El uso dietético del cacao en la Sevilla del siglo XVIII
El profesor Rafael Martín es el autor de un libro que investiga los 500 años del hospital de la Misericordia de Arahal y las técnicas avanzadas llevadas a cabo con este producto
Un sevillano que trabajó en la corte de Felipe V, considerado el precursor de la Medicina moderna
En Arahal había en el siglo XVIII tres hospitales, el más importante, el de la Santa Caridad y Misericordia, ha estado abierto cinco siglos, desde 1516 a 1991. Este centro asistencial fue referente en España y en el mismo se practicaban métodos protocolarios ... que hoy en día aún están en vigor, basados en un sistema riguroso de atención al paciente en aspectos vitales de enfermería, como las analiticas de la orina, y con prescripciones de medicamentos de fórmulas magistrales que se elaboraban en una farmacia interna en el mismo edificio. Se ha constatado que el cacao era uno de los alimentos de la dieta de los enfermos ya en el siglo XVIII supliendo la carencia de proteínas de la carne y el pescado. En esa época empezaron a considerar la alimentación como base de la curación.
Todo estos datos y muchos más aparecen en el libro 'La labor asistencial del Hospital de la Santa Caridad y Misericordia de Arahal a lo largo de su historia' escrito por el profesor Rafael Martín Martín, recientemente jubilado del trabajo que ha ejercido en los últimos años de su larga trayectoria profesional: inspector de Educación, ostentando la jefatura de este cargo en Sevilla, además de estar al mando de Alta Inspección de Educación del Estado en Andalucía desde 2012 a 2018. Es su segunda obra y será presentada el 13 de abril en la Casa del Aire.
El libro es el resultado de una ardua investigación que comenzó en 1996, cuando todavía era hermano mayor de la Hermandad de la Santa Caridad y Misericordia (llevaba en el cargo desde 1989). Este historiador e investigador fue entonces consciente de la labor asistencial de esta entidad religiosa siempre con el objetivo de atender a los más desfavorecidos. En 1516, la hermandad arahalense, la más antigua de la localidad (data de 1501) comenzó su labor en un principio basada en el acogimiento de transeúntes y vagabundos.
El santero y el capellán
Según cuenta Rafael Martín, el edificio donde hoy se encuentra la iglesia y casa parroquial, en el siglo XVI disponía de una sola habitación dedicada a estos menesteres. La persona que hizo las labores asistenciales, en un primer momento, fue la figura del santero, contratado por la hermandad para la recepción de enfermos, enterramiento, además de labores propias de atención de la iglesia. Una de las funciones principales de la hermandad es la que se denominaba 'atender al bien morir', es decir, dar la extremaunción a los moribundos y enterrarlos en cristiana sepultura.
«He tenido que contextualizar todas las épocas por las que pasó el hospital cuya vida estuvo influenciada por hechos históricos», dice el autor. El siglo XVI fue también el de la creación de la figura del capellán que ha permanecido hasta la actualidad. Este cargo, creado en 1535, lo ostentaba un sacerdote que atendía a los enfermos a la hora de la muerte.
El libro recoge una relación de todos los 24 capellanes que han pasado por la iglesia del Santo Cristo, al igual que también aparece una relación de los médicos, religiosos de las distintas congregaciones y hermanos mayores. «Quiero que el libro sea también un homenaje a todas las personas que de una manera u otra han hecho posible la labor asistencial del hospital», apunta el autor.
El hospital va adquiriendo importancia conforme se acerca el siglo XVII, razón por la que la hermandad ve necesario dar un paso más. Fue entonces cuando contratan a la primera congregación religiosa y especializada y entran en 1639 cuatro hermanos Hospitalarios del Hábito de San Pablo, que además de ocuparse de atender a los pobres y enfermos y la enfermería, debían dar cuentas al mayordomo (hermano mayor) de las limosnas recogidas.
Los Obregones
Pero fue en 1664 cuando la hermandad dio el paso definitivo que convirtió el hospital en referente en todo el país, contratando a una orden asistencial de relevancia, los Hermanos Obregones, que gestionaban varios centros sanitarios de importancia en España, entre ellos el Hospital General de Madrid.
