Mozart también se baila

Rovira es una coreógrafa que prefiere mover siempre elencos numerosos, y no en vano en estos momentos una compañía privada como ésta, Crea Dance, con doce bailarines se considera de gran formato, pues lo habitual es no superar la media docena de personas en la nómina. Sin embargo, Rovira no se ha venido abajo y al contrario, habrá pensado que para atrás ni para coger impulso. Su trabajo internacional durante más de veinte años con elencos como el Ballet Nacional de Cuba o compañías de Estados Unidos, Uruguay y Puerto Rico, le ha dado una experiencia enorme en esto de mover grandes elencos, además de recibir influencias de los folklores y tradiciones de algunos de esos países.

La Misa de Requiemes la última obra que compuso Mozart, toda una premonición, y probablemente de las más populares y famosas. El compositor austríaco murió sin terminar esta obra que fue completada por su alumno Franz Xaver Süssmayr.

'Requiem' es una obra coral, que se inicia con la respiración de los bailarines bajo cenitales repartidos por todo el gran escenario del teatro Maestranza. Tras estas profundas respiraciones y ese orden desordenado de los intérpretes empieza a sonar la música de Mozart (en este caso grabada, aunque Crea Dance lo ha hecho con música y cantantes en directo en otras ocasiones).

La coreografía es intensa, de fuertes movimientos, saltos, giros, portés..., va desarrollándose poco a poco desgranando un lenguaje que también se impone a través de dúos realizados al unísono en el mismo movimiento. Los bailarines defienden con enorme técnica y pasión la coreografía impuesta por Rovira que no deja de ser un tanto hipnótica por la fisicidad de la creación, donde hay muy difíciles portés que se solventan con gran facilidad. Hay dos partes bien diferenciadas en la pieza. En la primera más terrenal, los bailarines van con camisetas negras y pantalones y faldas de diferentes colores. En la segunda, a partir del 'Lacrimosa', se vuelve más etérea y los intérpretes van ataviados en ropa interior blanca.

En el momento de 'Recordare' se diluye un poco el ritmo que vuelve con muchísimo más brío a partir del 'Lacrimosa' donde María Rovira crea una serie de movimientos de los bailarines todos juntos muy pegados, creando hipnóticas figuras geométricas con sus propios brazos. Varios homenajes a los 'castellets' de su tierra catalana, con torres humanas que incluso giran, sobre todo hacia el final, donde la coreógrafa ha elegido terminar con el motete 'Ave Verum Corpus' para darle más otro final de más vida y menos muerte a la pieza.

Alejada de estéticas ya tradicionales dentro de la danza contemporánea, María Rovira echa mano de la espiritualidad para crear esta magnífica obra, donde la riqueza coreográfica es enorme, y donde la técnica exigida a los intérpretes, que es mucha, no oculta sino que destaca la sensibilidad de la música que escuchamos para convencernos que sin duda, Mozart también se baila.