#Piel

Los últimos días de la campaña electoral me pillaron embarcado en la lectura de «La noche más profunda» (Galaxia Gutenberg), el último libro del sevillano de adopción Coradino Vega, una novela con aliento de obra grande que aborda la historia de Mihail Sebastian.
Dramaturgo y ... novelista, y miembro de Criterion, donde trabó amistad con algunos destacados intelectuales de su época como Emil Cioran o Mircea Eliade, Mihail tuvo la mala suerte de ser judío en el convulso periodo de entreguerras, en un país, Rumanía, que acabó sucumbiendo al fascismo, hasta derivar en los salvajes pogromos de 1941, con el asesinato de miles de judíos.
La novela es sobre todo el retrato de una época, la de una Europa en descomposición, y casi más que eso el retrato de un talante, el de Mihail Sebastian, un hombre patológicamente refractario a los extremismos, y comprometido con la tradición humanista surgida de la Ilustración, a la manera de la que Stephan Zweig testimonió en sus memorias «El mundo de ayer».
Sebastian, como Zweig, terminaron pagando caro su talante mesurado, su convicción de que había principios universales que estaban por encima de la política.
Terminé el libro de Coradino en la víspera de las elecciones. Al otro lado de la literatura, en el móvil, España ardía: en mis grupos de whatsapp se sucedían las pullas entre amigos de distinto signo político; Twitter parecía a punto de estallar: todo se conducía ruidosamente hacia los extremos.
Mihail, como Zweig, estaban hechos de ideas, pero no más que de sangre, oxígeno o glándulas. Leer sus historias es un antídoto frente al vértigo de la polaridad. Una manera de reconciliarnos con lo que es o debería ser eso a veces tan confuso que llamamos humanidad. Porque tengo la impresión de que nos sobra ideología y nos falta piel.
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