Marchena
Don Juan Ramón, el cura organista defensor del arte y del pueblo de Marchena
Este sacerdote luchó contra la pobreza de sus feligreses cuando llegó a la localidad hace casi 60 años y contra el abandono de la parroquia de San Juan Bautista, sentando las bases de la Academia de Órgano que se ha celebrado este fin de semana

El cura emérito de la parroquia San Juan Bautista de Marchena, Juan Ramón Gallardo Soriano , 'don Juan Ramón', lleva más de media vida en este municipio. Vive muy cerca de la iglesia que dirigió espiritualmente durante 33 años, tras su paso por ... la de San Miguel, también en esta localidad, donde ejerció durante 18 años. Tiene 86 años y una de sus pasiones es tocar el órgano , algo que hace con gran maestría. Durante el pasado fin de semana se han dado cita en Marchena organistas de renombre, no solo en España sino en distintos puntos de Europa. Iniciativa que se puso en marcha hace dos décadas y en la que la pasión de este cura octogenario ha tenido mucho que ver, sobre todo cuando mostró al entonces presidente de la Junta de Andalucía , Manuel Chaves, en una visita que hizo al municipio, el estado en el que se encontraban los órganos de la iglesia que regentaba, dando el primer paso para su restauración.
Don Juan Ramón todavía conduce. Y lo hace para ir a las revisiones médicas de rigor, casi nada teniendo en cuenta su edad. Vive en la calle Padre Marchena , situada en unos de los laterales de la iglesia de San Juan Bautista, aquella a la que llegó 18 años después de estar en Marchena. «Miguel Parrales murió repentinamente y el vicario me llamó a las 6 de la mañana para que me hiciera cargo de San Juan», precisa.
Cuando tomó las riendas de esta iglesia, vio un edificio «magnífico, lleno de obras de arte pero en muy mala situación y con escasos medios». Y, después de años luchando contra la pobreza en el barrio de San Miguel, el párroco no se arrugó poniéndose manos a la obra. Hoy en San Juan Bautista hay una sala museo dedicada a las obras del pintor Francisco de Zurbarán (1598/1664). Pensó que «el turismo hará que la gente del pueblo se interese por su propio patrimonio». Su entusiasmo por mostrar la iglesia y sus obras no decaía incluso cuando en julio y agosto se presentaban grupos a verlas a las cuatro de la tarde.
Han llegado a Marchena ministros, pintores que tienen su obra colgada en el Museo del Prado , turistas de Hispanoamérica, políticos de diferentes partes de España. Y cuenta Don Juan Ramón que, después de la visita, «escribían a la Junta de Andalucía agradeciendo la atención y el trato».
En 1986 visitó la iglesia el entonces presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves y, con la intención de llamar su atención sobre las obras de artes que contenía el edificio, le dijo «estas son tablas de Alejo Fernández y los turistas no las ven porque hay que arreglar la iglesia». Así es como, con su insistencia, el párroco consiguió que se restauraran los dos órganos, dos retablos, cuadros de Zurbarán, bordados y otras grandes obras que hacen de este templo uno de los más visitados de la provincia.
Marchena: epicentro de la música de órgano
El sacerdote cuenta orgulloso cómo en 2004, cuando se inauguró el órgano de más tamaño de San Juan, llegaron hasta Marchena organistas de diferentes partes del mundo : Japón, Alemania, EEUU, Venezuela, México, Francia, Reino Unido. «Daban conciertos en Londres o París y al día siguiente venían a Marchena», explica.
Verlo sentado en el órgano a su edad, tocando sin partitura y sin gafas es un lujo para Marchena. La última vez que dio un concierto fue hace apenas dos semanas en la iglesia de San Miguel . Los vecinos de la localidad cuentan que si te acercas a saludarlo y le preguntas cómo está, contesta: «estamos vivos».
En los últimos días se han reunido en la Marchena organistas de la talla de Andrés Cea Galán , con la colaboración de los profesores Massimiliano Raschietti (Austria) y los organeros Johan Zoutendijk (Países Bajos) Oscar Lagua (España). La localidad ha vuelto a ser epicentro de la música de órgano. Y Don Juan Ramón ha disfrutado como un niño. «Le brillan hasta los ojos y es el primero en llegar a la iglesia», cuentan.
