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LOS PALACIOS Y VILLAFRANCA

Historia del último aguador de Los Palacios y Villafranca

Manuel «el del agua» se llevó un cuarto de siglo abasteciendo a su pueblo de agua potable

Manuel Ayala estuvo 25 rerpartiendo agua por las calles palaciegas F.R.M.

Fernando Rodríguez Murube

«¡Qué día más bueno para vender un camión de agua!» , exclama Manuel Ayala (Los Palacios y Villafranca, 1940) con un esbozo de sonrisa angelical, entre la resignación y la nostalgia, al constatar en el termómetro instalado en la Avenida de Sevilla (que marca 39 grados) lo caluroso que viene agosto. Pura deformación profesional de un oficio que remite directamente al pasado, el de aguador.

Manuel «el del agua», como se le conoce popularmente, abasteció del líquido elemento (potable) a su pueblo durante 25 años , cuando el suministro no estaba generalizado (y posteriormente, cuando lo estaba pero era de poca calidad), hasta que cayó en desuso tras la mejora de las redes de abastecimiento. «El agua que yo traía era mucho mejor que la del grifo, que tenía mucha cal», explica.

Camión de Manuel Ayala F.R.M.

Calle a calle, casa a casa, siempre con una sonrisa. Si en siglos pretéritos la labor de ofrecer agua en los lugares donde no existía alcantarillado público o simplemente el agua quedaba muy lejos se llevaba a cabo acompañado de burros y carretas, Manuel Ayala lo hacía a lomos de su irreductible camión de la marca Ebro .

Manuel siempre ha demostrado una acentuada inquietud por buscarse la vida. Así, con tan solo diez años perdió a su madre, y siendo el mayor de tres hermanos tuvo que dejar el colegio para irse a trabajar al campo junto a su padre. Aprendió diferentes profesiones, asentándose a los veintipocos años como tractorista en la zona de Las Palmeras (lo que más tarde se convertiría en el poblado de colonización de El Trobal). Cuando parecía que su trayectoria laboral estaba claramente definida, Manuel Núñez, un vecino de la localidad, le propuso hacerse cargo del reparto de agua por las calles de Los Palacios y Villafranca con un camión cisterna . «Yo ganaba 100 pesetas al día y me ofreció 150, ¡diez duros más, era una oferta irrechazable!».

Recuerda perfectamente que empezó el 1 de enero del año 1967 , incluso, mantiene intacto en su memoria que la primera parada la hizo en la Enramadilla, una zona periférica «con el suelo de terrizo, igual que la mayoría del pueblo en aquel tiempo salvo la calle Charco, la Plaza de España y la Calle Real».

« Traía el agua de Bellavista, de las bocas de riego . Yo tenía mi contador portátil de Emasesa, lo enchufaba todos los días para cargar mi cisterna (con capacidad para 5000 litros) y luego, al final de cada mes, pagaba la lectura que me pasaban». Aclara.

Manuel, durante una jornada de trabajo a principio de los años 70 ABC

A las ocho de la mañana, de lunes a domingo, ya estaba de vuelta en Los Palacios y Villafranca presto a tocar el claxon, cual butanero, por las calles de la zona del pueblo que le tocara. No obstante, antes de vender tenía que pasar con el camión por la Plaza de España para que dos miembros de la Policía Municipal llenaran una botella con el agua que traía, luego éstos la llevaban a Román el farmacéutico para que la analizara y diera el visto bueno . «Era el agua que la gente bebía y usaba para cocinar, así que era normal que pasara controles». Nunca tuvo problemas.

Manuel se llevaba todo el día llenando cubos, cántaros de barro o garrafas, la cuestión era vaciar la cisterna lo antes posible para volver a Bellavista a cargarla con otros 5000 litros. Cada jornada vendía unos 10000 litros (y porque no le daba tiempo a más) .

La profesión estaba en pleno auge, de hecho, un pueblo con apenas 15000 habitantes como era en aquellos años Los Palacios y Villafranca llegó a contar con hasta 6 aguadores a la vez (Gasparo, Ponce, Capitán, Tapia, Julio «El Niñato» y el propio Manuel).

Sin embargo, con el paso de los años la cuota de mercado cada vez era menor para cada aguador palaciego, ya que «cada vez había más gente que cogía agua de La Corchuela, y por tanto descendió la demanda de agua de Sevilla» . De hecho, en 1983 su jefe hasta entonces, viendo cada vez menos negocio en el sector, le dio el camión a Manuel (que sí apostaba por seguir vendiendo) a modo de finiquito para que siguiera por su cuenta con el oficio. Así, así poco a poco se fueron retirando sus compañeros de profesión hasta quedarse Manuel solo al frente de un pueblo entero , en una suerte de «monopolio hidráulico».

«Yo seguía vendiendo todos los días dos cisternas, a cada una le sacaba 20000 pesetas, y además llevaba otra que cargaba en una boca de riego que había en la calle Aurora para llevarla a la marisma por otras 5000 pesetas. ¡Había meses que ganaba más de un millón de pesetas!» , explica orgulloso.

Entre chistes, chascarrillos y cantes a la hora de vender su mercancía líquida , el trato con los vecinos era diario, así que es fácil intuir que Manuel «el del agua» era y es un personaje muy popular en el municipio sevillano.

La llegada de Emasesa en 1991

En 1991 llegó a los hogares palaciegos el agua potable de Emasesa (que sí bebía la inmensa mayoría), y a partir de entonces el servicio que Manuel había ofrecido con tanto esmero a sus convecinos durante un cuarto de siglo ya careció de sentido , motivo por el cual abandonó su ruta por las calles del pueblo (por cierto, el año que viene se cumplen 40 años, una magnífica efeméride para reconocer su labor).

No obstante, siguió llevando agua con su viejo camión, principalmente a la marisma del Guadalquivir , aunque también eran regulares sus transportes a las cooperativas arroceras, a una fundición de hierro, a una empresa que se dedicaba a elaborar agua destilada y productos químicos, a la finca de los Guardiola, a las dos gasolineras cercanas a esta localidad del Bajo Guadalquivir que se construyeron «el año de la Expo», incluso, a un aljibe ubicado en la urbanización nazarena de La Motilla. «O sea, que yo tenía trabajo en cantidad», deja constancia. Así aguantó unos años más hasta que se prejubiló. Sin duda, la historia de Manuel supone uno de los cada vez más escasos reductos testimoniales de aquella otra época, de aquella otra España, más lejana en el modo que en el tiempo.

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