Del acuerdo queda constancia en escritura con una serie de estipulaciones: a cambio de gestionar el hospital, ceden a esta congregación todos sus bienes. «Se desprendieron de todo para atender a todos.¡Qué buen ejemplo de misericordia, caridad, abnegación y ejemplo cristiano el que ofreció la entonces Junta de Gobierno, presidida por el entonces mayordomo Francisco Muñoz Bravo», añade el autor.
Empieza entonces una etapa en la que se dan los mayores avances médicos y económicos. Los Hermanos Obregones implantan la rigurosidad en el cumplimiento de sus funciones asentando todas las atenciones en un libro de ingresos y salidas.
El protocolo en la atención, dirigido por el hermano enfermero jefe, incluía una rueda de visitas a primera hora de la mañana para comunicar las incidencias al resto de hermanos enfermeros, establecer la dieta de cada enfermo, órdenes de limpieza de las dos salas donde se les atendía, ropa limpia en las camas. «Llevaban una libreta donde se apuntaba todo, incluso hacían inventario con asientos en el libro de Data».
En esta época, el hospital tenía cirujano, barbero, sangrador, boticario, lavandera, cocinero y, en 1735, se incorpora otra figura importantísima: el médico. A lo largo de su historia trabajaron 16 médicos, el último, José Marina Pueyo, que hoy tiene una calle a su nombre en Arahal por la huella de buena atención que dejó en la población.
Esta congregación llegó a dirigir el hospital como una empresa. Recibieron una herencia de 8.000 ducados de una vecina de El Coronil, Ana de la Fuente y Armillones, que invierten en la compra de 300 fanegas de tierras de labor en todo el entorno, incluyendo Paradas y Marchena. La mitad de las tierras la explotan ellos contratando a jornaleros y la otra la alquilan.
Esta riqueza económica se traduce en la compra de las casas aledañas a la iglesia para ampliar las dependencias y construir una estancia de labor donde producen vino, aceite, vinagre y elaboran pan con harina de trigo. Incluso, la actividad daba para vender excedentes.
Con ello, los enfermos atendidos tenían asegurada una buena dieta, que incluía aparte de sus correspondientes comidas, dos vasos de cacao diario (sólo asequible a las clases altas), con una hogaza de pan con aceite y azúcar, uno para el desayuno y el otro, con un trozo de bizcocho en la merienda. Los Obregones estuvieron gestionando el hospital hasta 1841.
Hospital de campaña
Cada una de las historias y datos que se cuentan en el libro de Rafael Martín están fielmente documentados. Los libros de Cabildo de la hermandad, Archivo Nacional y los del Arzobispado de Sevilla han sido tres de las principales fuentes del autor, pero no las únicas. El más antiguo de los libros de Cabildo data de 1677, es uno de los tesoros de la institución religiosa. En ellos se refleja cada época con precisión, incluida la que lo convirtió en hospital de campaña en todas las contiendas ocurridas a fines del siglo XVIII, XIX y la principal del siglo XX, la Guerra Civil.
Las últimas etapas del hospital están protagonizadas por dos órdenes religiosas. En 1857 llega la orden de Hermanos del Pozo Santo y crea la primera enfermería solo para mujeres y, en 1897, entran las Hermanas del Rebaño de María, que introducen la docencia con la creación de la Escuela de San José y una nueva función asistencial: la geriatría. Perviven hasta que se cerró en 1991.
Por el hospital ha pasado un total de 12.348 enfermos, es una de las estadísticas que el autor del libro ha obtenido de la suma de los registros que ha realizado en todo el tiempo que ha permanecido abierto, que se contienen en los trece gráficos de enfermos distribuidos a lo largo de sus capítulos, al igual que aparecen datos contables y datos poblacionales; en 1490 Arahal no llegaba a 2.000 habitantes y sólo unos años más tarde pierde 500 por migración a pueblos como Puerto Real y Villamartín donde obtenían dádivas para instalarse.
El libro de Rafael Martín no sólo recoge la historia de un hospital sino de un pueblo durante los últimos cinco siglos, que a modo de introducción aparece en cada uno de los cinco capítulos de la obra.
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