personajes históricos
La infanta María Luisa; la hija, hermana y madre de reinas que jamás pudo reinar
La duquesa de Montpensier legó a Sevilla los jardines de su palacio de San Telmo, ofreciendo a la ciudad su parque más romántico

La infanta María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón-Dos Sicilias nació como la segunda y última hija del matrimonio formado por el rey Fernando VII de España y su esposa la reina María Cristina. Su primer llanto pudo oírse en las nobles salas del Palacio Real de Madrid, el 30 de enero de 1832, apenas meses antes de la muerte de su progenitor. Este monarca fue célebre por llegar al trono tras la Guerra de la Indepencia de los españoles frente al invasor francés, por su reinado absolutista y por dejar tras su muerte un enorme problema para la corona: el de su sucesión.
A la Infanta María Luisa le tocó vivir de cerca y a lo largo de toda su vida con la lucha sucesoria por la corona española. Todo parte del hecho de que al no alumbrar su madre un hijo varón, el hermano de su padre, Carlos María Isidro, inició una pugna que derivaría en la Primera Guerra Carlista. Durante los años que duró el conflicto, entre 1833 y 1840, sería la propia reina madre María Cristina quién estuvo al frente de la corona. Lo hizo hasta que teniendo sus hijas 10 y 8 años renunció a la regencia y se instaló en París, quedando las infantas a cargo del general Baldomero Espartero. Este finalmente fue obligado a abandonar la regencia, pasando a proclamarse la mayoría de edad de la infanta Isabel II a la tierna edad de 13 años, Así pudo ser ella como primogénita de Fernado VII quién ocupase el trono a partir de 1843.
De este modo, la infanta María Luisa vio antes de cumplir los doce años como todos los miembros de su familia más directa (su padre, su madre y su hermana) llegaron a portar la corona española. Eran tiempos de enorme inestabilidad en que el devenir de las jóvenes infantas estaba enormemente ligado. La muestra más clara es que ambas celebraron una boda conjunta en el día en que la ya reina Isabel II cumplía sus 16 años y lo celebraba contrayendo nupcias con su primo carnal el infante don Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz. El doble enlace, celebrado en Madrid el 10 de octubre de 1846, contó también con el protagonismo de la infanta María Luisa, quién sin haber cumplido 15 años contrajo matrimonio con el príncipe Antonio de Orleans, duque de Montpensier y el menor de los diez hijos del que fue último monarca que tuvo Francia, el rey Luis Felipe I.
Primeros años de matrimonio
Tras el casamiento, la reina Isabel II, concedió al marido de su hermana el título de infante de España. Pero este enlace sería el principio para que la estrecha relación entre las infantas comenzara a tomar caminos diferentes. El futuro inmediato de la pareja formada por María Luisa de Borbón y Antonio de Orleans quedaba fuera de España. Los recién casados partieron a Francia para instalarse en la corte del padre del esposo. Allí disfrutaron de unos primeros años de unión que estuvieron marcados por el nacimiento del primero de sus nueve hijos, la infanta María Isabel, pero sobre todo por el estallido de la Revolución de 1848; un convulso periodo que provocó el derrocamiento de la monarquía constitucional francesa y la huida precipitada de la familia real empujada por las barricadas a la puerta del palacio de las Tullerías.
Durante la escapada, la infanta española vivió horas de verdares angustia ya que se vio obligada a separarse de su esposo, quedando en compañía de su cuñada Clementina al cuidado del caballero Julio de Lasteyrie, persona de probada lealtad al rey. Este fue capaz de escoltar a la infanta de España hasta el camino de Bruselas, donde pudo reunirse de nuevo con su esposo y emprender su regreso a España, mientras su familia política buscaba refugio en Inglaterra y en la ciudad de París los amotinados saqueaban la residencia real, como paso previo a la instauración de la II República francesa.
