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Esta enfermedad no es para la muerte

29 de marzo, quinto domingo de Cuaresma

Javier Rubio

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Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo».

Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.

Solo entonces dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea».

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:

«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».

Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».

Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».

Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?».

Le contestaron: «Señor, ven a verlo».

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!».

Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».

Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: «Quitad la losa».

Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».

Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»

Entonces quitaron la losa.

Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».

Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera».

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar».

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Comentario

La Iglesia nos propone en el quinto y último domingo cuaresmal la resurrección como tema central de las lecturas. En el Evangelio, la de Lázaro, el amigo de Betania al que Jesús saca de la sepultura anticipando lo que Dios hará con Él mismo tras sufrir muerte de cruz. Pero la actualidad de los acontecimientos que vivimos nos hace enfocar el pasaje del Evnagelio con nuevos ojos, con otra mirada en la que percibimos la realidad a nuestro alrededor. Hay mucho donde detenerse en este Evangelio profundo y emocionante en el que, por ejemplo, aparece la más genuina confesión de fe en Cristo el Mesías salida de los labios de Marta. Sin embargo, vamos a detenernos al comienzo, justo cuando las hermanas de Lázaro le mandan recado y Jesús pronuncia una palabra enigmática, misteriosa, que seguro que ninguno de los que la escuchó supo interpretar correctamente: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». También hoy vemos una enfermedad dolorosísima que está arrancando de nuestro lado a millares de compatriotas y hermanos de todas partes del mundo. También hoy percibimos el sinsentido del dolor y el sufrimiento, pero también hoy, por boca del Papa Francisco, viene Dios en nuestra ayuda: “Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere”. Sus contemporáneos lo supieron cuando vieron cómo se levantaba de la tumba Lázaro. Nosotros lo sabemos porque lo confesamos como la principal verdad revelada, tal como Pedro -el primer Papa de la Iglesia- se lo hace saber a los israelitas en el discurso de conversión en Jerusalén que se relata en Hechos 2, 22: “Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis, a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte”. Con Dios la vida nunca muere. Conviene volver a contemplar la victoria resurreccional que implica en estos momentos de muerte y dolor.

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