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veranos inolvidables

Carlos Bourrellier: de mochilero «hippie» a presidente del Consejo de Cofradías

Cogía el tren hacia Cádiz y acampaba semanas con su tienda junto al piso en el que veraneaba la que hoy es su mujer

Carlos Bourrellier: de mochilero «hippie» a presidente del Consejo de Cofradías abc

javier macías

Cuenta que cuando alguien le reconoce durante un paseo por la playa o en un chiringuito le dice: «Presidente, ¿cómo va el asunto de la Madrugada?» . Carlos Bourrellier huye del mundanal ruido de una ciudad donde la Semana Santa dura todo el año, por lo que su retiro en El Portil le permite desconectar y pasar inadvertido unos días en agosto y la primera quincena de septiembre para disfrutar de sus nietos, a los que prepara barbacoas mientras ellos disfrutan de la playa.

Pero ese perfil clásico o tradicional que muchos podrían ver en Carlos Bourrellier , tiene su propio contraste en sus años de infancia y adolescencia. El presidente tuvo su época bohemia , de irse a la aventura con una mochila y una tienda canadiense . En su juventud, cogía cada verano el tren hacia Cádiz en busca de su novia —hoy su mujer—, para acampar en la playa junto al apartamento de la familia de ella junto al Paseo Marítimo. «No es que fuera hippie , es que no subía a su casa, sólo para ducharme o comer algún día. Sus padres se pensaban que yo era amigo del hermano, que también, pero realmente era el novio de su hija» , se ríe.

Antes, de niño, tenía dos lugares de veraneo: en el mes de julio paraba en la casita que su familia tenía junto a la Cruz del Campo . «Allí había un pilón y así nos refrescábamos y otras veces hacíamos excursiones a la fábrica de cerveza». Los domingos, que era el día que su padre cerraba la tintorería de la calle Azafrán, lo llevaba a él y a sus hermanas a la piscina San José, en la antigua Venta Vega , sita en los terrenos donde hoy en día se levanta el hospital Fremap de la avenida de Jerez. Bourrellier recuerda que en esa piscina el agua, de pozo, estaba «helada» y que en el bar ponían «los mejores tomates aliñados que he probado en mi vida».

Junto a su padre, con 8 años, en la piscina San José (Venta Vega)

Ya en agosto, se trasladaba a la casa que su abuela paterna tenía en la Cruz del Mar , cerca del muelle, en Chipiona , donde no se le olvidan los paseos con sus amigos hasta la playa de las Tres Piedras.

Tras el fallecimiento de su padre, con apenas 19 años, tuvo que ganarse la vida en Canarias . Allí marchó junto a su tío, que era delegado de una empresa que le hizo viajar por todas las islas y conocer todos sus rincones. Allí continuó acampando y recuerda noches inolvidables en La Gomera , donde se aficionó a la astronomía gracias a uno de sus amigos, que tenía un telescopio. «Siempre me gustaba contemplar las estrellas desde el monte de la Merced en Gran Canaria o desde el Teide en Tenerife, dejando las nubes abajo porque en las islas la calima impide que se vea el cielo limpio», indica.

Desde allí, eran frecuentes sus viajes de trabajo a El Aaiún , en el Sáhara, donde le llegó a coger la Marcha Verde en 1975 . «Allí, o te quedabas en el parador o en la fonda Mustafá, donde el siroco entraba por todos lados, así que nos íbamos a la playa por la noche».

Con 23 años se casó y se trasladó a Canarias con su mujer, donde pasó lo que él denomina sus «veranos inolvidables» , a pesar de que estaba desarraigado de su tierra, a la que volvió con 28 años.

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