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Olivar con coches

De noche a noche iba el verdeo, como un pan que amanecía negro y negro atardecía en las talegas de la escasez jornalera

El olivar es un icono de Andalucía M. CIEZA
Antonio García Barbeito

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Tajos hubo a los que ibais todos los días con la escalera al hombro, y del tajo, al pueblo. Escalera de dieciocho pasos para alcanzar los pimpollos más altos, que había gordales grandes como torres vegetales. Escalera y macaco, ida y vuelta, todos los días; así, tu tierra: «Mirad, qué duro y qué bello, y cómo va, sin resuello, romera de la obrería. Como medalla, lucía un macaco atado al cuello…» Cargadas con macaco iban las mujeres que faldeaban; cargados con macaco y escalera iban los hombres del ordeño. Las mujeres, santas mujeres del sacrificio al pie de la cruz del árbol. Los hombres, cristos obligados a cargar con la escalera de su jornalera crucifixión sin clavos: «Olivo en campo andaluz, Gólgota de garrotales. Llevan siglos los jornales clavados en esa cruz…»

Seis o siete horas seguidas, o, antes de que cambiaran la hora, jornada partida, almuerzo a la mala sombra del olivo, cigarrillo y de nuevo a la escalera, aguantando el infierno bochornoso de la tarde septembrina. A veces aparecía el amo, en coche, hablaba con el manijero, ofrecía tabaco y se volvía al pueblo en su auto. Los hombres, las mujeres y los muchachos llegaban al pueblo cuando en las mantas hacían cola las arrias de burros con angarillas forradas con tela de costal y mangas en el bajo, algunas mujeres seguían escogiendo aceitunas en una partida de ajedrez frutal, las romanas pesaban espuertas de aceitunas y la sobretarde se venía exigiendo que se encendieran las luces de los tinahones. De noche a noche iba el verdeo, como un pan que amanecía negro y negro atardecía en las talegas de la escasez jornalera. Andando del pueblo al tajo, siete horas de trabajo por cuenta o a jornal, y a desandar el camino. Los tiempos han cambiado. Por los olivares a orilla de la carretera se ven coches y más coches —algunos, incluso de alta gama—; coches que nuevos costaron lo que vale la casa de algunos ordeñadores. No son los coches de los amos, son los coches de los ordeñadores, de la gente que va al olivar —¡cómo están los olivos; las ramas, pendulares ábacos donde la Mano suma la cosecha!—, de los jornaleros. Me alegra saber que esos coches son de ellos, de los hijos, nietos o tataranietos de aquellos romeros de la obrería, de aquellos jornales clavados en la cruz de los viejos olivos. Me alegra saber que ya no tienen que ir andando —aunque he visto a algunos, con el macaco en bandolera, andando de su pueblo al tajo, por el claroscuro que anuncia la aurora—, ni cargados con escaleras; sí, me alegra, pero la tierra es la misma, son los mismos olivos y es la misma necesidad del hombre que muerde el pan de cosecha en cosecha.

antoniogbarbeito@gmail.com

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