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Sevilla y amén

El rayo de la Estrella

Este año no va a salir ni la Valiente, pero el cielo de Sevilla ha entrado en su templo para verla

Un rayo de luz penetra por la ventana de San Jacinto e ilumina a la Estrella J.M. Serrano
Alberto García Reyes

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Las vidrieras se desbordan en la sombra de la Estrella, varales de sol asoman por un tragaluz de deblas que cantan en las alcobas los gitanos de la cava. La Virgen en San Jacinto tiene un puñal en el pecho que atraviesa los cristales. Es un estoque de aurora, una lanza sin Longinos, una flecha de colores que se esparce por el templo para pintarle la cara. Es como un pincel de viento que da trazos invisibles sobre el lienzo de la tarde y que maquilla su rostro con el polvo de Triana, esos átomos de arcilla que amasan los alfareros para modelar el tiempo. En esta estampa del palio enfrentándose al fulgor que al entrar se descompone en un espectro de luces, Serrano ha visto a la Virgen con el halo cotidiano que le ponen sus devotos. El sol de Pagés del Corro, donde cantaba Manuel aquello de la Giralda, tiene un impulso homicida, pero la Virgen lo sabe y cada vez que la espada se adentra por esa nave buscando la carne débil, Ella cambia su querencia y, como un poderoso imán, recibe la puñalada sin alterar su camino. Así cantaba Manuel: el día que yo me muera vendré a visitar tu cuerpo «vestío» de primavera. Y así lo canta esta imagen: ¿qué luz es más luz aquí, la que Ella tiene por dentro o la que viene de fuera? ¿Alumbra más ese rayo o ilumina más la Estrella? O mejor: ¿la luz va o viene? Ese relámpago claro, ¿dónde nace y dónde muere? ¿Es la Estrella la que emite la claridad en la iglesia y para no deslumbrarnos su sol se fuga tranquila por las espesas vidrieras? ¿O es el sol el que la busca para acariciar su cara como un amante callado?

Un rayo de luz penetra por la ventana de San Jacinto e ilumina a la Estrella J.M. Serrano

Las incógnitas son hondas. Porque ese rayo se mueve desde un cielo hasta otro cielo, pero la Virgen no está en su antiguo recoveco, la capilla recoleta donde vive desde siempre, está en casa del vecino. ¿Esa claridad rotunda conoce los avatares de la Muchacha del barrio, sabe que cada Domingo cruza el puente y amanece por donde quiera que va? ¿Entiende la luz que ahora está todo detenido en un espacio de angustias porque ni Ella, la Valiente, va a poder ir a Sevilla? El rayo que rompe el vidrio para posarse en la Estrella es un candil de esperanza para este tiempo de duelo. Y cada vez que la Virgen, parada sobre sus zancos guarda el sol entre sus manos, una ilusión se despierta en el ansia de Triana. No saldrá, pero saldrá. Cada tarde sin faltar, el cielo penetra mudo por las rendijas del templo y proclama a voz en grito, como cantaba Manuel, la copla de la Giralda: Estrella, cuando yo me muera vendré a visitar tu palio «vestío» de primavera.

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