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El mito de la reinserción

La reinserción del delincuente es uno de los mitos más reincidentes de nuestra progresía andante y tuiteante

Ángel Boza Raúl Doblado
Francisco Robles

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Del mito al logos. Del pensamiento mágico, a la racionalidad aristotélica. Esa fue la gran aportación de Grecia al mundo occidental. De aquello seguimos viviendo los que usamos la cabeza para algo más que para peinarnos de vez en cuando. El mito es necesario para comprender lo incomprensible: el amor, por ejemplo. Pero lo mítico no puede servir para trazar las kantianas categorías donde habita la Razón. Y eso es lo que está sucediendo en esta sociedad posmoderna que va de racionalista por la vida cuando su praxis está en los antípodas de la inteligencia práctica.

La reinserción del delincuente es uno de los mitos más reincidentes de nuestra progresía andante y tuiteante. El buenismo del que presumen es una forma de creerse superiores a los demás. Eso ya está muy visto, pero el personal le compra el argumento al mester de progresía. Lo mismo hacen con la solidaridad, esa forma aguada de practicar la caridad con el dinero de los demás: nosotros ponemos el parné a través de los impuestos y ellos se apuntan el tanto del reparto.

Lo bueno del caso de La Manada es que ha puesto a los mitómanos de la reinserción ante el espejo de sus propias contradicciones. Tanto oponerse a la legislación en caliente, y ahora quieren cambiar la ley porque la calle hierve. Este caso ha venido a demostrar la validez de ese refrán que se compadece mal con esa maravillosa utopía a la que llamamos educación: quien nace lechón muere cochino. Robar unas gafas de sol es una demostración palpable del carácter que sostiene la personalidad de un tipo que va de chulo por la vida. Me las llevo porque me da la gana. Y punto.

Robar algo tan inútil como eso, es una demostración de prepotencia que nos indica muchas cosas. Y hacerlo durante un periodo de libertad vigilada es lo único que nos faltaba para comprender que una reinserción es algo tan deseable como complejo. Algo que no se puede despachar en dos o tres consignas que tratan de desprestigiar a quien mantiene que no siempre es posible ese proceso. Se le tilda de facha o de extremista -siempre de extrema derecha- y asunto zanjado.

Si nos vamos al extremo del terrorismo, veremos que la reinserción ha sido imposible en demasiados casos. Solo hay que echar un vistazo a los homenajes que reciben los asesinos cuando regresan a sus pueblos. Ni piden perdón, ni pretenden reparar a las víctimas. Todo lo contrario. Y encima se convierten en héroes para los suyos, como si un tiro en la nuca pudiera considerarse una hazaña.

Reinsertar al violador y al pederasta es tarea difícil que se debe acometer para demostrarles que no somos como ellos. Pero el maltratador no deja de serlo por el buenísimo de los que creen en la roussoniana bondad natural del ser humano. Hay casos en los que resulta imposible reinsertar al psicópata. Y ahí la sociedad tiene que mojarse. Sin complejos. Porque la legítima defensa es un derecho que nos asiste. Y no hay que esperar a que la víctima nos lo recuerde con el grito silencioso del dolor o de la muerte.

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