Las aspiraciones al trono del duque
No se acabarían los problemas de la pareja con su retorno a Madrid. Las relaciones entre los duques de Montpensier y la reina Isabel II fueron a menudo difíciles. Era sabido por todos en la corte que el padre de Antonio de Orleáns planeó crear el Reino de Perú para extender sus dominios y asentar al menor de sus hijos. La empresa no fraguó y ahora el talentoso político que fue el duque de Montpensier ambicionaba el trono español para él y su mujer. Esto hizo que tuvieran que abandonar la corte y se trasladaran a vivir a Sevilla. Alli fueron recibidos con grandes honores. Se instalarían en San Telmo, palacio que fue de la Inquisición y Universidad de Mareantes, que compraron gracias al patrimonio económico que María Luisa Fernanda había heredado de su padre y de la excelente pensión estatal de la que gozaba como heredera del reino.
Sus bienes eran tales que llegó a heredar de su padre la mitad del contenido del Museo del Prado, entonces llamado Museo Real y que era propiedad exclusiva de los reyes. La infanta vendió a su hermana la reina Isabel II su parte de la colección, con la idea de que ésta permaneciera íntegra en Madrid. Este legado económico le permitió no sólo hacerse con el imponente edificio barroco levantado en 1682 que es el palacio de San Telmo, sino que los duques de Montpensier se adueñaron de las 40 hectáreas de jardín que lo rodeaban, además de una importante extensión de tierras de labranza en las proximidades de Villamanrique de la Condesa y otras importantes propiedades en la provincia de Cádiz, especialmente en Sanlúcar de Barrameda.
Con ello, la pareja haría de Sevilla un hogar en el que dar forma a su numerosa familia. Aquí nacieron y murieron la mayoría de sus nueve hijos, estableciendo una especia de segunda corte española cuya fidelidad al reino quedaría ensombrecida por la amenaza silenciosa pero constante que «Antonio el naranjero» - como se conocía en Sevilla a Antonio de Orleáns- fue para Isabel II. La historia cuenta que el 7 de julio de 1868 estalló en España la revolución conocida como «La Gloriosa». Al frente de los insurrectos estaba el general Prim. Pero la revuelta estuvo financiada, entre otros, por Antonio de Orleans, que terminó derrocando a su cuñada la reina Isabel II. Su papel instigador motivó que el gobierno lo condenase al destierro, por lo que su familia debió abandonar Sevilla. Sin embargo, éste no era más que un pequeño impedimento para sus pretensiones de coronarse. El trono estaba vacante, con Isabel II exiliada en París, y el duque de Montpensier era uno de los mejor posicionados para ocuparlo. Sin embargo, sus pretensiones se vieron truncadas a partir del 12 de marzo de 1870.
Perder la vida o renunciar a la corona
Con este panorama entraría en juego con un papel determinante Enrique de Borbón, infante de España y I duque de Sevilla. Nacido en los mismísimos Reales Alcázares de Sevilla, era fiel a ideas revolucionarias y progresistas. Pero tuvo la osadía de publicar entre 1869 y 1870 varios panfletos y artículos en que constataba su ferviente oposición al poderoso duque de Montepensier, exiliado en Portugal tras instigar la revuelta contra la reina Isabel II. La postura crítica del duque de Sevilla llegó a oídos de Antonio de Orleáns, que lo retó en duelo de honor.
Por suerte o desgracia, el marido de la infanta María Luisa pudo vencer el duelo y limpiar su honor. Pero fue alto el precio que hubo de pagar al dar muerte a un miembro de la familia real española empantanándose aún más sus relaciones con la corte. El trágico suceso le despojaría de todas sus posibilidades de reinar en España. Esto se consumaría el 16 de noviembre de 1870, cuando se votó al futuro rey de España. El resultado de la votación decretó otorgar la corona a Amadeo de Saboya, con 191 votos; frente a los 60 votos republicanos y a los escasos 27 apoyos que obtuvo la candidatura del duque de Montpensier. El obstinado esposo de la infanta María Luisa, se negó a jurar su adhesión, como capitán general que era, al nuevo rey Amadeo I de España, por lo que fue ordenado su destierro y su baja del ejército.
