La Sevilla de los templarios
Desde el barrio de San Bernardo hasta la plaza Nueva puede evocarse la presencia de la antigua orden militar

Todo lo que envuelve al universo templario parece tocado con un halo de misterio y leyenda de gran atractivo para los apasionados de la historia. Aunque hay pocas referencias al respecto, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de SalomĂłn estuvo en Sevilla durante varias dĂ©cadas, y en los Ăşltimos meses ha habido un despertar del interĂ©s por ella materializado en el nacimiento de varias rutas turĂsticas centradas en recorrer sus pasos. Pocas veces se ha hablado de su presencia en la ciudad hispalense y, sin embargo, son muchos los que se interesan por conocer los lugares vinculados a la Orden del Temple, sus personajes más cĂ©lebres y la huella que han dejado en nuestras calles.
El barrio de San Bernardo, que debe su nombre al monje Bernardo de Claraval (redactor de las reglas de la Orden); los jardines de la Buhaira, el Hospital de la Caridad o El Arenal son algunos de los espacios que recogen la esencia de la Orden templaria en Sevilla, a donde llegaron junto a Fernando III El Santo para arrebatar la ciudad a los musulmanes. Su rivalidad con las otras Ăłrdenes que ayudaron a la Reconquista hizo que Ă©stas borraran su huella una vez que el Papa Clemente V la disolviĂł.
Ruta templaria
La empresa de interpretación cultural Mol Arte fue la primera que comenzó a ofrecer una ruta para seguir los pasos de la orden militar cristiana. Su responsable, Manuel Jesús Molina, explica algunos de los espacios que recorren en la visita y su vinculación a los templarios, un itinerario que ofrecen desde hace un año y que cuenta con gran aceptación cada vez que lo realizan. Algunos de los datos que más sorprende a los que hacen la visita es que los templarios ayudaron a la Reconquista de Sevilla y que sus tropas se asentaron en el actual barrio de San Bernardo en 1246, desde donde llevaron a cabo el asedio intramuros. Establecieron su campamento en los jardines de la Buhaira y desde allà aguardaban el ataque por la Puerta de la Carne.
Una vez que conquistaron la ciudad, cada una de las Ăłrdenes que ayudĂł al rey con sus tropas (la de San Juan, Santiago, Calatrava...) recibiĂł unos terrenos como recompensa, denominado compás, en el que tenĂan jurisdicciĂłn propia, y a la del Temple se le asignĂł el perteneciente al Campo de la Laguna, que hoy dĂa se corresponderĂa con el área de la Plaza Nueva hasta El Arenal, incluyendo la Plaza de Molviedro.
La empresa Sevilla en ruta hace un itinerario muy similar, como el que tendrá lugar el domingo 22 al mediodĂa. «Tiene mucha aceptaciĂłn, suelen venir sevillanos de media edad que quieren conocer a fondo la historia de su ciudad», indica BelĂ©n Soto. De aquel compás tan solo ha llegado a nuestros dĂas la casa de Santa Teresa y la calle MesĂłn de los Caballeros. El palacio que ocuparon los templarios estarĂa en el nĂşmero 60 de la calle Zaragoza, segĂşn señala Juan Antonio Romero en su libro «Los templarios en el Reino de Sevilla», donde tambiĂ©n contarĂan con un hospital. «Hay constancia de su existencia en un documento de compra venta de Francisco de Cepeda, que adquiriĂł un inmueble allĂ que decĂa ubicarse junto al antiguo hospital templario», explica Manuel JesĂşs Molina. En la antigua calle Atocha, por su lado (actual esquina de Zaragoza con Gamazo), habĂa un retablo donde los templarios se encomendaban a la Virgen de Atocha, que presidĂa el arquillo desde una hornacina, «puesto que esta orden tenĂa una gran fe a todas las vĂrgenes negras», como señala Molina.
Otro de los enigmas del temple que ha llegado a la actualidad es el del cocodrilo que se ve colgado en el Patio de los Naranjos, en la catedral, ante la conocida como Puerta del lagarto. SegĂşn reza el libro «La huella de los templarios: tradiciones populares del Temple en España», escrito por Rafael AlarcĂłn Herrera, se trata de un regalo de pedida del sultán de Egipto cuando solicitĂł la mano de la princesa Berenguela, en tiempos de Alfonso X El Sabio. Dicen que el cocodrilo fue entregado a los templarios, quienes lo custodiaron en la laguna de las PaxerĂas y cuando muriĂł el animal fue disecado y ofrecido a la catedral y con el tiempo se hizo uno de madera para ocupar su lugar.
«Non nobis Domine»
El lema de los templarios era «Non nobis Domine, non nobis sed nomini tuo da gloriam» («Nada para nosotros Señor, nada para nosotros sino para la gloria de tu nombre»), una leyenda que puede verse en el Hospital de la Caridad. El dato, como asegura Manuel JesĂşs Molina, no deja de resultar sorprendente, puesto que este edificio se levantĂł una vez disuelta la orden, lo que hace pensar en que el espĂritu templario siguiĂł vivo mucho tiempo despuĂ©s de su prohibiciĂłn, aunque el hospital estaba dentro de las antiguas posesiones del Temple y su vinculaciĂłn a ella no es tan extraña como pueda parecer. De hecho, el impulsor de este espacio, Miguel de Mañara, era miembro de la Orden de Calatrava, conocida por ser el refugio de numerosos templarios despuĂ©s de su disoluciĂłn como orden.
Aunque son pocos los vestigios templados que conservamos, la historia recuerda que, aunque breve, el paso de esta orden por Sevilla fue trascendental. De hecho, el primer arzobispo de la ciudad tras la Reconquista, don Felipe (hijo de Fernando III), perteneciĂł al Temple. IngresĂł en la orden con apenas 18 años y asumiĂł el cargo de arzobispo en 1248, aunque no recibirĂa la autorizaciĂłn del Papa Inocencio IV hasta cuatro años despuĂ©s. No ejercerĂa el cargo durante mucho tiempo, puesto que tan solo pasĂł un lustro cuando quedĂł prendado de la princesa noruega Cristina Hâkonsdatter, con lo que solicitĂł a su hermano el rey Alfonso X El Sabio que le cesara en el mismo y pidiĂł a la Orden del Temple la autorizaciĂłn pertinente para contraer matrimonio.
PasĂł entonces a ser caballero terciario, tĂtulo otorgado a los caballeros casados que mantenĂan un vĂnculo con la Orden y que al morir dejaban sus propiedades a Ă©sta.
Esta funcionalidad es sĂłlo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sĂłlo para suscriptores
Suscribete