo suyo en la irresistible atracción de estos brujos de la nueva política.

El auge de los gurús es transversal, no entiende de ideologías. No es ajeno a la propia evolución de la sociedad, cuya opinión se forja ahora a golpe de tuit y es voluble como una pluma movida por el viento de la eventualidad. Antes se le llamaba hacer política a los pactos de La Moncloa, que permitieron una transición que asombró al mundo; hoy a convertir los candidatos en marcas -ZP-, acuñar frases-slogan o grabar vídeos virales. Las estrategias de los candidatos a la Presidencia no difieren básicamente de las de un cantante de rap o un concursante de Gran Hermano: resultar atractivo y sumar likes. Esta opinión pública tan permeable es terreno abonado para los gurús. Hasta Juanma Moreno ha fichado al suyo, un tal Aleix Sanmartín: si logra que el PP gobierne en Andalucía comenzaré a creer que estos nuevos hechiceros tienen realmente poderes mágicos.

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