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La mala leche

Niños y niñas de trece, catorce, quince o diecisiete años parecen entrenados para matar por cualquier cosa

Antonio García Barbeito

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Lo he dicho cien veces y mucho me temo que tendré que decirlo muchas más: que nadie me diga de la mala leche lo que, con razón, dicen del verano, que tanto calor como hace ahora ha hecho siempre. No, la mala leche ha subido en intensidad y ha bajado en la edad de quienes la tienen. Y se ha multiplicado, está derramada, y parece más tomada del ambiente que mamada. Hay una mala leche que no es normal; hay una maldad que cuesta trabajo entenderla; hay unas malas intenciones que sólo quieren destruir, machacar, matar. Y que no me digan que eso lo ha habido siempre, y lo que ahora pasa es que lo graban todo, que hay cámaras en todas partes y en todas las manos. Es verdad esto, pero no es menos cierto que la mala leche se ha desbordado como arroyo con temporal.

Hemos visto las imágenes del turista norteamericano que, al pretender defender a una mujer a la que -no sé por qué, porque no lo dicen- estaban agrediendo unos manteros en Barcelona, recibió de un grupo de estos una paliza a base de golpes con los cinturones, pero los canallas sabían muy bien cómo había que pegarle para hacerle daño: con la hebilla. Hay que tener muy mala leche para atacar así, y en grupo, a un hombre indefenso. Viendo las imágenes piensas en qué hubiese ocurrido si ese hombre lleva encima, por casualidad o por precaución, una pistola cargada; no sé si a estas alturas habrían matado al turista a hebillazos -uno de los golpes le cortó la femoral- o el turista hubiese dejado a varios manteros muertos, que nadie sabe cómo actuaría en un caso así. Mala leche. La actitud de los manteros fue de demostración de mala leche, de maldad desbordada, de canallada. Más abajo, aquí, en nuestra provincia, vemos la imagen de una menor a la que le han dado una paliza entre varias menores. Mala leche. Me da igual si antes hubo provocación o no de la víctima, pero irse en grupo a buscar a una anterior amiga para acabar con ella -según he leído que le decían- y pegarle hasta donde lo hicieron, eso se llama mala leche. Niños y niñas de trece, catorce, quince o diecisiete años parecen entrenados para matar por cualquier cosa. Y así, extranjeros manteros y jóvenes que presumen de fuerza y de artes marciales. Hay muy mala leche. Y para colmo de males, ese desborde de mala leche generalizado ha coincidido, qué casualidad, hombre, con la mano floja a la que obligan a la autoridad y las leyecitas que no se atreven a toserle a casi nadie. Se junta el hambre con las ganas de comer. Un día vendrá -al tiempo- en que pagaremos con mano muy dura tanta mano por el lomo. Pero entonces ya habrán sido muchas las víctimas de la mala leche.

antoniogbarbeito@gmail.com

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