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Peregrinación

Ir andando desde la tribu a Sevilla para ver la procesión de la Virgen de los Reyes, no era cosa de chavalillos

La Virgen de los Resyes en la Catedral de Sevilla J.M. Serrano
Antonio García Barbeito

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Cuando los chiquillos, la madrugada del día de Santiago, os ibais carretera arriba a esperar la llegada de la Caballería, creíais que aquella caminata de un par de kilómetros era una peregrinación única, por la hora -aún la aurora no había abierto sus flores rosadas- y por lo extraordinario del día y de la banda de cornetas y tambores. Con otros chiquillos, comentabais más tarde que habíais pegado el oído al asfalto, como hacían los indios de las películas del Oeste, para oír el ruido de los cascos de los caballos sobre los que venían los policías, aquel lejano Morse de herraduras nuevas. Cuando las figuras de los caballeros se entreveían en el crepúsculo, parecían una uniformada caballería rociera. Corríais a la tribu, más rápidos que el andar de los animales, para anunciar que estaban a punto de llegar a la Casilla de Félix. A la entrada de la tribu, entre los gigantescos árboles que escoltaban la difícil y estrecha carretera, un cohete abría la mañana.

Nunca fuiste, porque no era cosa de niños, a la larga caminata desde la tribu a la capital la noche del 15 de agoso. Antes de que los panaderos empezaran su faena, y cuando los serenos apenas habían hecho media ronda, había muchachos y menos muchachos -y algunas mujeres- que salían de la tribu apercibidos de agua y algunas frutas -o bien aprovechaban pozos y frutales del camino-, para estar en Sevilla al romper el día. Una promesa, en algunos casos, y una mezcla de promesa y maneras de huir del calor urbano de la noche, de algunos ociosos o pudientes que se apuntaran a la aventura nocturna de más de seis horas de caminata. Cinco leguas de asfalto en las que si acaso verían pasar dos o tres camiones camino de cualquier carga. Tres o cuatro pueblos, puñados de luces tristes; si acaso, unos ladridos de perros y quizá alguna venta, en las paredes de la capital, donde el ventero lo preparaba todo para abrir las puertas poco antes que el día. Aquello de ir andando desde la tribu a Sevilla para estar a las ocho de la mañana en los alrededores de la Puerta de los Palos para ver la procesión de la Virgen de los Reyes, no era cosa de chavalillos, era costumbre de gente adulta. Y aquella aventura sí que te parecía la mayor del mundo: cinco leguas andando, seis o siete horas de caminata. Cuando hoy ves cómo decenas y decenas de personas de la tribu recorren todos los años un tramo de más de cien kilómetros del Camino de Santiago -casi una semana de peregrinación-, te acuerdas de aquellas madrugadas de la Caballería y de las noches de promesas por la Virgen de los Reyes. Y se te van los pies, se te van, al camino de la memoria…

antoniogbarbeito@gmail.com

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