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El padre Carlos

Recientemente escribí aquí del padre Ayarra, lanzando al aire de la Nueva Roma Andaluza una sugerencia: la edición de los textos (¿y de la música?) en los que había reflejado su experiencia de dializado y receptor del riñón de su hermano Javier, fallecido en accidente de circulación. Aquellos fragmentos, oro fino, fueron leídos en un concierto-homenaje que contó con una sombra dulce, muy en la línea legendaria y becqueriana que el acto requería. El órgano, máxime si es el de una catedral del porte de la hispalense, es un instrumento ambicioso que obliga a su intérprete a desplegar los brazos de la diosa Shiva y los tentáculos de un pulpo. Obviamente, Ayarra es hombre hábil y de talento pero también es humano. Y para pasarle las páginas de las partituras, para pulsar los registros oportunos en el momento indicado, para preparar cada pieza con el maestro, estaba «la sombra». Su nombre es Carlos Navascués, religioso de los Sagrados Corazones. Ahora presta servicio en la parroquia de San Marcos, la primera en la que estuvieron los «padres blancos» cuando llegaron a Sevilla. Por cierto, que su misión allí fue, básicamente, repartir la leche en polvo que aportaban los americanos de San Pablo. Después vendría el colegio de Los Remedios, cuando este barrio no era más que un amasijo de campos de jaramagos y en los Gordales se cultivaba el algodón. Allí, en aquellas recién estrenadas aulas postconciliares, el padre Carlos se fue incorporando a las vidas de varias generaciones de sevillanos. Su voz templada y suave, varonil y desde luego musical; su calidez humana, su fibrosa sobriedad inequívocamente castellana, su sonrisa amable, su finura en fin de buen hombre y entregado cura nos mostraron en él la figura arquetípica del cristiano atento a los signos de los tiempos. Era además el padre Carlos un gran didacta. Recuerdo que su tiza nos explicó el aparato reproductor de cada sexo y su actividad con una naturalidad ejemplar, gracias a la cual aquel y otros momentos quedaron grabados en mí como cuando me enseñaron las vocales.

El padre Carlos Navascués no envejece. Espero que no se deba a lo mismo que Fausto. Es un devoto de los Sagrados Corazones y de la música, probablemente porque para él ambos términos de la vida se confunden. Y es el supuesto sucesor de Ayarra, así que ojito con él, porque esta quijotesca figura andante, que sólo sustituye sus piernas por las ruedas de su bicicleta, tiene mucho que decir y muchas notas que dar, si Dios quiere, bajo las bóvedas que albergaron a Correa de Arauxo, Eslava, Turina o Castillo y desde 1961 a José Enrique Ayarra.

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