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sierra sur

El último cantero de Osuna

Andrés Benítez recuerda un oficio perdido y durísimo, transmitido de padres a hijos, que ayudó a construir la ciudad

El último cantero de Osuna borja moreno

borja moreno

Un simple paseo turístico por la Villa Ducal de Osuna es suficiente para que el visitante constate la presencia de grandes bloques de piedra de color albero en las construcciones. Puede verse con claridad en los muros de la Colegiata o en la Escuela Universitaria . También está presente en las iglesias, en casas señoriales y hasta en la Plaza de Toros.

Pero aunque esté camuflado por las paredes encaladas de otros edificios, el sillar de las Canteras de Osuna ha conformado el esqueleto arquitectónico del municipio y ha acompañado a sus habitantes a lo largo de la historia.

Andrés Benítez Montero es el último cantero de sillares que vive en Osuna. Su casa se encuentra a escasos metros del lugar donde se extraía la piedra. Paseando por un paisaje que muestra el trabajo de los antiguos «sillareros» realiza un recorrido que termina en la Cantera Luisa , el último emplazamiento en el que trabajó codo con codo junto a su familia.

En algunos de los primeros corredores que llevan hasta el corazón de las canteras se vislumbran una decena de casas que se cobijan al amparo de una, o incluso varias, de las paredes que quedaron después de la extracción del material. Cada vecino que sale a la calle saluda a Andrés. Allí lo conoce todo el mundo.

«Yo comencé a trabajar cuando tenía diez o doce años, en 1947», recuerda. Al principio se dedicó a ayudar como podía a su padre, Rafael Benítez Díaz, y a sus tíos Manuel y Antonio . «Por aquellos años el trabajo de sillarero lo realizaban cinco familias». La de Andrés era conocida como «los patíos», pero también estaban «los callejuelas», «los aníbal», «los chía» y «los cuevas».

Los miembros de cada familia tenían sus propias funciones. Los hombres se encargaban de los trabajos de excavación y cortado, mientras las mujeres ayudaban llevando las herramientas al herrero, transportando materiales de trabajo y no dejando que se quedaran nunca sin agua o alimento para los descansos . Los niños aprendían rápido el oficio y ayudaban desde muy pequeños. Sus piedras no sólo surtían a la localidad, también se transportaban a pueblos como Marchena, La Puebla de Cazalla o Arahal.

Los «arañadores» del suelo

Siempre desde arriba y hacia abajo, quitando la tierra y el sedimento que no servía, los sillareros iban cortando los grandes bloques de roca con la ayuda de su espiocha. Esta herramienta de hierro -similar a un pico- tenía dos partes, una ancha para cortar y otra con dos puntas que servían para arañar el suelo. «Las llamabamos las uñas» , señala.

Con ella daban forma a unos bloques uniformes de 60 centímetros de largo, 15 de canto y 25 de peralte que son los que dan realmente el nombre al sillar, según especifica Andrés. « Mis primeros bloques los vendí a 15 céntimos, más adelante llegaría a venderlos a 60 o 65».

Era una profesión dura, los trabajos se alargaban hasta bien caída la tarde y sin días de descanso. «No parábamos ni los días de lluvia y en esos siempre había algún tajo ya cortado que nos hacía de techo», afirma. Recuerda con una sonrisa como los únicos días que paraban era los que hacía «viento solano» .

La fuerza del aire lanzando arena durante un par de días solía ser la única oportunidad para que todos los sillareros bajaran al pueblo. «Esos días los aprovechaban para tomar unos vinos en compañía de todos los compañeros y de paso los más pequeños solíamos pedirles algunas monedas para ir al Cine Quintero y en verano al Gran Cinema».

A lo largo de los múltiples recovecos del recorrido por las canteras, Andrés se para varias veces para mostrar las diferentes curiosidades que guarda cada rincón. En muchas de las paredes, a gran altura, hay inscripciones, nombres y fechas realizadas por los mismo sillareros. «En esa pone J uan Maldonado , año MDCCCLIV», dice mientras señala las letras talladas, aunque reconoce que no podría asegurar el origen de esa señal del 1854. Otras, más recientes en el tiempo, sí.

Sin embargo, recuerda perfectamente una oquedad que rompe la caída recta habitual de una esquina trabajada. «Uno de mis tíos dio un golpe con la espiocha y comenzó a caer una cascada de granos de trigo». El sillarero había dado con un silo de trigo, quién sabe si romano. En ocasiones las canteras dejaban a la luz escondites de grano y una gran muestra de conchas y fósiles marinos, de cuando estas tierras estuvieron bajo el mar. Algo que guarda cierta semejanza con un oficio que, aunque apenas se recuerde, aportó tanto a Osuna .

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