El Palmar de Troya: «Ha llegado el Apocalipsis»

Los estigmas que nadie quiso mirarLos altos muros que separan el mundo exterior de la finca La Alcaparrosa son una metáfora del aislamiento que sufren los miembros de una secta cuyo cuento pervive en el tiempo por más que salgan a la luz las miserias de su interior. Un fanatismo pseudoreligioso nacido de unas falsas apariciones que ha arraigado en las mentes de familias enteras esclavas de la palabra de un oráculo que se autoproclamó papa y que se estigmatizó para hacer creer ante las multitudes que era el elegido para salvar al mundo del Apocalipsis. Hoy, medio siglo después de su nacimiento, la Iglesia Palmariana es un grupo burbuja venido a menos, que ha dejado tragedias personales en el camino mientras la sociedad ha mirado para otro lado y que ahora renace por la pandemia: «Se está cumpliendo la profecía: el fin del mundo ha llegado». El padre Guido María es un exobispo de El Palmar de Troya criado en una familia irlandesa que iba allá donde se aparecía la Virgen y que peregrinó hacia esta pequeña pedanía de Utrera en los años 60 fascinada por las visiones de Clemente Domínguez. Educado en la doctrina dictada por un hombre que manipuló las mentes de miles de personas hasta su muerte, Guido tomó los votos en esta nueva iglesia cismática y cruzó la frontera hacia una vida de piedad y casi esclavitud para orgullo de su padre. Tras once años como misionero y 16 como obispo en la basílica se le fue cayendo el velo y descubriendo que todo había sido una mentira. Leyó, investigó y comprendió que había perdido gran parte de su vida. Fue expulsado para siempre de un Edén convertido en Purgatorio y salió sin nada en la cartera y con la única carta de presentación de haber pertenecido a una secta. Sus padres murieron renegando de él, les prohibieron volver a hablarle bajo pena de excomunión. Pero salió adelante. Hoy, Guido (su nombre en la orden) ha rehecho su vida, está casado con una mujer con la que tiene dos niños. Fue a la universidad y se licenció en Psicología con el objetivo de ayudar a salir adelante a personas como él, a las que les han lavado el cerebro, y para intentar que los palmarianos que consultan su página en Facebook vean la luz. «En 2019 hubo un suicidio en Irlanda. Una chica palmariana a la que habían expulsado de la orden se tiró por el balcón», explica. Calcula que ha ayudado a unas 120 personas desde 2014: «Unos arreglan pronto sus problemas, otros vuelven dentro y otros buscan otra religión». En el caso de esta joven, la decisión que tomó no tiene vuelta atrás. Los fieles y los que están dentro de la basílica pasan un proceso similar al salir a la calle: se esconden avergonzados porque ese estigma sí es real. Son bichos raros tanto en estética como en las conductas antisociales. Luego está el dilema entre el bien y el mal: «Dios me está mirando y voy a ser castigado, Satanás habita en las almas en pecado mortal». Al fin y al cabo, es lo que han aprendido desde pequeños. Fueron rechazados por sus familias, señalados por el resto del mundo como miembros de una secta, sin oficio ni beneficio y contaminados por unas creencias que, pese a ir desapareciendo, son una losa demasiado pesada para salir de un tipo de esclavitud espiritual. Porque la Iglesia Palmariana no son sólo las excentricidades de las que se lleva décadas hablando en tono humorístico, de que canonizaron a Franco o cómo el Papa se dio a la fuga con una monja de la orden llevándose el «papamóvil». Detrás de aquella valla de piedra y del lujo de la basílica, hay otros muros intangibles que han arruinado y destrozado la vida a cientos de familias de todo el mundo sin que las administraciones muevan un solo dedo. La historia de DámasoGuido y Dámaso son dos ejemplos de cómo se puede salir del agujero negro en el que se encuentran quienes abandonan el Palmar. Este último vive y trabaja felizmente en Irlanda, compartiendo su vida con su mujer y su hija de cinco años. Pero, para llegar a ello, tuvo que sortear un auténtico drama. Nació en una familia humilde del Perú a finales de los 80, en pleno conflicto de grupos paramilitares. Hasta allí llegó un misionero palmariano con mensajes apocalípticos con quien mantuvo contacto. «En uno de los viajes junto a él cinco ladrones fuertemente armados nos secuestraron en el autobús que nos llevaba desde Lima a Piura, donde iban también dos policías como civiles. En medio de la oscuridad, hubo un tiroteo y uno de ellos cayó muerto a mi lado. Nos llevaron a un desierto donde estaban otros asaltantes armados y decidieron matarnos. Nos vimos encañonados hasta que de repente apareció la Policía y nos rescataron. Aquel suceso me convenció de que Dios me quería en el Palmar», revela.El padre Dámaso, que fue expulsado del Palmar en