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crítica de música

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La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla finaliza una complicada temporada con sones románticos

La Sinfónica de Sevilla cierra temporada con un programa romántico dedicado a Chaikóvski y Schumann

El pianista Andrea Lucchesini, el director Valentin Uryupin y los músicos de la Sinfónica saludan al público marina casanova

Carlos Tarín

Sevilla

Ciclo 'Gran sinfónico' 12

  • Programa: Obras de Chaikovski y Schumann.
  • Intérpretes: Andrea Lucchesini (piano). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.
  • Director: Valentin Uryupin.
  • Lugar: Teatro de la Maestranza.
  • Fecha: 29/06/2023.

Tras la temporada más accidentada, vamos a decirlo así, que ha sufrido la ROSS en su historia -pandemia involuntaria aparte- llegábamos al final con dos últimos programas. Este que cerraba la temporada convocaba uno de los grandes conciertos para piano y una sinfonía de Schumann. El concierto nº 1 de Chaikovski no sólo se encuentra entre los más difíciles de interpretar técnicamente, sino que es uno de los que encabeza las preferencias del público por la acumulación de melodías subyugantes que contiene.

Para protagonizarlo nos llegaba el italiano Andrea Lucchesini, quien abría el concierto con la grandiosidad que se espera y una fuerza desusada, lo que parecía prometer que oiríamos un Chaikovski grandioso y contrastado. Tanta fuerza sin aparente esfuerzo -y sin ser ruso- nos dio que pensar; y no tardó en oírse una superposición de sonidos, dentro del mismo acorde, sí, pero como si nos metiéramos en la boca varias cucharas del mismo guiso a la vez: los sonidos quedaban una y otra vez flotando en el aire, como un arpa, presos por el pedal. Por algo al derecho se le llama 'de fuerza'. No era pereza ni descuido: es que se ha acostumbrado a tocar este concierto así, de igual manera que había partes en las que cortaba constantemente el sonido con el pedal para no mezclar acordes.

Pero había algo aún peor: la sensación de parecer un tipo que tocase en un local todas las noches lo mismo correctamente, respetando las indicaciones del compositor, en la seguridad de que la obra es tan redonda que contaría con el aplauso antes de empezar, siempre que no se equivocase técnicamente, y esto no lo hizo. Pero no dejaba de presentar un estilo más de mecanografista que de pianista. Tras el gozoso inicio de introducción fue perdiéndose la definición por el 'pedaleo' y el punto de desidia, e iniciaba el primer tema, tan incisivo y penetrante, que en él tuvo un comienzo romo, aunque lo que fuera una vieja canción ucraniana quedó sólo esbozada. El gran 'crescendo' que sigue lo fue acercando al segundo tema que, curiosamente, lo cantó muy bien, con gran delicadeza, aunque a medida que se iba fortaleciendo el tema caía en los mismos errores, incluso en la 'cadenza' en la que juguetea con este segundo tema sin apenas levantar el pedal. Nunca habíamos visto esto (afortunadamente).

En el segundo movimiento el piano volvía a exponer un tema de gran ternura y respondía en pleno una madera hinchada, toda puesta en relieve a la vez. Ya en el movimiento anterior a Uryupin lo habíamos encontrado poco exigente con las entradas de los distintos instrumentos, pero en este segundo tiempo, más ligero, podía haber cuidado más esas texturas. Pensemos que es esta una obra de gran riqueza textural y melódica en el solista como en la orquesta, además de que aunque haga muchos años que no se tocaba, los músicos de la ROSS sólo habrán tenido que repasarla. Por suerte, el movimiento es breve y además reparte protagonismo con distintos instrumentos, lo que alivia esa sensación del oyente de buscar la música infructuosamente.

Es frustrante que con el esfuerzo titánico que supone embaularse un concierto con esta dificultad se pasen por altos esos detalles que aminoran el interés interpretativo. Por ejemplo, el tema inicial del tercer movimiento, muy sencillo, se compone de una célula ascendente y otra descendente, y esta se repite varias veces. Pues el efecto fue como el de esos locutores que dan una noticia interesante dejando el dato importante para el final de la frase y en ese momento bajan la voz. La célula final que cerraba la frase palidecía una y otra vez. Lo empezaría tocando así y no ha sido para revisarla, bien porque la ha dado por buena así o porque nadie le ha dicho nada.

 

 

 

Todo lo descuidado que se mostró el director en el acompañamiento se volcó después en Schumann. Una vez más, se había apostado por su momento de gloria, una sinfonía (la nº 2). La traía tan clara que la dirigió de memoria, y una y otra vez todo encajaba, los movimientos tenían un sentido propio y se comunicaban entre sí, dando muestras de conocer a la perfección cada detalle de la partitura. Si tuviésemos que escoger algún momento, nos quedaríamos con la belleza del 'Adagio espressivo', que concentró sus mejores cualidades en la dirección, con momentos de gran poesía y lirismo, sobre una melodía tersa, bien dibujada, en la que se volvía a usar el nombre de Bach hecho notas, e incluso se apuntaba el inicio de una fuga, que Schumann no desarrollará para no romper el carácter reflexivo, introspectivo del momento.

Esperábamos un gran concierto y nos encontramos con una gran sinfonía. Pero la cosa está siempre en el equilibrio.

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