La tecnología está asumiendo un papel cada vez más decisivo en la educación de las generaciones actuales y futuras. Tradicionalmente, el aprendizaje se fundamentaba en la relación directa entre el maestro y el discípulo. O entre el profesor y el estudiante. Así como en el contacto del estudiante con realidades concretas —en muchos casos, con el entorno natural—, a partir del cual se construía el conocimiento. El educador desempeñaba un rol esencial: guiaba el aprendizaje, organizaba sus etapas, estimulaba la curiosidad y facilitaba el desarrollo de la autonomía intelectual y la madurez personal del alumno. Este enfoque respondía a una pedagogía estructurada, basada en principios científicos, apoyada tanto en el conocimiento psicológico como en la comprensión profunda de la naturaleza del saber.
La escuela y la academia ya no se limitan a un espacio físico, a horarios fijos ni a recursos escasos. Lo que antes era un entorno diferenciado del ritmo acelerado de la vida cotidiana, hoy se ha abierto a un horizonte sin límites. Gracias a la tecnología, especialmente a los dispositivos conectados, accedemos a un universo casi infinito de contenidos audiovisuales. Pero esta apertura también trae consigo nuevos retos: no todo lo que circula en la red es seguro o adecuado. La navegación por internet puede parecer tranquila, pero esconde riesgos reales. Por eso, muchos países, instituciones y empresas han tenido que crear sistemas de vigilancia para proteger a los usuarios de amenazas digitales y delitos que, hasta hace poco, eran inimaginables.
Es muy interesante reflexionar sobre los orígenes de este nuevo mundo de la información. De manera muy escueta, podemos apuntar que internet nació por una necesidad de crear una red de comunicación descentralizada y a prueba de fallos durante la Guerra Fría. Inicialmente fue un proyecto militar en Estados Unidos, pero pronto se expandió al ámbito académico, facilitando el intercambio de información entre universidades e institutos de investigación. Con el tiempo, esta red evolucionó hasta convertirse en la herramienta global de comunicación que hoy todos utilizamos.
La World Wide Web (www) alberga una cantidad inmensa de información: noticias, teorías, datos y contenidos de todo tipo, muchos de ellos fuera del alcance de cualquier intento de conocimiento total. Y este universo digital se ve ahora potenciado por la inteligencia artificial, que amplifica sus capacidades y abre nuevas posibilidades para el aprendizaje.
Este entorno interactivo, flexible y universal se ha convertido en un canal clave para la formación. Es razonable pensar que, por su versatilidad y alcance, será cada vez más central en los procesos educativos. Lo importante es que sepamos adaptarlo a los objetivos formativos que realmente necesitamos.
La tecnología tiene una fuerza transformadora tan grande que, en ocasiones, parece capaz de eclipsar otras funciones esenciales de la educación. Sin embargo, es importante recordar que su propósito debe ser el de apoyar y potenciar el proceso formativo, no sustituirlo. Como en los relatos de Las mil y una noches, el “genio” que ha salido de la lámpara —en este caso, la tecnología desplegada por la web— debe ponerse al servicio de la estructura educativa. Solo así podrá contribuir de forma efectiva a la tarea de formar personas preparadas, críticas y capaces de desenvolverse en un entorno cada vez más complejo.
Ya en el siglo XX, el psicólogo y filósofo B.F. Skinner se adelantó a su tiempo al imaginar máquinas capaces de enseñar. Su enfoque fue claro: las herramientas tecnológicas debían adaptarse a las leyes del aprendizaje humano, no al revés. Para ello, diseñó sistemas que comenzaban con una pregunta, despertando así la curiosidad del estudiante. Luego, el alumno debía actuar para encontrar la respuesta, implicándose activamente en el proceso. El resultado —acierto o error— no era solo un dato, sino una experiencia con sentido y valor emocional. Skinner se apoyó en tres ideas fundamentales sobre cómo aprendemos: que lo hacemos actuando, que aprendemos a través de la experiencia, y que el ensayo y el error son parte esencial del camino hacia el conocimiento.
Para aprovechar realmente el potencial de la web en el aprendizaje, es fundamental saber cómo utilizarla con propósito. No basta con buscar información o acumular contenidos: es necesario transformar lo que encontramos en algo propio, aunque sea sencillo. Esto implica entrar en la red con un plan claro, con preguntas que guíen nuestra exploración y objetivos que orienten nuestras acciones.
Además, no se trata solo de acceder a ideas o interpretaciones, sino de conectar con realidades —aunque sean virtuales— que nos permitan observar, analizar y reflexionar. Hoy en día, internet alberga miles de recursos: museos digitales, cursos online, archivos de prensa, colecciones audiovisuales, y mucho más. Todo ello nos ofrece la posibilidad de experimentar, equivocarnos, aprender y volver a intentarlo. En definitiva, de construir conocimiento de forma activa y significativa.
