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Yiyi: «Bertoni tenía la prima del Madrid guardada en su frigorífico»

Orgullo de Nervión

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Yiyi: «Bertoni tenía la prima del Madrid guardada en su frigorífico»

Francisco Pérez, Yiyi, «artesano» de la gracia, amigo de sus amigos, abuelo, utrerano. Y sevillista.

—Con mis nietas me entretengo, doy mis vueltecitas, hasta las dos y media. Luego, las tardes las tengo libres, me tomo mis cervecitas. También me echo un ratito, mientras escucho a las tres la Cadena Ser. Es que yo me despierto temprano, con mi ventanita abierta, la persiana por la mitad, en cuanto escucho los pajaritos cantar me espabilo. Por la tarde voy al campo...

—¿Tiene usted un terreno...?

—Sí, sí, allí paso también un tiempo.

—¿Y cría animales?

—No, me los roban. Es tener pavos y acercarse la Navidad y quedarme yo con el más chico... Son listos, lo tocan y todo, y dicen «mejor venimos la próxima semana que todavía está flaco». Y no, no, criarlos para que luego otros se los coman, eso sí que no. Y bueno, como le decía, ésa es mi vida, con mi familia; yo me casé muy joven, tanto que el traje de la boda que me puse fue el de la comunión. Tengo cinco hijos, cuatro niñas y un niño, ya son mayores, dos están casadas. Lo que pasa es que tres viven conmigo todavía y para ver algún partido lo que hago es irme a mi cuarto. Que si la novela, que si Gran Hermano... Al chico, sí, al chico sí que le gusta el fútbol. ¡Es sevillista cerrado! ¡Qué barbaridad! Yo prefiero no ver los partidos con él. Vaya boquita que tiene, me descompone, las palabrotas que dice... Y si le marcan al Sevilla le tira al televisor lo que tenga a mano. Últimamente está yendo con sus amigos a verlo a algún bar. ¡Yo lo prefiero! Me quedo más tranquilo.

—¿Cuánto echa de menos el fútbol?

—¡Uff! No sé..., al jugar con los veteranos supongo que lo llevo mejor. Yo sigo manteniendo mi peso, apenas he cogido unos kilitos. Peso 64 y para el 1,75 que mido es hasta poco.

—¿Está a dieta?

—¿A dieta yo? Si lo que yo quiero es engordar, pero nada. ¡Comparado con los compañeros...! Hay que ver cómo se ha puesto el Súper, o mi compadre, Gallego, menos mal que ha perdido 30 kilos. ¡Pesaba 140!

—¿Treinta kilos?

—Por lo menos. Y con una dieta que tampoco es «pa» tanto. Yo lo veo comer de todo. Se ha quitado de la cervecita, de los whiskys. Así lo está perdiendo.

—Lo que usted no pierde es el arte.

—Sí, ¿no?

—Algunos de sus compañeros me han contado un par de anécdotas...

—Es mi carácter, siempre he sido alegre. Yo hacía algunas putadas, anécdotas que no se pueden contar...

—¿Cómo la del perro que estaba en la ciudad deportiva?

—¿La de Anaco? Era un bóxer alemán que Súper se llevó a la ciudad deportiva, el perro era más caliente... Yo le decía a Súper «a éste lo has traído porque se pilla todo lo que se encuentra». Era caliente, caliente... y lo peor es que el perro era verme a mí y se volvía loco. Lo que le cuento es así. Yo llegaba y el Anaco me acompañaba hasta los vestuarios. ¡Es que entraba y todo! Pero tengo más historias...

—Cuente, cuente.

—Hay una muy buena del Súper. Resulta que un día vino a entrenar con un trajecito, con su corbata y todo. Yo, cuando lo vi, me extrañó mucho y le pregunté que para qué había venido así. Me dijo que después de entrenar tenía una reunión con el director del banco, algo importante. Cuando nos fuimos a duchar, a Gallego y a mí se nos ocurrió una idea para reírnos un rato. Fue una putada buena. Le hicimos cuatro nudos por lo menos en cada pata del pantalón y en cada manga de la chaqueta. El Súper se estaba duchando tan contento, sale para vestirse, y cuando cogió el traje... ¡Uff! Madre mía, había que ver lo que largaba ese tío por la boca. Yo estaba callado, mirando «pa» bajo. Me moría de risa viendo al Súper quitando los nudos e intentando planchar un poquito el traje. ¡Fue tremendo! Fíjese, el pobre, ¿sabe cómo se fue al final al banco? ¡En chándal!

—¿Y qué dijo el Súper?

