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MEMORIA DE DICIEMBRE

Jornaditas

Aquel pueblo cantaba algo que entonces, hace casi medio siglo, era una oración avanzada, un canto de nuevos cristianos

Altar perteneciente al patrimonio del convento de Santa Rosalía ROCÍO RUZ
Antonio García Barbeito

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Tuviste que ir haciéndote a algunos nombres nuevos, a palabras que iban y venían por el aire y a las que tú no sabías aún darles sentido: lo que en la tribu era desmarojar, allí era talar; lo que en la tribu era regalo de boda, allí era «la davia» (dádiva), y lo que en la tribu eran las vísperas de las Pascuas, allí eran las Jornaditas. Sabías de gente que cantaba muy bien, que tocaba muy bien la guitarra, y de gente que escribía —muy bien— lo que después cantaban. Y qué bien sonaban aquellos escritos, aquellos versos sencillos, cercanos, eternos…

Cuando al subir la cuesta del Molino para ir a la plaza llegaste a la calle del Aire, un frío esquinero te cortó la cara, como si se hubiese deshojado, violentamente, un árbol de cuchillos invisibles. Te subiste el cuello del abrigo largo y te pegaste a la pared que acababa en la iglesia, tratando de evitar el cornalón helado de aquel viento que subía la calle, desmandado, dueño de la estrechez de la vía, como cinqueño que se adueña de una mangada. Más por necesidad que por devoción, buscaste refugio en la iglesia. En la entrada, como un zaguán de madera, antes de pasar al interior, ya notaste el alivio, y con el alivio, el son cansino de un canto que jamás habías oído, un canto que sonaba dentro, alto, y que tiró de ti hacia el interior con cintas de seda de colores… «Cueva del cielo en Belén, / cajita del Dios viviente…» El mismo pueblo que se había hecho Rosario por sevillanas cuando el otoño llegaba, y sevillanas únicas cuando mayo le abría al corazón de ese pueblo las puertas de los caminos que van al Rocío, cantaba ahora, también con voz propia, un canto que se dormía en el aire nocturno y frío de diciembre. Pero no era un canto de peces en el río, ni de la Virgen peinándose entre cortinas o tendiendo en el romero... No, aquel pueblo cantaba algo que entonces, hace casi medio siglo, era una oración avanzada, un canto de nuevos cristianos que pedían otras cosas, por otras gentes… «Acuérdate de los pobres, / de los que no tienen madre, / de aquel que busca y no encuentra, / del que ya no espera a nadie…» Dentro de ti, lejos del viento helado de la calle del Aire, sentiste otro frío… «…Acuérdate del hambriento, / de los que sufren miseria, / de las muchachas caídas, / a las que todos desprecian…» Aquel canto te golpeaba… «…Echa una mano al que tiembla, / al que está ilusionado / con algo que nunca llega…» Un veinteañero puso la letra, José Luis Montiel, y otro la música, Alfredo Santiago. Cantaba Gines. Como canta ahora, en tu memoria, cuando la noche de diciembre parece que viene de la calle del Aire…

antoniogbarbeito@gmail.com

Este artículo fue publicado el 4 de diciembre de 2014

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