crítica de ópera
Amores espinados
El Teatro de la Maestranza estrena con buena nota la ópera 'Jenůfa' de Janáček
La ópera 'Jenůfa' de Leoš Janáček, por primera vez en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

'Jenůfa' de Janáček
- Intérpretes: Nadine Weissmann, Peter Berger, Thomas Atkins, Ángeles Blancas, Agneta Eichenholz, Isaac Galán, Felipe Bou, Marifé Nogales, Zayra Ruiz, Patricia Calvache, Ruth González y Alicia Naranjo. Coro de la A.A. Teatro Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.
- Director musical: Will Humburg.
- Dirección de escena: Robert Carsen.
- Escenografía y vestuario: Patrick Kinmonth.
- Iluminación: Robert Carsen, Peter Van Praet.
- Producción: Opera Ballet Vlaanderen (Amberes/ Antwerp).
- Lugar: Teatro de la Maestranza.
- Fecha: 16/02/2023.
Es verdad que 'Jenůfa' es la primera vez que se hace en Sevilla, pero también que es la tercera ópera de Janáček a la que asistimos en el Maestranza en los 30 años del teatro, de las nueve que compuso el músico checo. Efectivamente, ... vamos a ópera janaceckiana por decenio: 'La zorrita astuta' en 2004, 'Šárka' en 2013 y ahora esta 'Jenůfa' en 2023.
A pesar de la truculenta trama que nos hiere con un infanticidio (deja atrás las torturas y muertes en cadena de 'Tosca', por pensar en una ópera próxima), cometido además por su 'abuelastra', por entendernos (la madrastra de la madre -Jenůfa- del niño). Se llega a ello por la presión social en un ámbito rural y desde aquí se dirige al estricto entorno femenino, aunque podría haberse planteado como un conflicto racial, religioso, de clase, etc. Janáček prefiere el campo porque lo conoce bien, y es donde encuentra la 'raza' auténtica morava, a la vez ahonda en la cercanía de la tierra con la naturaleza humana. Desde aquí construye el basamento de sus 'melodías del lenguaje', a partir de la musicalidad del habla de sus congéneres.
A pesar de la dureza que domina mayoritariamente la partitura, y que el moravo refleja como punto de partida para justificar la severidad del drama que plantea, la música no se aleja de la tonalidad y, en todo caso, de la modalidad, típica del folklore rural, aunque el compositor la estiliza suficientemente, como nos muestra en los coros en el primer y tercer acto.
El que la producción de Carsen tenga 24 años dice de su aceptación, aunque también de que todavía no son muy numerosas. La propuesta es muy simple, unas puertas que cierran, abren, observan, oprimen…; por otro lado, la tierra que pisan, que nos recuerda el ámbito campesino del drama completa el planteamiento general. Janáček dedicó muchos años a su elaboración y otros tantos a revisiones propias e impuestas, así que tuvo oportunidad de pensar el trazado y sus elementos muy bien. Y uno de ellos es el molino, como muestra del devenir diario de esa sociedad, su movimiento en círculos incesantes, su fuerza para moler el grano y dejarlo hecho harina…; por eso plantea el motivo musical que lo recuerda desde el compás uno, consistente en un batir constante dos notas próximas, y que se repetirá puntualmente en toda la obra como símbolo y evocación de su influencia: el molino, además, otorga a su propietario, Števa, una posición económica y social que lo libra de ir a la guerra y de ser codiciado por las mujeres casaderas del pueblo. Esas ideas nos parece que se suprimen. Ingeniosa fue la conversión del rectángulo de las puertas en dos habitaciones de la casa de la sacristana por los miembros del coro, e inteligente terminar en un campo ya sin puertas, bajo una lluvia redentora y una luz bellísima.
A pesar de un reparto vocal numeroso, todo gira en torno a las cuatro voces principales, que el compositor asigna a dos sopranos y dos tenores, si bien luego cada uno se acercará más al color vocal de su personaje. El resto del elenco colorea y hace más real la puesta en escena. Añadamos aquí la dificultad extrema que supone manejarse en un idioma tan difícil para todos, desde su pronunciación y memorización de los cantantes hasta el trabajo de quien se encarga de los sobretítulos, por lo ajeno que resulta el checo. Anticipemos que la primera media hora resultó caótica, por cuanto nadie parecía encontrarse: el peligro de una escenografía sin una cubierta impedía que las voces saliesen del terruño y se proyectasen con suficiencia a la sala; por lo mismo, los cantantes se afanaban en intentarlo, esfuerzo que obligó a estrangulamientos y engolamientos no deseados. A medida que las texturas se fueron aclarando, se consiguió una mayor claridad y sobre todo un equilibrio con la orquesta que, aunque no parecía abusar de su volumen, tampoco dejaba que las voces llegasen. Desde el segundo acto, en la casa, se nos acercó a los cantantes y se favoreció su proyección a sala gracias a las pequeñas habitaciones cerradas.