—Pues imagínese, todo lo que se imagine, pues eso dijo. Pero peor fue el día de la colonia. Nuestro vestuario estaba lleno de gorrones, había compañeros que siempre estaban cogiendo colonia, hasta champú..., de otros. El Súper era uno de ellos. Siempre le cogía el bote de colonia a Gallego. Resulta que a mi compadre se le ocurrió una idea, estaba todo meditado, ¿eh? El Súper se estaba duchando, mientras cantaba, y Gallego dejó el botecito colocado donde siempre, en su bolso. Cuando el Súper salió yo casi me muero de risa. Cogió el botecito, como cada día, y en vez de... usted sabe que la colonia es amarillita, ¿no? Pues eso, lo que había era «meao». ¡Cuando el Súper se dio cuenta! La que se lio otra vez; se tuvo que meter en la ducha de nuevo. ¡Vaya historia! A ver cómo me lo pones, que luego el Súper se puede mosquear conmigo.

—No se preocupe, son anécdotas que se tienen que recordar con cariño.

—Sí, son cosas que cuando te pones a pensar... momentos que nunca podré olvidar, es normal, ¿no?

—Claro, claro. Bertoni fue uno de los que me habló con mucho cariño de usted.

—Iba al bar de mi hermano de vez en cuando. Ha sido de los mejores peloteros que han jugado en el Sevilla. Tenía una calidad impresionante, era verlo entrenar y te ponías contento de estar al lado de él. A mí me decía que yo era de los pocos con los que se podía hacer una pared; con otros, decía «yo a ti no te paso que te tiro una pared y me devuelves un ladrillo». El primer año había que verlo, parecía el gordito de la Cruzcampo. Yo se lo decía, tenía barriguita. ¡Vaya michelines! Hablamos con él, «cuídate que con esa barriga...». Era para reírnos, Daniel era el mejor con barriga o sin barriga.

—¿Y Montero?

—¡Uff! Qué calidad tenía Enrique. Yo lo quiero mucho. ¡Era un picha fría! Lo pasó muy mal en el Sevilla al principio. La gente se le echó encima, le pitaban una barbaridad, lo digo de verdad, nunca había visto una cosa igual, lo que le podían pitar a un jugador de casa... Carriega, que era nuestro entrenador... un día, íbamos ganando, e hizo entrar a Montero. Unos minutos después, y tras empatarnos, decidió sacarlo de nuevo. Montero se fue llorando por el túnel, que yo lo vi. Ese día algo en él cambió. Fue para arriba, arriba... hasta que la lesión no le dejó ir a más. Enrique es un tío al que quiero mucho, fíjese si lo conozco de hace tiempo que una parte de su viaje de novios lo hizo en mi casa, en Utrera, me lo traje dos o tres días a mi casa.

—Hábleme de Biri Biri.

—Los mosqueos que se cogía con el tema de la comida eran tremendos; él, al ser musulmán, no podía comer carne de cerdo, y a Juanito, el coriano, no se le ocurría otra cosa que cada vez que había una paella decirle que había dentro carne desmenuzada; Biri Biri se ponía como una moto, enfadado. ¡Tampoco bebía alcohol! En el homenaje a Gallego le dijo que se iba a tomar un whisky en su honor, pero nada, se bebió una Coca Cola.

—Otro personaje era Juanito, ¿no?

—Juanito era el cantaor, el que estaba con el flamenquito. Con él tocábamos las palmas en cualquier lado. Cuando íbamos a Madrid nos quedábamos en el hotel Colón, y allí, en el bar de abajo, le llevábamos al que ponía la música discos de 'Los Romeros de la Puebla'. Éramos una familia. ahora leo que si Cañizares no se habla con el segundo portero del Valencia, lo mismo que en el Arsenal. Nosotros nos queríamos, y nos queremos. Me acuerdo de Cantudo cuando terminaba los partidos, con los ojos torcidos. Mirándose un ojo al otro, debía ser por el esfuerzo porque se pasaba todo el partido corriendo. También me acuerdo de Valero, el portero, que jugó un partido y se llevó 500.000 pesetas.

—¿Cómo?

—Al Súper le habían sacado una tarjeta el partido anterior y no pudo jugar el encuentro ante la Real. Yo creo que se cagó y buscó la tarjeta. Se lo dijimos para darle caña y él decía que no. Como ganamos, nos llevamos la prima, y claro, Valero se llevó su dinerito. Me acuerdo el día que fuimos a buscar el dinero. Íbamos en el coche Montero, Valerita... Sólo subí yo.

—¿Adónde?

—A casa de Bertoni. El dinero lo tenía él, estaba todo preparadito, en papel de platina, en fajitos de 500.000 pesetas. ¿Sabe dónde lo había guardado? ¡En el frigorífico! Yo se lo dije, «pero Daniel, hombre, ¿cómo has podido meter el dinero ahí?» Me dijo que en ese lugar no miraba nadie. El dinero estaba fresquito, pero nos lo llevamos calentito.

—¡Ole! Muchas gracias por el buen rato que he pasado.

—Gracias a usted.

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