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Sandías

El campo, que ya es ruina por casi todos sus costados, tiene en las cosechas tempranas mucha salvación

Antonio García Barbeito

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Hay por ahí una letra de soleá que leí hace mucho tiempo y que creo que la escribió alguien de Espartinas, quizá el padre o un pariente cercano del gran Curro Íñigo, inmortal Curro, irrepetible, generoso y amable como un sol de invierno. La letra es muy sencilla, y muy sabia: «El tiempo me hizo a mí ver / lo que vale una chocita / cuando se pone a llover.» Vale su peso en oro. Quien lo probó lo sabe. Jamás olvidaré el valor de palacio que alcanzó aquella chocita de la era la tarde de la tormenta en la recolección del algodón, truenos como aéreos terremotos y chaparrón con goteras como monedas de diez reales. Lo que vale una chocita cuando se pone a llover…

No hay choza, por lo visto, para aguantar el chaparrón de sandías que se ha venido de golpe cuando las sandías se tienen que venir, en julio, por las veras de Santiago, como siempre fue. En Los Palacios están desesperados —y con razón— porque las sandías tempranas que pueden venderse a millón, el tiempo las ha frenado, el tiempo ha tirado de las riendas y se han juntado todas al mismo tiempo, las de Los Palacios y las de Villamanrique, las de aquí y las de allí. El tiempo. Lo que vale la chocita de un tiempo propicio cuando se tiene el campo lleno de matos, y lo quedamos por una chocita cuando el tiempo se viene contrario a nuestros intereses y no sabemos qué hacer. El campo, que ya es ruina por casi todos sus costados, tiene en las cosechas tempranas mucha salvación, y sandías que a pie de mata se venden a un precio —el que imponen los intermediarios, ese nudo corredizo en el cuello—, en el mercado lo multiplican por diez. Aun así, cuando el tiempo es favorable a los intereses de cosecha temprana, salen las cuentas. Lo malo es cuando mayo y junio no acarrean soles que hagan engordar y madurar sandías y las matas no amamantan al ritmo requerido, y cuando el tiempo real da la cara, se juntan todas las sandías el mismo día al oír las campanadas naturales del campo en julio. Y pasa lo que pasa. ¿Quién sale ganando? El consumidor, que encuentra el género a muy buen precio. ¿Quién pierde? El que pagó un dineral por la semilla injertada, otro dineral en invernadero, tratamientos y demás y veía cómo pasaban los días y las sandías ni engordaban ni maduraban. «Contra el tiempo, poco se puede hacer, hijo», explicaba el padre mirando su siembra anegada por una riada. Buena frase para recordar que dependemos del tiempo, eso que olvidamos con tanta facilidad. Las sandías se han venido cuando tienen que venirse, en su fecha. Otra cosa es que no haya chocita en la que refugiarse cuando se pone a llover contra nuestras prisas.

antoniogbarbeito@gmail.com

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