Tribuna abierta
El Rocío y el éxodo
Si el pueblo judío alcanzó la liberación de la esclavitud de Egipto, los romeros que se echan a caminar hacia las Marismas están llamados a alcanzar la liberación espiritual por medio de las gracias que derrama la Virgen del Rocío

Para un entendimiento profundo de la Romería del Rocío y por extensión, para un acercamiento adecuado a la Fe de la Iglesia y su religiosidad popular, no debemos sustraernos de las formas, gestos y ritos que giran en torno a la peregrinación romera. Y es ... que para la compresión del camino rociero, pleno de símbolos, se antoja imprescindible no obviar el Judaísmo como una religión cualquiera ajena a nuestras creencias, dado que la Iglesia Católica comparte con ella una parte tremendamente importante de las Sagradas Escrituras: todo el Antiguo Testamento y con ello, algo tan importante como las raíces de nuestra Fe. De este modo, ¿somos capaces de reconocer que no otorgamos al Judaísmo el peso que realmente le pertenece en nuestra religiosidad popular? Comencemos diciendo que El Rocío se celebra en Pentecostés, fiesta cristiana que hunde su origen en la fiesta judía del Shavout, cuando los apóstoles y la Virgen María, reunidos cincuenta días después de la Pascua para conmemorar la entrega de la Ley a Moisés, recibieron el Espíritu Santo.
Igualmente, ¿hunde el formalismo de la Romería del Rocío sus orígenes en la tradición judía? Podemos definir la peregrinación romera como todo un fenómeno campero repleto de símbolos que, en términos generales, implican necesariamente tres elementos sustanciales: una multitud que camina, símbolo inequívoco de la Iglesia que peregrina en la Tierra en búsqueda del Cielo prometido; un lugar sagrado y una motivación espiritual. Y he ahí que conviene detenernos en las palpables similitudes que se establecen entre la peregrinación de cualquier hermandad hasta la aldea almonteña y el peregrinar del pueblo judío durante su Éxodo hacia Israel. Así, el camino rociero se convierte en todo un Éxodo, un peregrinar que, en este caso, no guía Moisés, sino que está guiado por la propia fe, y que simbólicamente desemboca en la Tierra Prometida, esa tierra sagrada que bien pudiera ser el Santuario del Rocío, donde se alcanzan las gracias del Cielo. Si el pueblo judío alcanzó la liberación de la esclavitud de Egipto, los romeros que se echan a caminar hacia las Marismas rocieras están llamados a alcanzar la liberación espiritual por medio de las gracias que derrama la Virgen del Rocío. Y es que si los judíos, tras muchas tribulaciones, pusieron su fe en Moisés para que los condujera a la Tierra Prometida, los rocieros, tras las incomodidades de los duros caminos de ida y vuelta, ponen su fe en la Blanca Paloma, para que como Medianera Universal de todas las gracias, sea la intercesora ante Dios para llevarlos algún día a las Marismas eternas del Cielo, esa Tierra Prometida que los cristianos estamos llamados a habitar una vez cumplamos con el plan que Dios tiene reservado para nosotros.
Dicho entronque simbólico entre Éxodo judío y Romería del Rocío, tiene ciertos complementos bíblicos que hallamos en Josué 3.5, donde se dice que Israel cruzó el río Jordán sobre tierra seca. ¿Qué relación guarda esto con la peregrinación rociera? La tierra seca entronca con la aridez y sequedad de los caminos de arena que atraviesan los romeros hacia la Raya Real, uno de los momentos más emotivos de la peregrinación, que comienza precisamente tras el paso del Quema, vado natural del río Guadiamar que simbólicamente enlaza con el río Jordán que atravesó el pueblo elegido antes de llegar a Israel. De otro lado y comparativamente, podemos entender que las hermandades son como esas tribus que se dirigen al Templo de Jerusalén, que para los rocieros es el Sancta Sanctorum de la romería, el Santuario donde se produce el encuentro con lo divino: la Santísima Virgen. Igualmente, otro relato bíblico nos da una clave simbólica para relacionar las carretas del Rocío y el júbilo y alborozo que las rodea con el Antiguo Testamento. Así, en el II Libro de Samuel hay una alusión al Arca de la Alianza que, robada por los Filisteos, fue devuelta a Israel por el rey David, quien la guió hacia Jerusalén sobre una carreta tirada por dos bueyes, arropada de un cortejo jubiloso, donde el pueblo elegido bailaba y cantaba, mientras tocaba castañuelas, panderos, flautas y tambores. No podemos negar los cristianos, por tanto, nuestra raigambre judía. Y es que las similitudes entre el relato bíblico y el formalismo del cortejo romero son más que evidentes. Al igual que el Arca de la Alianza custodiaba la Palabra escrita de Dios, la Virgen del Rocío, nueva Arca de la Alianza, custodia en sus brazos al Pastorcillo Divino… La Palabra de Dios hecha carne.
Pablo Borrallo es doctor en Historia por la Universidad de Sevilla
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