Gran papel de Ángeles Blancas
Sin duda, Ángeles Blancas deslumbró desde un rol mudable, complejo, rico, maternal y a la vez bronco, capaz de cometer el infanticidio, ser devorada por el remordimiento y demostrarle a su hijastra que todo lo hacía por amor a ella. Además de la infinita gama de matices vocales, Janáček la lleva a los límites mismos de la mezzosoprano, con lo que en algún caso le obligó a forzar la voz y engolar. Pero mereció la pena, porque su fuerza escénica, vocal, su expresividad procelosa, a veces al borde del mismo grito, nos cautivó, en ese camino de furor que al diluirse quedó en amor, y al asumir el castigo -de cárcel y de conciencia- con tal de ver a su hija 'libre'. Una voz versátil, capaz de aguantarlo todo, aunque no sabemos si pudiera dañar sus cuerdas vocales.
Son, desde luego, dos sopranos muy diferentes: la compleja Kostelnička de Blancas, como dramática, y Jenůfa, como lírica. Con un registro que fue mejorando a cada compás, Eichenholz consiguió un canto directo, claro, limpio, con la pureza a veces de una niña -que dejó ver puntualmente-, tanto como en momentos de desgarro ('Dockajte!', '¡Espera!'). Ambas mujeres firman el momento de mayor intensidad de la ópera en el segundo acto; y, de hecho, Janáček les otorga aquí las dos únicas arias propiamente dichas (más un dúo), justo en el centro de la ópera. La de Jenůfa es más larga y permite momentos más dispares, mientras que el de su madrastra es más concentrado. Desde la bellísima 'Salve', de lirismo conmovedor, de plegaria anhelante, de amor casi panteísta -con la complicidad portentosa de la orquesta- hasta el desasosiego angustioso ante la idea de que no llegue Števa -un pasaje agobiante que estalla en el techo de su tesitura (Si)- la soprano sueca fue sacando la expresividad nota a nota.

Al Števa de Thomas Atkins todavía le falta madurarlo, aunque estuvo muy en su sitio, pero ha de alcanzar la autenticidad del resto de sus compañeros. Es un tenor demasiado apolíneo -en realidad muy adecuado a su rol- pero le queda defenderlo mejor, evidenciando que es un chaval rico por herencia, mimado, que necesita del alcohol y la compañía femenina para encontrarse. Y que la responsabilidad de una paternidad le quedaba todavía lejos.
Tanto la sacristana como Laca se nos presentan como personajes desagradables en sus comienzos y poco a poco van demostrando que son los que más procuran el bien de Jenůfa, incluyendo el hecho de Laca de cortarle la cara para que el borracho y mujeriego de Števa no la haga una desgraciada. Y porque está enamorado de ella desde pequeño, y la querrá -y lo demuestra- siempre. Tal vez por esto desde su entrada el autor le asigna un registro alto, con agudos pronunciados que expresan su impotencia por no poder impedir la boda. En su bronco inicio nos aparece recriminando a la abuela porque nunca lo trató como a un nieto (en realidad, no lo es), pero es extraordinariamente paciente con Jenůfa, compartirá con la sacristana su 'vínculo' afectivo por Jenůfa, pasando finalmente a una defensa a ultranza de su amada cuando el pueblo quiere lapidarla. O al porfiar, por última vez, en la apuesta decidida por Jenůfa cuando esta le dice finalmente no ser digna de su amor. En todos estos registros estuvo acertado, sobre todo al ir abriendo poco a poco su corazón y voz. Quizá porque su personaje lo exige su voz nos resultó a veces destemplada, pero tanto su actitud escénica como los reiterados y difíciles agudos los resolvió con entrega y muy buen hacer.
Los secundarios también estuvieron bastante bien, destacando la abuela Weissmann, que hace bueno el adagio de 'quien tuvo, retuvo'. Se ha contado también con numerosos cantantes españoles, como Nogales, estupenda en la pizpireta mujer del alcalde, al igual que Ubieta como novia de Števa, la bella Rutt González como Jano -aquí mujer haciendo de mujer-, o la gaditana Calvache como Barena. De verdad que muy bien, como el coro, que sigue asgurando aciertos.
Sinceramente, en los mencionados 30 minutos iniciales de desconcierto el fantasma de una orquesta blanda para una obra como esta apareció dando miedo. Tonos pastel chocaban una y otra vez con la crudeza que se vivía en escena, incluyendo la vehemente y primera intervención de Laca. No necesitábamos una varita mágica de Disney, sino un martillo perforador que hiciese temblar el suelo (la tierra, mejor); poco a poco, se fue produciendo el milagro y los acordes empezaron a sonar más angulosos, más descarnados, más feroces, aunque se transustanciara en sedosidad y el mejor lirismo en la 'Salve', por ejemplo.
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