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Tas para Manuel Seco-Velasco

Fue continuador y engrandecedor de una saga familiar dedicada desde el siglo XIX a arte tan nuestro como la platería

Manuel Seco Velasco ABC
Antonio Burgos

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Conocí a Manuel Seco gracias a la artesanía de este artista, que trabajaba entonces en su taller de Matahacas, 14, como a la espalda de San Román, donde le habían labrado su corona a la Virgen de las Angustias de Los Gitanos. En su piso de la Plaza de Pilatos vi que la inolvidable Bernardeta Vázquez-Parladé tenía sobre las mesas unos portarretratos de bronce elegantísimos, con una finísima lacería rematándolos. Le pregunté:

-Estos portarretratos son ingleses, ¿no?

-¡Qué va! Son de aquí. Los hace Seco en la calle Matahacas. ¿Tú quieres que vayamos a comprar unos cuantos?

Y allá que fuimos con Bernardeta, entrando por aquel portal en un trozo de la Sevilla de siempre, que, vamos, parecía que te ibas a encontrar por allí la plata de los vizarrones del altar mayor de la Catedral. Y no digo lo de la Catedral a humo de calentamiento de metales preciosos, porque los Seco fueron durante decenios maestros mayores plateros de la Magna Hispalensis. Muchos decenios... Toda una dinastía. Una saga. Como Hernán Ruiz I y Hernán Ruiz II, pero sin Giralda. La platería sevillanísima de los Seco empezó con el fundador de la estirpe, Manuel Seco Algaba (1850-1905), de quien no hay constancia que tuviera taller propio, siendo su labor artística en ajenos. Heredó su arte la segunda generación: los hermanos Manuel (1875-1925) y Eduardo (1888-1962) Seco Imberg. Luego vino la tercera generación, Manuel Seco Velasco (1903-1991), cuya obra coincidió con la «edad de oro» de la plata de las cofradías, en la época de los estrenos expuestos en el Salón Colón. La cuarta generación la protagoniza nuestro querido y recién desaparecido Manuel Seco-Velasco Aguilar (1934-2018), eslabón angular de la dinastía como transición entre su padre, el gran patriarca, y sus hijos, Manuel José (1968) y Jerónimo (1973), que ya forman la quinta generación de esta saga. En la que hay una cultísima y emprendedora mujer, Myriam, que como se trataba de dinastía, en vez de continuar la familiar de la orfebrería se dedicó, y con espectaculares logros, a la egiptología y trabaja habitualmente excavando tumbas y templos en la tierra de las dinastías de los faraones. Myriam es correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes; yo creo que como en la Hermandad de la Caridad a la muerte de los padres los hijos «toman su vela», en Santa Isabel de Hungría, Myriam debe tomar el sillón de nuestro gran Manuel Seco-Velasco Aguilar, engrandecedor de una crucial saga en la hispalense orfebrería vivida en gran parte junto a su padre y sus hermanos Antonio (1938-2002) y Jerónimo (1940-2001), logrando garantizar la continuidad y el enriquecimiento del taller, del que hasta sus últimos días fue estímulo y guía. Piense en cualquier obra fundamental de la orfebrería cofradiera: es de Seco. Hasta la corona, cetro y ráfaga de la Virgen del Rocío son de Seco. A quien tan poco le pegaba su apellido. No era nada seco: abierto, simpático, ocurrente, ingenioso, sevillanísimo, ¿verdad, Rafael Manzano? En mi recuerdo, el gran maestro de orfebres sevillanos, el académico Seco-Velasco, aún sigue los domingos por la mañana haciendo tertulia de sevillanía con otro maestro. Sastre. Yo aún los evoco a los dos, al orfebre y a mi alfayate, haciendo tertulia dominical en la terraza de La Ibense, frente a la Catedral de la que Seco era platero mayor de fábrica.

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