Ya en los años ochenta, el filósofo Julián Marías reflexionó sobre lo que llamó la “Cara y Cruz de la electrónica”. En su análisis, advertía que, junto a sus enormes ventajas, el mundo digital —y hoy más aún el de internet y la IA— también presenta riesgos que conviene reconocer. Uno de ellos es confundir los datos con el conocimiento. Los datos, por sí solos, son elementos dispersos; el saber, en cambio, implica integrarlos, darles sentido y construir algo nuevo a partir de ellos. Otro riesgo es limitar nuestras preguntas a aquellas que los sistemas digitales pueden responder. En realidad, el verdadero aprendizaje comienza cuando nos atrevemos a formular preguntas que aún no tienen respuesta, cuando nos sorprendemos ante lo que vemos y buscamos comprenderlo desde una nueva perspectiva. Los ordenadores responden dentro de sus límites, pero el reto está en saber preguntar más allá de lo evidente.
Pensar por debajo del nivel que hoy permite la web es quedarse atrás en el tiempo. Pero limitarse a combinar fragmentos encontrados en la red, sin reflexión ni criterio, es incluso rebajar el nivel de nuestra propia razón. Por eso, en este nuevo entorno de aprendizaje, el papel del maestro sigue siendo esencial. Necesitamos guías que nos ayuden a interpretar, a preguntar y a construir conocimiento con sentido.
La historia avanza con momentos que no tienen vuelta atrás. Algunos se deben a decisiones humanas, como cuando se inicia una nueva etapa vital; otros, al cambio de la propia realidad, que transforma lo posible y lo imposible. Hoy, ningún ámbito —ni la política, ni la economía, ni la técnica, ni el arte— puede ignorar la presencia de la IA y sus enormes posibilidades. La educación, desde la escuela, la universidad y la formación directiva, ya no puede seguir siendo la misma desde que entramos en esta sociedad global de la información.
La inteligencia artificial y las tecnologías digitales han abierto un nuevo horizonte para el aprendizaje, ofreciendo acceso inmediato a información, simulaciones y herramientas de análisis. Sin embargo, en el ámbito de la dirección empresarial, el conocimiento técnico por sí solo no basta. Dirigir es un oficio que se aprende con práctica, reflexión y criterio. Es una ciencia del comportamiento que exige habilidades humanas, capacidad de diagnóstico, toma de decisiones y gestión de personas.
En este contexto, instituciones como San Telmo Business School juegan un papel esencial.
En un entorno empresarial cada vez más complejo, incierto y globalizado, San Telmo Business School se consolida como un referente internacional en la formación de empresarios y directivos, no solo por la excelencia académica, sino por su capacidad de anticiparse a los desafíos del futuro.
La institución ha sabido combinar rigor académico con una profunda conexión con la realidad empresarial, ofreciendo programas que no solo transmiten conocimiento, sino que transforman la forma de pensar y liderar. Su enfoque humanista, basado en la ética, la responsabilidad social y el compromiso con el desarrollo sostenible, convierte a San Telmo en un motor de cambio para las organizaciones.
Lo que distingue a San Telmo no es solo su claustro de profesores de talla internacional, ni su metodología del caso, ni su red de antiguos alumnos influyentes. Es su vocación de servicio al tejido empresarial, su capacidad de crear espacios de reflexión estratégica, y su apuesta por la innovación en la formación directiva. Desde programas especializados para sectores clave como agroalimentación o salud, hasta iniciativas pioneras en liderazgo para la innovación y la digitalización, San Telmo está redefiniendo el papel de la formación ejecutiva en el siglo XXI.
San Telmo no forma directivos. Forma líderes con propósito, capaces de tomar decisiones complejas, de inspirar a sus equipos y de construir empresas más humanas, más competitivas y más sostenibles. En un mundo que exige visión, coraje y valores, San Telmo es el lugar donde los empresarios encuentran no solo respuestas, sino también las preguntas que transforman.
Los líderes de hoy necesitan herramientas ágiles, experiencias inmersivas y conocimientos accionables para tomar decisiones estratégicas con impacto real. En San Telmo, estamos convencidos que la metodología del caso es la clave de esa transformación. A través del análisis de situaciones reales. Pero la realidad evoluciona y cambia, por lo que estamos en continuo rediseño de la formación ejecutiva para responder a estos desafíos con innovación, flexibilidad y resultados tangibles.
Ejemplo de ello es el uso de simuladores empresariales, con ellos, los participantes se enfrentan a entornos simulados donde deben tomar decisiones estratégicas en tiempo real. El resultado, un aprendizaje profundo, práctico y contextualizado. Los simuladores permiten experimentar sin riesgo, aprender de los errores y afinar el pensamiento crítico.
Otro ejemplo es la formación híbrida con experiencias inmersivas, combinamos sesiones presenciales de alto impacto con cápsulas digitales interactivas. Además, incorporamos realidad virtual para entrenar habilidades de liderazgo, negociación y gestión de crisis en entornos simulados que replican la presión del mundo real.
La innovación no es una opción, es una necesidad. Y la formación ejecutiva debe estar a la altura de los retos que enfrentan los líderes del siglo XXI.
En definitiva, el liderazgo empresarial del futuro exige una formación que combine profundidad intelectual, visión estratégica y dominio tecnológico. En San Telmo Business School, entendemos que formar líderes no es solo transmitir conocimientos, sino cultivar el pensamiento crítico, la capacidad de adaptación y el compromiso con un propósito. Invitamos a los empresarios y directivos a sumarse a esta transformación, a vivir una experiencia formativa que les prepare para liderar con sentido en un mundo que cambia a gran velocidad.