Penas y alegrías para María Luisa
Sería este dramático hecho tan sólo el inicio de las desdichas del matrimonio de la infanta María Luisa. Los años siguientes estarían marcados por las sucesivas muertes de varios de sus hijos, ya precedidas por el adiós de la familia a la niña María de la Regla, que perdió la vida con tan sólo cinco años, en 1861. A su muerte se le sumaron las de María Amelia, que murió en 1870, soltera y sin hijos a los 19 años, por culpa de la tuberculosis; y las del niño Fernando María, que perdió la vida por la viruela con sólo 14 años. Era 1873 y su muerte causó un gran pesar entre sus progenitores. Sin apenas llegar a reponerse, la infanta María Luisa habría de despedir también al niño de 7 años Luis María Felipe.
Rezaba entonces el año de 1874, que sin embargo traería a la casa de los duques de Montpensier una de las mayorías alegrías de su vida. Con la restauración de la monarquía en España y la llegada al trono del hijo de Isabel II, el príncipe Alfonso, las inquietudes de reinar de la familia volvían a despertar. Estas se consumarían a partir del feliz enlace entre el nuevo rey Alfonso XII y su prima, la quinta hija de los duques de Montpensier, María de las Mercedes de Orleáns y Borbón.
Con estas nupcias la infanta María Luisa habría de celebrar dos cosas fundamentales. Por un lado, el hecho de que de nuevo su sangre más directa ostentaría la corona española, tal como una vez lo hicieron su padre, su madre y su hermana. Lo hizo su hija María de las Mercedes como la reina consorte más joven que ha tenido España. Por otro lado, la infanta María Luisa podría celebrar que la unión, celebrada por amor y no por razones políticas, ayudaría a sellar la brecha personal existente entre Isabel II y su hermana, la duquesa de Montpensier. Además su esposo, Antonio de Orleáns, obtuvo el permiso para regresar a España un año después de la proclamación de Alfonso XII como rey de España.
Con todo, la desdicha no tardó en volver a la vida de María Luisa Fernanda de Borbón. El feliz matrimonio de su hija fue breve a causa de la prematura muerte de la reina María de las Mercedes, que feneció víctima del tifus apenas cinco meses después de su boda, contando apenas 18 años de edad. Supuso una pérdida que impactó profundamente en la sociedad española y que vino a ser una nueva loza para su madre, la infanta María Luisa. Pero si alguien sintió ésta pérdida fue el monarca Alfonso XII, que además de desolado por la pérdida de su joven amada quedaba viudo con tan solo 20 años de edad. Sin embargo, su responsabilidad de estado, consciente de que al carecer de heredero estaba obligado a buscar una nueva esposa, lo empujaría a superar la tragedia.
Trató así de encontrar una nueva esposa y lo hizo en primer lugar en el seno de la misma familia donde había encontrado antes la felicidad. De este modo empezó a cortejar durante meses a una de las hermanas mayores de su difunta esposa, la tercera de las hijas de los duques de Montpensier, de nombre María Cristina. La joven se mostró dispuesta a reemplazar a su difunta hermana como reina consorte. Pero de nuevo la enfermedad impidió que una hija de la infanta María Luisa ocupase el trono, puesto que la pretendida de Alfonso XII murió por tuberculosis en 1879.
Su legado a Sevilla durante el fin de sus días
De este modo, la duquesa de Montpensier hubo de sufrir la pérdida de siete de sus nueve hijos, además de un aborto y el fallecimiento, ya en 1890 de su ambicioso marido. Ya en el final de sus días, la infanta tuvo a bien ceder buena parte de los jardines de su vivienda del palacio de San Telmo a la ciudad de Sevilla, Tras esto, se retiró a una pequeña extensión al norte de San Telmo, a disfrutar del fin de sus días en un castillete de estilo neomudéjar. hoy conocido como «el costurero de la Reina», antes de morir en el palacio sevillano de San Telmo el 1 de febrero de 1897 a los 65 años de edad.

Sus restos acompañarían a los de su esposo y varios de sus hijos en el Panteón de Infantes del monasterio de San Lorenzo del Escorial, legando en su testamento el palacio de San Telmo a la Archidiócesis de Sevilla y siendo reformados los jardines que había cedido la infanta a Sevilla «para que los conserve como recuerdo mío», tal como dejó en su testamento, para su inauguración, ya en 1914, como el Parque de María Luisa, para uso y disfrute a partir de entonces de todos los sevillanos.
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