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MOLINETES Y TRINCHERAZOS

Ese temple que en Belmonte se escucha

El toreo es espíritu, y todo lo que en arte carezca de espíritu queda doblegado al ostracismo

Jesús Soto de Paula

Antes de que llegara el temple, la tauromaquia era un rito del visto y no visto, aquella lidia heroica del hombre sobre la fiereza del toro de aquella época. Pero fue gracias a la revolución espiritual de Juan Belmonte cuando podemos aseverar que la tauromaquia ... es un visto y no visto... que seguimos viendo. Se precisó de ese ritmo del corazón de Juan para que algunos intelectuales del 98 (Valle-Inclán sobre todo), y ya muchos de la Generación del 27, contemplasen aquello que antes no atisbaron, aquello que no se pararon a pensar para sentir. Templar es poner al toro al ritmo de tu corazón, o sea, es razón de pulso y sangre, y en toda sangre... espíritu. Ya en el pitón contrario, y en la jurisprudencia del toro, Belmonte nos dice su ritmo de maravillosa pereza, de enjundiosa dejadez y de ese patetismo barroco, ese decir para escuchar único. El toreo es espíritu, y todo lo que en arte carezca de espíritu queda doblegado al ostracismo y su consiguiente olvido. Porque templar es acordarse de lo olvidado, o lo que es lo mismo, aun distinto... olvidarse para recordar. Unamuno, sin estar en contra de las corridas, no terminaba de entender el porqué la sociedad española perdía tanto tiempo en hablar de ellas cuando habían otros aspectos más cruciales que atender políticamente. Creo que don Miguel no deparó en esto mismo, en el temple, en ese pararse a pensar el porqué se siente, porque sentir ya es pensar abandonadamente. 

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