Hazte premium Hazte premium

PÁSALO

Julia Domna

Lo que diga mi mujer no es una expresión actual. Septimio Severo la conocía

Felix Machuca

Esta funcionalidad es sólo para registrados

EN su primera trilogía, la del enfrentamiento por el control de Mediterráneo entre Cartago y Roma, nos cogió de la mano y nos paseó por delante de las batallas más cruentas, de las intrigas más perversas y de los sacrificios heroicos más épicos, para revelarnos que aquella eterna enemistad entre los púnicos y los itálicos dibujaron la primera gran guerra mundial europea. Eso fue al menos lo que a mí me pareció. No estaba en juego ni Berlín, ni Londres, ni Viena. Pero sí lo estaban la hegemonía del Mediterráneo, del norte de África y de las minas de plata de una Iberia rica pero desvertebrada. En esa trilogía, Santiago Posteguillo, el más potente escritor de novela histórica clásica, construyó un mosaico gigantesco de aquel tiempo que dio al mundo dos grandes generaltos: el de Escipión el Africano, fundador de la Itálica romana, y el de Aníbal, el guerrero tuerto con más vista de aquel mundo, el mismo que llegó hasta las puertas de Roma. Siempre vi algo de Patton y Rommel en sus biografías. Dos inteligencias militares que decidieron, con sus estrategias y apuestas en el campo de batalla, el futuro de los mundos propios y aliados que defendían.

Esa trilogía de Santiago Posteguillo fue la mejor presentación de un escritor que saltaba al escenario literario sin complejos, abordando temas que se daban por agotados, construyendo ficciones prolijamente documentadas y buscando, siempre, siempre, un equilibrio fiable entre la historia y la literatura. Más de un millón de lectores, dice su editorial, devoraron las páginas de aquella trilogía donde, como en una buena superproducción cinematográfica de Hollywood, peleaban honderos baleáricos, íberos mercenarios, jinetes númidas, galos incansables, partos codiciosos, latinos republicanos y púnicos con elefantes. Posteguillo supo coctelear todos esos atractivos de gancho para el público menos exigente sin que le faltara nunca a tan excitante combinado la guinda de una documentación abrumadora. Se curraba cada línea. Cada frase formaba parte de una marquetería donde encajaban perfectamente la fantasía y la realidad. Y si yo hubiera sido profesor de Historia Antigua, pese a los probables reproches y estirados ademanes que me ganara en el departamento, sus libros hubieran sido de obligada lectura para mis alumnos.

Desde la noche del lunes pasado, Posteguillo lleva en el bolsillo de su chaqueta un cheque de más de seiscientos mil euros, procedente del Planeta último, a descontar lo que le levante la Agencia tributaria. Ha ganado tan galáctico premio novelando la vida de la mujer de un emperador, Septimio Severo. Es tiempo de mujeres. Tanto para la ficción como para la realidad. Y el fino olfato de Posteguillo y sus asesores pusieron los ojos en Julia Domna. Escribir hoy de mujeres, sean rosas o claveles, es una garantía en el escaparate, un seguro de atención del mercado. Pero jamás diré de Posteguillo que es un oportunista. En todo caso lo acusaría de perspicaz y astuto, cualidades que ya llevaría en su partida de nacimiento y que, sin duda, ha sabido alimentar asomándose no solo a la vida de aquella emperatriz tan culta, refinada y bien plantada como fue Julia Domna. También lo digo porque algo se le habrá pegado viendo las biografías de las mujeres que rodearon a Ocativo, a Domiciano, a Trajano, a Hadriano o a Marco Aurelio. Julia destacó filosofando y estudiando ginecología. También fue una impagable consejera del emperador que, al igual que otras que le precedieron, ejercía una fuerte ascendencia sobre el príncipe. Fue Madre de los Augustos, de la Patria y del Senado. Y también Mater castrorum, por no faltar junto a su esposo en los campamentos militares que comandaba. La historia literaria de la alta aristocracia femenina en Roma está por escribir. Y por descubrir la capacidad de influencia que tuvieron sobre la política y el emperador. Lo que diga mi mujer no es una expresión actual. Septimio Severo la conocía. Como hoy conocemos lo difícil que es ser un hombre. Tanto que si te empeñas te pueden echar a los leones…

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación