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¿Setas o catedral?

¿Qué son cinco siglos para quien cuenta el tiempo por los impactos de facebook o de twitter por hora?

Francisco Robles

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Dicen que los turistas van diciendo por las encuestas que prefieren las setas a la Catedral . De ahí ya infieren los rancios de la posmodernidad que las primeras son el icono de la ciudad del siglo XXI frente a la caída en desgracia de la segunda . O sea, que Sevilla ya es más conocida por los paneles que ni siquiera hacen honor a su nombre de Metropol Parasol, que por la Catedral que se alza como una montaña hueca en el océano del tiempo. ¿Qué son cinco siglos para quien cuenta el tiempo por los impactos de Facebook o de Twitter por hora? Fagamos una obra tal que los que la vieren nos tomaren por locos. El propósito de aquellos canónigos cabe en un tuit, pero esas cosas no las leen los nómadas programados de las sandalias con calcetines , de la botella de agua mineral, de las fotos con el fondo de un pastiche pseudo mudéjar mientras ignoran la maravilla plateresca que se alza -pura vibración miniada de la piedra- al otro lado de la Avenida.

Ahora resulta que van a diseñarnos la ciudad sus efímeros visitantes . Los que dejan su dinerito y tal, y a los que hay que cuidar de forma exquisita. Vaya esto por delante para evitar la crítica de brocha gorda que suele emplear el rancio modernito cuando se ve sin argumentos. Aquí no defendemos el ataque al turista, sino todo lo contrario. Hay que hacerle el favor de la obra de misericordia que consiste en enseñar al que no sabe . Sin fanfarronería ni prepotencia. Con corrección fraterna y alma caritativa. Por eso hay que decirles que no confundan la novelería de las setas con esa confusión de oros confundidos en la sombra -Cernuda- que componen el mayor retablo de la cristiandad.

Y hay que recordarles, o decírselo por vez primara si no lo saben, que en la Catedral está la Virgen de la Antigua en el mural que fue mirhab cuando el perímetro de las columnas italicenses marcaba los límites de la mezquita mayor de Ixbiliya . Una Virgen a la que se encomendaban los embarcados con rumbo a las Indias, y a la que agradecían el regreso los que volvían a pisar el Arenal de Sevilla. Hay que mostrarles la delicadeza del rostro que ilumina el alma de la Cieguecita, o las proporciones lisipeas de la otra obra maestra de Montañés que duerme el sueño del tiempo bajo las nervaduras de sus naves: el Cristo de la Clemencia . Por no hablar del otro Cristo, el del Millón, o del cuadro de Grosso donde la Macarena tiene forma de Inmaculada , o viceversa. ¿Y el San Antonio de Murillo? ¿Y la Virgen de la Gamba, o sea, de la pierna adelantada como una escultura de óleo, que nos dejó Luis de Vargas?

Esa Catedral de gárgolas que son fuentes de agua brava cuando llueve a cántaros, de contrafuertes y arbotantes que propician que se abran vidrieras de luz para iluminar de colores la adustez pétrea de sus naves, del coro y el trascoro, de la Capilla Real donde la sonrisa de la Madre cobija a Fernando III y a su hijo Alfonso X … Esa Catedral no puede entrar en el juego de comparaciones con esa sucesión de tableros al sol que no podría haber cantado el poeta que descubrió el paso del tiempo en un patio de la calle Acetres.

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