HISTORIA
La Virgen de la historia
La devoción de Diego Ortiz de Zúñiga a la Virgen de la Esperanza de San Martín

Es todavía joven, pero se siente cansado. Quizás sea una enfermedad, quizás el peso de tanta historia. Eso piensa don Diego mientras corren sus dedos por la roja cruz de Santiago que lleva sobre su pecho. Corre el año 1680 . Lento y casi agónico, frente a tiempos pasados de historias con mayúsculas. Ahora todo parece vulgar y decadente . La ciudad no es lo que fue y el país apenas mantiene los muros de una patria cansada y desvencijada.
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Corren, será la enfermedad o el acecho de la muerte que retrató Valdés en la Caridad, los recuerdos por la mente del historiador. La historia es río inexorable que no deja de fluir. Recuerdos de tiempos gloriosos, de noblezas heredadas y de un poder que ya no es tal. Imágenes de una infancia visitando aquella vieja parroquia de San Martín , el santo de la capa, aunque para él siempre fuera el templo de la Virgen de la O de plata. Y del Niño muy niño. Sus mayores le inculcaron que era imagen de Esperanza y que se le rezaban oes en tiempo de adviento. También le contaron algo sobre un antiguo hospital que estaba por la Correduría y que era el motivo por el que la llamaban Enfermera. Su Esperanza. Olía a pellejeros antiguos, a incienso de barrio y al blanco almidonado de sus encajes. Olía a memoria. Olía a tiempo. Tempus fugit para los que llevan la vida en traje de reloj como su peor enemigo.

Diego recuerda la escena como si acabara de ocurrir. Llevaba años rastreando en viejos archivos y papeles, en libros olvidados y en rincones ignorados. Un trabajo de años que llegaba a la imprenta. Muchos tomos para intentar resumir la historia de la gran ciudad. Annales Eclesiásticos y Seculares de la muy Noble y muy Leal Ciudad de Sevilla, Metrópoli de Andalucía . Ahí es nada. Nada menos que desde el año 1246 hasta el año 1671. Una obra que no tenía precedente. En la conversación con el impresor surgió la idea de la elección de lema e imagen. La imagen no podía ser otra que un ancla, el ancla de su Esperanza, virtud teologal que habitaba, entre columnas salomónicas, en San Martín. Para el lema recurrió a la casualidad. Dicen que, en Historia, no existe. Los dedos cansados que ahora pasean por la cruz de Santiago se toparon entonces con un libro de la biblioteca.

Un clásico , La Eneida. Virgilio le daría la respuesta. Abrió el libro y encontró la cita: Nusquam abero et tutu, patrio te limine sistam. “Nunca me apartaré de ti y te pondré seguro a la entrada de tu patria”. Es el consejo que Venus dicta a su hijo Eneas y Diego entiende que es el consejo que su Virgen de San Martín le dirige. Será el lema que aparezca en la portada del libro. Ancla y lema entre tipografías romanas y grabados que muestran los hechos gloriosos del Rey Santo. La literatura clásica hecha teología en la portada de unos anales de Historia. La ciudad es así.

Diego está cansado. Ya no tiene el porte de aquel día en el que posó para el más grande pintor de su tiempo, el gran Bartolomé Esteban Murillo. Eso sí que es sobrevivir a la muerte que acecha. Tose. Carraspea. Junto a él se encuentra el escribano que toma nota de sus palabras y últimas voluntades. Ojalá los vivos respeten a los muertos. Ordenados los datos, experiencia tiene, en su memoria, empieza a dictar el testamento: “Mando que mi cuerpo sea sepultado en la referida Iglesia del Señor San Martín, mi parroquia, al pie del altar de Nuestra Señora de la Esperanza, de la cual Santísima virgen he sido particular devoto, y que por su medio he recibido de Dios Nuestro Señor muchísimos beneficios y espero recibir el mayor, que es la salvación de mi alma…”

Don Diego hace una pausa. Tiene mucho que contar y que disponer, pero le parece haber sentenciado lo fundamental. En esta vida, lo menos es lo más, aunque viva en un tiempo barroco. Todavía tardará unos minutos en disponer títulos, herencias y cantidades, pero lo fundamental está dicho. Se siente cansado. No sabe que no llegará a final de año, el año del Señor de 1680, un tiempo que fluye con una cadencia lenta, propia de tiempos de decadencias. No le importa. Se siente anclado a la Esperanza. Habita en San Martín. Diego Ortiz de Zúñiga pasará a la Historia.

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