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Provocación

Destrozan, roban, atracan, torturan, matan… Y si los trincan, ¿qué pasa, la cárcel? ¿Cuánto tiempo?

Concentración en el ayuntamiento de Carmona en repulsa por el asesinato del joyero EFE
Antonio García Barbeito

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Repito una vez más, por necesidad, el verso de trinchera de Miguel: «Es preciso matar para seguir viviendo.» Donde el poeta dice «matar», yo digo «castigar.» Nos comen. Nos están provocando hasta límites intolerables; están cachondeándose de nosotros, y nosotros, tan buenos, decimos que hay que perdonarlos, pobrecitos, porque no son tan malos, los hijos de la grandísima puta. Un chuleo asesino se traen con nosotros. Se ríen de nosotros en nuestra cara, entran y salen de la escena del delito como Pedro por su casa; destrozan, roban, atracan, torturan, matan si lo consideran oportuno… Y si los trincan, ¿qué pasa, la cárcel? ¿Cuánto tiempo? Ahora no es Hernández, ahora es Lorca quien pone la letra, sacada de Bodas de sangre: «Y luego, el presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí comen, allí fuman, allí tocan los instrumentos! Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios... Los matadores, en presidio, frescos, viendo los montes...»

La Madre habla del presidio como cadena perpetua, quizá. Aquí, en la realidad de hoy, ni pensarlo. El delincuente sabe, antes de mover la mano para el delito, cuánto le va a costar el hecho delictivo, y puede incluso hacer cálculos para que el daño no pase de la raya del hurto o de la falta y así no pasar de unas horas en comisaría, sin pisar el calabozo, antes de volver de nuevo a sus andadas. Y si acaso la ley lo empujara a la cárcel, todo será cosa de arreglar bien el asunto, buscar resquicios por aquí, por allí, y el pavo sale de la cárcel, con una escolta de atenuantes, como si acabara de volver de las Galias de ganar una batalla. Provocación. Por aquí, por allí, por todas partes; en el hogar, en un comercio, en la calle. Y sin piedad. Sólo el asesinato del joyero de Carmona, ese ensañamiento de matarlo de una paliza, indefenso, destrozándole la cara, pide, ¡exige!, el más duro presidio para los autores de tan macabra acción. Si los cogen, que no haya para ellos luz del día ni lujo carcelario… ¿Que es una barbaridad esto que digo? Pues sigamos pasándole la mano por el lomo al tigre para tratar de domarlo. Sigamos sin aceptar la cadena perpetua —sin revisión, en muchos casos—; juguemos a darles ventajas a atracadores, violadores, asesinos, bandas sanguinarias, canallas sueltos. Sigamos. Que si un día sale alguien que forma un lío gordo para responder a tanta provocación, diremos que es excesivo. Ojo, que siempre hubo quien para grandes males aplicó grandes remedios. Y después no nos lamentemos, porque, aunque no lo creamos, ese día, como pasó siempre, pagarían justos por pecadores. Y eso sí que sería una pena.

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