Porque este anciano cura no solo toca el órgano sino que da una lección magistral de la historia de cada partitura y de su dificultad de una manera sencilla. Durante una visita a su paraíso particular, los órganos de la iglesia de San Juan, el párroco deja ver su rapidez física y mental, sube las angostas escaleras a una velocidad sorprendente, como si se conociera el camino de memoria y sin fallarle las piernas. Y cuándo le preguntas cómo es que a su edad no usa gafas, responde que únicamente no ve «cuando no hay luz», una de sus ocurrencias.

Juan Ramón Gallardo es de Sierra Yeguas (Málaga) y se ordenó el 29 de junio de 1958. Cuenta que tuvo que empezar con una dispensa porque no tenía la edad legal requerida, 24 años. Los tres primeros años estuvo en Constantina (Sevilla) y, después, le dieron a elegir entre tres pueblos, dos destinos eran en una parroquia y uno en una iglesia filial, pero no le dijeron los nombres. «Pensé que llevaba muy poco tiempo y necesitaba tener a compañeros al lado a los que pudiera preguntar». Fue el argumento que lo llevo a hacerse cargo de la iglesia San Miguel de Marchena, como coadjutor de la parroquia de San Juan.
«Cuando llegué a San Miguel me encontré con una terrible realidad , la gente sentía que estaba dejada de la mano de Dios. Un señor llegó a decirme un día «mire usted hasta el Santo nos ha dado la espalda», refiriéndose al Corazón de Jesús que está en la iglesia de San Agustín». La respuesta de Don Juan Ramón fue: «Usted es pastor y los pastores no van detrás de las ovejas porque les peguen, van detrás porque es su pastor y lo conoce».
Con ello quiso explicarle a este vecino que solo necesitaba un poco de tiempo para demostrar que había llegado a Marchena para ayudar al prójimo . «Pude elegir entre más de 80 parroquias, tenía aprobadas las oposiciones y podía dirigir una parroquia y había entre las que me ofrecieron algunas con más categorías porque aquí la casa parroquial era una galería sin luz , pero me acordé de una frase del Evangelio cuando Jesús se encontró con una multitud que no tenía para comer. En Marchena me habían acogido bien y no podía irme y dejar a las criaturas en esta situación».
«Me llamaban el cura comunista»
En este tiempo consiguió que San Miguel funcionara como parroquia «ser independiente fue una nota de orgullo para el barrio después de 55 años sin serlo». Pero Don Juan Ramón no se quedó dentro de la iglesia, recién llegado se fue a recorrer el barrio y «encontré chozas y pobreza . Visité a una viejecita enferma en la calle La Mona y había 18 familias viviendo en chozas , en un corral enorme. Ese mismo día pasé por el Casino y vi como unos señores se estaban comiendo los dulces de una confitería, cuando el resto del pueblo no tenía ni para comer . Esto me hirió profundamente, por eso no pude irme. La filial era tan pobre como el barrio, yo conseguí salir adelante porque era capellán de Santa Clara».
Don Juan Ramón cuenta sus recuerdos con un deje de amargura, porque su mente, a pesar de la edad, está lúcida y no ha olvidado ni sensaciones ni detalles. Y recuerda como fue un poco revolucionario en esos primeros años. «Pensé que estos señores que comían todos los días no eran conscientes de la realidad. Cogí la parte social de la iglesia de la encíclica de Juan XXII y todos los domingos en mi sermón hablaba del derecho de los trabajadores, del sustento, del salario justo y del asociacionismo, todo en plena dictadura».
Y reconoce que por este tipo de actuaciones « me llamaban el cura comunista . Tuve que dejarles claro que el mensaje no era mío sino del Papa. Si alguien no creía al Papa no era problema mío sino de su pobre fe». Y asegura que «lo único que quería es que los ciudadanos fueran libres de elegir al menos en la religión, había dictadura política pero no la habría eclesiástica. Era la iglesia de los hijos de Dios”.
Eligió Marchena, el pueblo que lo eligió hijo adoptivo en 2018, cuando cumplió 50 años de su ordenación como sacerdote. Y además en la localidad una calle lleva su nombre. Pero lo más importante para él es el reconocimiento y cariño de sus vecinos que no tienen para pagarle todo el bien que ha hecho en este pueblo de la Campiña sevillana.
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