el año 2000y hoy ayuda a los miembros a de la secta a salir de allí - ABCTras dos años como seguidor decidió pedir el ingreso en la orden. Partió hacia Sevilla el 30 de septiembre de 1992, en los estertores de la Expo, contra el criterio de su padre, de quien no pudo despedirse. Al llegar fue trasladado a la «casa papal» que tenía la orden en la calle San Vicente. «Recuerdo el olor a mierda y a dos curas desequilibrados en un garaje». Fue una premonición. Los primeros días fueron felices, conoció al «último» papa de la historia de la Iglesia, aquel que proclamaba que moriría crucificado y que se acabaría el mundo (Clemente murió un Viernes Santo… pero de un ataque el corazón). Pensaba que estaba salvando a su familia pero, tras la fiesta de la Hispanidad, observó cómo el papa salía por las noches y regresaba días después borracho. «Había un venezolano que fue el amante de Clemente durante muchos años y que asaltaba sexualmente a muchos jóvenes seminaristas incluso a monjas. Esto lo sabían Manuel Alonso Corral (el número 2 y posterior papa Pedro II) y el propio papa, que lo amaba y lo mantenía. Era un depravado del que se guardó silencio porque nos amenazaban al día siguiente de que, si esto salía al exterior, Dios te condena y te expulsa del Paraíso. Sufrieron en silencio toda su vida». Dámaso asistió a algunas juergas de Clemente -conocido en los locales de ambiente de Sevilla como «La Voltio», ya que fue trabajador de Sevillana de Electricidad- y observaba cómo el papa, siendo ciego, recorría los pasillos de noche escuchando detrás de las puertas. Pero todo se complicó cuando nombraron a Ginés (a la postre Gregorio VIII y el papa apóstata) tercer superior general. «Ahí entró mi trauma porque endureció las normas que ellos mismos no cumplían, y los castigos eran severos. Nadie vivía en paz, dormíamos apenas cuatro horas diarias y estuve a punto de perder la cabeza porque sabía que me estaban espiando. Encima no tenía contacto con mi familia porque nunca me llegaban sus contestaciones. No había caridad con los ancianos. El padre Justo, mi superior y a quien quise como a un padre, se ahogó en sus propias flemas ante mis ojos porque no quisieron trasladarle al hospital. Ahí empecé a cuestionar cosas, lo mismo le pasó al misionero de Perú, que me trajo libros para recuperar la autoestima. Un día -cuenta Dámaso-, en 1998, en el desayuno en la comunidad Manuel Alonso Corral dijo ante todo el mundo que mi padre había muerto. Caí destruido. Fui a hablar con él para pedirle que me dejara llamar a mi madre. Su respuesta fue que no había permiso y que me marchara. Insistí, y me gritó: “¡Fuera de aquí!”».Pasó días llorando hasta que un compañero alemán le dejó un teléfono móvil para que hablase con su madre de forma clandestina. Ella pensaba que su hijo había muerto. Nunca le llegaron las cartas. La crueldad llevó a Alonso a excomulgar a la madre de Dámaso por ir al hospital a recoger el cadáver para hacerle un velatorio. «Desperté, no podía dejarme manipular por un idiota como Ginés, que era un mono con dos pistolas, mientras otros superiores hacían lo que les daba la gana y vivían rodeados de lujo», relata. Un grupo de obispo del Palmar expulsados de la secta en el año 2000 - ABCEl joven peruano, junto a otros obispos que se cuestionaban las normas, pudo mantener el contacto a partir de ahí con su familia porque consiguieron teléfonos móviles. Pero fueron descubiertos y expulsados en un juicio inquisitorial por parte del papa Clemente. En tres días fueron condenados al destierro 20 religiosos. Se vieron en la calle y durmieron en una pensión en Plaza de Armas. «Pensábamos que Clemente estaba equivocado y le habían engañado, seguíamos creyendo en la doctrina y queríamos volver, pero no nos dejaron», indica Dámaso, que acabó junto a sus compañeros en un piso en Archidona propiedad de un palmariano austriaco. Allí descubrieron que Clemente se autoinfirió los estigmas, que todo era una mentira. Fue a un cibercafé y escribió en Google: «Clemente Domínguez». Lo que leyó le dejó perplejo. Estaba atrapado en una gran estafa a sus 31 años, tras pasar casi una década encerrado. «Fue humillante, estuve sin dinero, sin saber dónde ir ni cómo encontrar un trabajo. Conocí a un sacerdote que me ayudó. Hablé con el obispo de Málaga y éste me animó a escribirle al Papa Juan Pablo II y a su secretario Joseph Ratzinger. Recibió contestación: no podía ejercer como sacerdote y le animaban a no meterse en más grupos. Así, salió adelante con sus propios ojos, trabajó, encontró un apartamento, se casó… y ahora hace activismo antipalmariano a través de un podcast y las redes sociales. «El papa es una víctima»Guido ingresó el mismo día que el suizo Joseph Odemaart, hoy el papa Pedro III. «No conoce otra cosa, creció