En momentos de sensibles cambios y de especial protagonismo de la tecnología, es singularmente necesario reivindicar la esencia propia de nuestras profesiones: la vocación genuina de que nuestro servicio aporte valor a las empresas.
La asesoría, consultoría, auditoría o abogacía son, ante todo, oficios de prestación de servicio en beneficio del cliente, al que se debe atender con las virtudes que sustentan el honor y la dignidad de nuestras profesiones: honradez, lealtad y diligencia. Los servicios profesionales se fundamentan en la confianza, lo que exige una conducta íntegra. Nuestra relación con el cliente es mucho más que una simple concertación; la previsibilidad y la seguridad son esenciales.
Esa esencia, en mi opinión, debe seguir siendo la base del crecimiento de nuestro sector, particularmente ahora que la tecnología, y más concretamente la Inteligencia Artificial Generativa (GenAI), está ya provocando una extraordinaria transformación de nuestras mecánicas de trabajo, concretamente en la automatización de ciertas tareas, la predicción de casos futuros, la programación de trabajos o el análisis de datos. Es pronto para predecir todo el impacto que la GenAI tendrá en qué y cómo lo hacemos, pero parece que será más relevante que cualquier avance tecnológico que nuestras generaciones hayan vivido. No obstante, debe usarse adecuadamente, con consciencia de que aún está lejos de igualar la capacidad cognitiva y el razonamiento humano y de que dificílmente sustituirá a la gestión emocional de nuestras relaciones con compañeros y clientes.
El uso responsable de la GenAI es una oportunidad para mejorar la eficiencia y la calidad de nuestros servicios, en beneficio propio y de los clientes. Sin embargo, también supone una amenaza para nuestros modelos de negocio porque, naturalmente, su uso se extenderá a las empresas y puede producir una desintermediación de servicios de menor valor añadido. La consultora Gartner estima que la GenAI intervendrá en el 70% de las tareas con gran volumen de texto y datos en 2025, un dato relevante si se compara con su intervención de menos del 10% en 2023. Por ello, creo que sólo si integramos la tecnología y reforzamos nuestra genuina identidad de prestadores de servicios, seremos capaces de afrontar los retos inmediatos.
En este escenario de revolución tecnológica y de incertidumbre macroeconómica, debemos reivindicar con especial énfasis no sólo la alta especialización sectorial y técnica de nuestros equipos y el desarrollo de competencias transversales que mejoren la experiencia general que reciben nuestros clientes, sino también la auténtica vocación de nuestros profesionales por prestar un servicio de valor. La vocación de servicio a nuestros clientes es irrenunciable, representa el fundamento de nuestras profesiones en cualquier escenario, del corto o del largo plazo. Me refiero a la motivación intrínseca que dota de la mayor autenticidad a nuestro ejercicio profesional, al propósito de persistir en el logro de un cliente satisfecho pese al esfuerzo que ello implica, lo que hace que nuestro servicio sea el fin en sí mismo. Esa es la diferencia entre aportar soluciones a simplemente cumplir objetivos.
El talento es el motor de nuestros negocios y debe ser nuestra absoluta prioridad de gestión. Nuestras organizaciones son lo que son nuestras personas. Pero, paradójicamente, debemos reconocer que determinados valores de la industria de los servicios profesionales son cada vez menos atractivos para las nuevas generaciones de abogados o de asesores en general. Estas generaciones demandan mecanismos de retribución emocional que les aporten bienestar y flexibilidad. Destacan por sus altas competencias digitales, diversas habilidades y una especial motivación por el aprendizaje continuo. No les atraen las costumbres de trabajo o jerarquías del clásico organigrama vertical y buscan visibilidad sobre sus carreras profesionales, además de sentirse escuchados y considerados. Tienen valores distintos, pero igualmente legítimos.
En mi opinión, más que justificarnos en una supuesta crisis de talento, nuestras organizaciones deben empatizar con sus demandas y cerrar la brecha para atraer al mejor talento de estas generaciones. Es crucial atender sus requerimientos, especialmente porque están mejor preparados para los desafíos emocionales y tecnológicos que nos va a tocar enfrentar. Esto debe hacerse sin descuidar los valores más auténticos de nuestros oficios, extremando el rigor en la selección y la formación, y fomentando ese propósito genuino de prestar un servicio de valor. Los líderes de las compañías de servicios debemos ser capaces de guiar a los jóvenes talentos para que encuentren satisfacción en el propósito de servir y hagan de ello una profesión y una forma de vida.
Por otro lado, debemos demandar al talento que quiera desarrollarse en nuestros despachos que primen la excelencia humana y técnica sobre cualquier otra virtud. Es esencial que cultiven la creatividad, la empatía y el liderazgo, porque la GenAI no sustituirá estas habilidades humanas, así como su motivación intrínseca hacia el trabajo riguroso y eficiente, y que se comprometan con las exigencias propias de las profesiones de servicios. Creo que el abogado, consultor o asesor que no encuentre un propósito en algo tan simple y satisfactorio como dar servicio, situando al cliente en el centro de su desempeño profesional, con el esfuerzo y dedicación que ello implica, difícilmente encontrará su lugar en un escenario de avances tecnológicos sensibles y alta especialización.
En definitiva, así será como el reto se convertirá en oportunidad, como seremos capaces de integrar la esencia del sector, el componente humanista de nuestras profesiones, con las innovaciones tecnológicas que transformarán nuestros negocios de manera inminente. Creo que sólo así seguiremos siendo capaces de aportar el valor necesario a nuestros clientes: integrando la GenAI en nuestros negocios, aprovechando sus extraordinarias virtudes para trabajar de manera más eficiente y rigurosa, y cultivando en nuestros profesionales las competencias necesarias para complementar esas tareas y la enorme satisfacción que produce el esfuerzo aplicado.