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Pasión

La sensatez cotiza a la baja en la sociedad española, en la que todo se quiere solucionar de forma enardecida

El secretario de Organización del PP de Sevilla, Felipe Rodríguez Vizcaíno ABC
Manuel Contreras

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El secretario de Organización del PP de Sevilla protagonizó el pasado domingo un incómodo altercado en la estación de Atocha al increpar airadamente a los jugadores del Sevilla F.C. cuando se disponían a tomar el AVE tras su decepcionante partido ante el Barcelona. Felipe Rodríguez Vizcaíno, que así se llama el encargado de gestionar la cocina del PP en Sevilla, se dejó llevar por los sentimientos y acusó a los futbolistas, a gritos y con enérgicos aspavientos, de deshonestidad y escasa competencia profesional, por resumirlo en términos menos apasionados de los que utilizó. La imagen del dirigente fuera de sí, profiriendo descalificaciones como el hincha más radical y a punto de encararse con Guido Pizarro, hace un flaco favor a la política, por mucho que Rodríguez Vizcaíno acudiera al partido a título personal y no realizase su retahíla de recriminaciones en nombre del PP. Los políticos son políticos las 24 horas del día, y no son pocos los que han tenido que renunciar a sus cargos por actuaciones circunscritas al ámbito privado.

No se trata, empero, de enjuiciar aquí al dirigente popular, a quien no tengo el gusto de conocer. Pero el incidente es un buen ejemplo de cómo la sociedad en general y la política en particular se deterioran en un bucle de apasionamiento y pérdida de sensatez. El gran problema de España es que, siendo ya de por sí un país de natural propensión a la fogosidad, se ha entregado al ardor. Los grandes éxitos del último medio siglo han sido la Transición y la entrada en la UE, y ambos procesos se cimentaron en la cordura. Se hizo un esfuerzo para enterrar enfrentamientos atávicos internos -en 1978- y externos -en 1986- para dar un salto hacia el progreso. No se logró, desde luego, a golpe de pasión, sino más bien enfríando los instintos con raciocinio. Utilizando la cabeza y no el estómago, por no aludir otros atributos más meridionales en la anatomía masculina. Reflexionando, asumiendo errores propios y valorando aciertos del contrario, y anteponiendo la serenidad a los impulsos.

Pero la sensatez cotiza ahora a la baja en la sociedad española, en la que todo se quiere solucionar de forma enardecida. Desde los debates en el Congreso al de Sálvame, desde las tertulias políticas al Chiringuito de los jugones, todo es pasión y testiculina. Repasen la actualidad informativa: el conflicto catalán, Alsasua, los pensionistas, el feminismo, el Valle de los Caídos, las peleas de Podemos... todo es vehemencia. Y no hablemos de las redes sociales. Estamos en un punto en el que cualquier apelación a la mesura está condenada no ya al fracaso, sino a la descalificación, cuando no al insulto. Malos son los tiempos en los que se escucha a quien grita antes que a quien razona. El ardor es valioso en la batalla, pero un lastre si se prefiere la paz. Y un país sólo avanza desde la paz. Corresponde a los políticos, desde Rajoy al energúmeno que chillaba en Atocha al Sevilla, recordárselo a los españoles.

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