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LA ALBERCA

La izquierda del niño de elche

Los antisistema han llevado la violencia al arte porque donde no hay talento suele haber pistolas

Alberto García Reyes

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A Paco de Lucía, uno de los genios más grandes que ha dado España, le dieron una paliza por decir que, en la guitarra, «la izquierda piensa y la derecha ejecuta». Aquel jipi de Algeciras que se casó con la hija del General Varela le confesó años después a su hija Casilda que cuando ganó su primer millón de pesetas dejó de decir que era de izquierdas porque le daba vergüenza. Pero realmente lo era. Aquella generación de flamencos tuvo mucha conciencia social. El Lebrijano, José Menese o Enrique Morente promovieron una ética del arte que engrandecía los ideales progresistas. «Dame la libertad del agua de los mares», le escribió Caballero Bonald a Juan Peña. A Morente incluso lo multaron con cien mil pesetas por cantar, la noche en que habían asesinado a Carrero Blanco, un fandango antiquísimo, habitual en su repertorio, que decía: «Yo no me quito el sombrero / pa ese coche funeral, / que la persona que va dentro / me ha hecho a mí de pasar / los más terribles tormentos». Y Manuel Gerena dio un recital con un megáfono en la explanada del Teatro Lope de Vega de Sevilla porque le prohibieron subirse al escenario. Ahora, sin embargo, tratan de colarnos como transgresor al Niño de Elche, que en ese mismo teatro ha humillado al flamenco utilizándolo para insultar a los católicos, a los de derechas y a cualquiera que no piense como él. La cultura antisistema nos ha puesto su anzuelo: a falta de talento, usemos las pistolas.

El de Elche es un ejemplo más de la decadencia de cierta izquierda. Los que prohíben hoy a Foxá o Vivanco, escritores de indudable categoría a los que denostan por sus ideas sin haberlos leído, nos quieren imponer birrias musicales como Valtonyc, Hasel o este ilicitano que berrea. Porque la trampa es violentar el debate en el terreno ideológico. El Niño de Elche ha formado un escándalo en la Bienal de Flamenco diciendo que le encanta «cantar saetas y comer coños», que odia a Antonio Burgos o que «Dios también tenía coño», entre otros rebuznos, para que no se hable de su timo artístico. Este patán soez que va de cantaor heterodoxo y de anticapitalista le ha cobrado un pastón a la Administración por su detrito vocal. No es capaz de afinar una sola melodía. Molesta mucho más a los oídos que al pensamiento. Porque es un polemista burdo, una cabra balando. No estoy hablando de gustos. Yo respeto incluso a los coprófilos siempre que no me obliguen a comer heces a mí. Hablo de la humillación cultural en nombre de la izquierda. Y lo hago porque la memoria me obliga. Hemos pasado de lo que Moreno Galván escribió para la voz colosal de Menese -«Señor que vas a caballo / y no das los buenos días, / si el caballo cojeara / otro gallo cantaría»- al «Que os follen» del Niño de Elche desafinando como un perro. Lo digo más claro: hemos pasado del Paco de Lucía revolucionario que se cagaba de miedo cada vez que tocaba en público a un mamarracho que defeca sobre la historia del flamenco, al que le digo una frase que el comunista Menese aplicaba a los fantoches: muchacho, si no te veo más, es pronto.

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