como palmariano desde niño porque toda su familia eran miembros. Su padre también era vidente, dicen incluso que pasó tres días de tinieblas, que es una profecía famosa allí: el demonio controla el mundo y este hombre lo vio», cuenta el exobispo irlandés. Señala que es una persona agradable que nunca fue un corrupto como sus antecesores. Cree que aquella es la verdadera Iglesia Católica, que Clemente veía a la Virgen todos los días y que tenía estigmas. Joseph Odemmart, un suizo criado entre palmarianos que ahora es el papa de la orden - ABCA Odemaart se le conoce en la orden como el «Caudillo del Tajo», una profecía que augura que desde España saldrá un hombre de aquel río para luchar contra los comunistas y los enemigos de Dios. Este caudillo espiritual proclama que el Anticristo ya ha nacido y tomó forma humana en el año 2000, y que su es un exobispo del Palmar y su madre, la Antimaría, una exmonja. El líder actual de la secta utiliza a un propagandista, el padre Braulio, para captar fieles por todo el mundo. La decadencia económica y la huída masiva de adeptos han obligado a relajar las normas y a abrirse al mundo. Muchos tienen dudas pero, sobre todo, tienen miedo. Eso lo ha aprovechado la jerarquía, a la que le ha venido de perlas la crisis sanitaria. Así, han creado cuentas en redes sociales y una página web, donde exponen que el coronavirus es un castigo de Dios y el fin de los tiempos. Braulio mantiene reuniones por videollamadas intentando convertir personas a la doctrina palmariana. Son jóvenes de países pobres, donde el nivel cultural no es alto y acaban captando fieles con el discurso apocalíptico. Así, se aseguran la vigencia y la economía, ya que les piden el diezmo y les instan a dejar en herencia todas sus pertenencias. Actualmente, en La Alcaparrosa hay unos 40 curas y 40 monjas. En su máximo apogeo llegó a haber 115 sacerdotes y 130 religiosas. Cada uno tiene familia en la comunidad, que suelen ser de once o doce hijos, por lo que se garantizan mano de obra y el 10% de su sueldo. «Ahora, si uno deja el Palmar, su familia ya no tiene prohibido mantener el contacto -señala Guido-. El acto sexual es sólo para la procreación, pero a las mujeres ahora se les permite ponerse arriba». Tienen prohibido consultar los medios de comunicación y desconocen el protocolo anticovid. Eso ha hecho que se hayan multiplicado los casos. Tres religiosos han muerto y el pueblo culpa a la secta de que ahora esté todo cerrado al estar en el nivel de alerta máxima por la tasa de contagios. Un infiltradoDe todo esto da fe Carles Tamayo, un conocido detective en Youtube que se ha especializado en infiltrarse en sectas. En enero de 2019 se puso en contacto con la orden y le invitaron a que fuera al Palmar. «Me instaron a que no me relacionase con gente que no vistieran debidamente y que no tuviera contacto con las mujeres, porque decían que provocaban», explica a ABC. Habló con Braulio y le facilitaron una casa en el pueblo, donde vivió una semana a gastos pagados. Entró en la basílica, asistió a misas, exorcismos, estudió el Catecismo. Se hizo pasar por un palmariano y lo grabó todo con una cámara oculta. Para acceder le recogían en coche, como al resto de fieles. Los hombres y las mujeres no se cruzan, pero un día una palmariana se le acercó y le preguntó su nombre y edad. «Le dije que 23 años y me dijo que tenía una hija de mi edad y que quizá algún día me interesaría conocerla. Un matrimonio de conveniencia». Dentro comprendió que había muchos niños pero pocos jóvenes, ya que la mayoría se acaban yendo. La mayoría son personas de 40 a 60 años que llevan allí toda su vida.«El imaginario que se tiene de una secta es de gente malvada con túnica blanca alrededor de una hoguera, pero no, aquí los fieles son gente muy buena que sacrifican su vida convencidos de estas creencias. Mucha felicidad no vi, pero la gente que está allí es por dos razones: por su familia y porque más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer», afirma. Guido, Dámaso y Tamayo tienen claro que la secta del Palmar tiene garantizado el futuro ya que quienes nacieron a partir de los 80 seguirán educando a sus hijos según la doctrina que inventó Clemente. Por eso, hacen un llamamiento a las administraciones para que se preocupen por lo que pasa dentro de aquellos muros. Una tragedia que se perpetúa y cuya farsa sobrevive 50 años después.

El Palmar de Troya: «Ha llegado el Apocalipsis»

La Iglesia Palmariana que subsiste en Sevilla ha dejado por el camino una ristra de tragedias personales y de víctimas de una mentira mantenida en el tiempo. Ahora, cuando el Covid se ha colado entre sus muros, proclaman que el fin del mundo ha llegado: «Se ha cumplido la profecía»

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