Tribuna Abierta
Una poética del gozo: ‘En estado de gracia’, de Carmelo Guillén
Sus versos son la expresión exultante de la conformidad del poeta con el vivir

CONOCÍ a Carmelo Guillén a finales de los años setenta. Él era entonces un alumno de la primera promoción sevillana de Filología Hispánica y yo un joven profesor que se esforzaba en responder a las demandas de aquel grupo de jóvenes que había accedido a ... los estudios universitarios con unas ganas de aprender fuera de lo habitual. Pronto descubrí cuál era la clave de tal entusiasmo: a pesar de su juventud, no pocos de aquellos aspirantes a filólogos habían probado ya sus armas en la creación poética, y ese aliento interior lo transmitían en las clases con una madurez superior a la de los alumnos que nos llegaban del Bachillerato.
Carmelo fue uno de aquellos poetas en ciernes, y su pasión literaria una constante que iría dando excelentes frutos en el curso de los años. Catedrático de institutos, director de la prestigiosa colección Adonais y autor de varios estudios sobre nuestra poesía contemporánea, tiene en su haber una rica trayectoria lírica significada por un mundo poético de fuerte acento humano y un lenguaje de gran impacto expresivo. Sin renunciar al aliento de la mejor poesía popular, Carmelo Guillén se desenvuelve con maestría en un dominio léxico culto compatible con un aire conversacional intenso y emotivo que encara con decisión el sentido de nuestra existencia.
Todos sus libros, hilvanados por un declarado humanismo de base cristiana, consiguen ese siempre difícil maridaje entre la frescura expresiva y un bagaje conceptual de altos vuelos. Y en su diversidad tienen todos el sello inequívoco de su autor, una voz propia y diferenciada que en el panorama poético de hoy proclama gozosamente el valor de la vida.
Es éste también el espíritu de su último libro , publicado en Renacimiento con el buen gusto tipográfico propio de esta prestigiosa editorial sevillana y cuyo título (‘En estado de gracia’) sugiere ya una actitud personal frente al mundo extensamente desplegada en sus páginas. Sus versos son la expresión exultante de la conformidad del poeta con el vivir y la fusión jubilosa entre vida y palabra creadora.
Estos dos mensajes, entrelazados en el curso de cincuenta poemas, se nutren de la experiencia vital del poeta pero también del hontanar lírico adquirido por su pasión lectora. En ellos hay ecos de Juan Ramón Jiménez, de Jorge Guillén y muy especialmente de nuestros grandes poetas místicos, cuyo lenguaje alienta el sentir del autor en un auténtico estado de plenitud o de gracia que no es simple aceptación de la condición humana, sino la entrega al quehacer diario, incluido el mismo dolor, con un sentimiento de gratitud por todo cuanto le ha sido concedido. El sentido y la verdad del vivir están en el aquí y en el ahora, en el tiempo que nos acoge y nos proyecta hacia un fin más alto.
Y en analogía con la conocida imagen de San Juan de la Cruz, la vida se convertirá en una acezante aventura cinegética que está dentro y no fuera de la vida misma: «Aférrate a la vida, que es ése tu horizonte./ Así, sin apartarte de tu punto de mira, / en plena efervescencia de la gracia en tu alma, / mantén, como los santos, la convicción profunda / de que nada podrá apagarte la sed / de plenitud que tienes. Con todo a tu favor, / conseguirás sin duda dar a la caza alcance».
Esa aspiración innata a la plenitud presupone una visión esencialista del tiempo concentrada en el ‘instante eterno’, una noción ya muy presente en obras como el ‘Diario de un poeta reciencasado’ de Juan Ramón Jiménez ('¡Cuida bien de este día. Este día es la vida, la esencia misma de la vida!') o en el ‘Cántico’ de Jorge Guillén («Todo está concentrado /Por siglos de raíz / Dentro de este minuto / Eterno y para mí»), por citar sólo a dos grandes líricos cercanos en el tiempo. En su misma línea conceptual pero con más altas aspiraciones de orden sagrado Carmelo exaltará, entre la dicha y el asombro, la gratuidad de ese presente eterno: «Este instante sostiene mi existencia; /este tiempo fugaz en que respiro / y acojo la liturgia del perdón; / este recomenzar en un presente / que sabe a eternidad; esta alegría / de ser por un momento quien asume / la savia inagotable de la gracia». Una gracia que se revelará en el silencio de un Dios que invita a la contemplación, a la vida sencilla, a valorar las cosas menudas de cada día, a la comunión con todo lo creado y al perdón. Y aunque no falten momentos conflictivos, la aceptación del dolor, identificado con las cruces cristianas, será la mayor prueba de una fe vivida: «En circunstancia límite,/ que sea esto la cruz y que seas consciente/ de que era la tuya, la de la aceptación,/ la del deber gustoso de saberla asumir, / no debería llevarte sino a tener más ansia/ de amar. – Sostenla firme, te digo.»
El libro se cierra con un poema (‘Gratitud’) en coherencia con todo lo proclamado hasta ahora. Podríamos definirlo como una auténtica ‘poética del gozo’, pues en él se expresa el júbilo del poeta por la posesión de su palabra en creación como supremo don recibido. Aquella palabra capaz de redimirlo y que «da igual cómo la llames. Es la palabra viva/ con la que identificas tu afán de compromiso, / tu acostumbrado vínculo con aquellas rutinas/ que son tu inmediatez, tu fecundo presente; / la palabra que asignas a cualquier menudencia / y que enhebra una vida en estado de gracia».
En ‘Poeta y palabra’, uno de sus poemas finales, Juan Ramón Jiménez, convertido al fin en el dios nominador que siempre había anhelado, sentiría el poder creador de la palabra que funde vida y poesía como suprema razón de su existencia. No es el Dios personal del cristianismo sino el propio poeta que ha encontrado al fin la palabra esencial para crear su mundo. Con ‘Gratitud’, y dentro de su cosmovisión de encendido creyente, Carmelo Guillén clausurará significativamente su poemario exaltando la palabra como la más alta concesión de la gracia divina.
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