El día que Puerto Triana soltó amarras
Se cumplen veinticinco años de la aprobación del parque de ocio y comercial Cartuja 93; un proyecto que apenas se acabó plasmando tal y como había sido concebido para reordenar la zona tras la Expo

Entre la ciudad posible y la ciudad inevitable que se abre paso hay pocas similitudes, como cualquiera puede advertir con sólo mirar la fotografía de la maqueta del primitivo Puerto Triana, el parque comercial y de ocio al sur de la isla ... de la Cartuja cuya andadura se inició un 23 de julio hace ahora veinticinco años.
Hace veinticinco años, pesaba sobre todo la sensación de recinto vacío y las administraciones públicas (Agesa como propietaria de los terrenos y Cartuja 93 como gestora del parque científico y tecnológico) se daban prisa por ocupar espacios con proyectos de toda índole. El año anterior, en junio de 1997, se había inaugurado Isla Mágica, un parque temático incrustado en un recinto empresarial y científico contra toda lógica, y se quería repetir la solución en el extremo opuesto, en la zona de la Cartuja lindera con el barrio de Triana.
En efecto, ABC llevaba a su portada del 24 de julio de 1998 una recreación del futuro complejo que iba a completar la ordenación del antiguo recinto de la Expo92 con un titular explícito: «Puerto Triana, parque de ocio de Sevilla». Por el camino de esas dos décadas y medias, muchas dudas e incertidumbres, muchos problemas, muchos conflictos y mucha tinta derramada en los periódicos hasta que el rascacielos para uso hotelero y de oficinas a cuyos pies se levanta un centro comercial y el Caixaforum para actividades culturales se abriera paso.
Elección del consejo
Ahora hace 25 años se dio el primer paso, aunque fuera titubeante y luego se desanduvo el camino varias veces. La efemérides que hoy reseñamos señala la elección del consejo de administración de Cartuja 93 para reordenar la zona con un complejo comercial y de ocio del que no se daban muchos datos.
Lo promovían las dos cajas de ahorro sevillanas –inmersas entonces en un alambicado proceso de fusión que supuso todo un desafío al poder de Chaves como presidente de la Junta–, Bibite (ligada a José Luis Manzanares), Grupo Dos (vinculada a José Antonio Sáenz) y la consultora de ingeniería Ayesa. Contaba con el respaldo como gestor comercial de El Corte Inglés, iba a suponer una inversión de 9.721 millones de pesetas (algo menos de 60 millones de euros constantes) y se iba a abrir en otoño de 2000.
La realidad es que casi dos décadas después, el monto global de la inversión en la zona rebasó los 300 millones de euros costeados en su mayor parte por la Caixa, que había acabado por absorber las cajas de ahorro sevillanas después de pasar por sucesivas fusiones. Y, lógicamente, las obras se retrasaron mucho más del año y medio que calculaban sus promotores en verano de 1998.
Casi nada de lo que se pensaba entonces se plasmó definitivamente. Por supuesto, el rascacielos ni estaba ni nadie se lo esperaba hasta que apareció en la última fase de tramitación del PGOU de 2006 más como un capricho político que como una necesidad.
Puerto deportivo
Veinticinco años atrás, el elemento estelar de ese Puerto Triana primigenio iba a ser un puerto deportivo con cien atraques para fondear veleros y yates. Ya se había intentado construir en el proyecto Marina de Sevilla en la cabecera del cauce de los Gordales (junto al actual puente de las Delicias) pero aquella idea que impulsaba Manuel Prado y Colón de Carvajal zozobró antes de botarla.
¿Qué más iba a haber en el Puerto Triana que se proyectaba en 1998? El pabellón de la Navegación iba a convertirse en un museo interactivo de la Ciencia que gestionaría la Fundación El Monte y el pabellón de los Descubrimientos (arruinado por el incendio del 18 de febrero de 1992) iba a restaurarse manteniendo el cine Omnimax con multicines y discotecas en los bajos.
Se mantenía en uso la torre Schindler del pabellón de la Navegación y se mudaba de sitio la escuela de vela existente en la zona. Tampoco es que estuvieran los usos demasiado definidos. Se anunciaba «un centenar de tiendas repartidas entre el equivalente a un centro comercial y un puerto Banús destinados a comerciantes sevillanos y nacionales que quieran aprovechar las sinergias de un parque de ocio».
En total, dos edificios comerciales. Uno de tres plantas con 26.000 metros cuadrados de superficie a disposición de la empresa dispuesta a gestionarlo. Otro que se denominaba de comercio pormenorizado se reservaba para establecimientos sevillanos con casi 13.000 metros cuadrados y otros 14.000 más de terrazas hasta la orilla del río. Todos esos números fueron aumentando en proporción con el paso de los años.
Lo que se entendía por parque de ocio hace un cuarto de siglo no ha variado mucho – «boleras, discotecas, pubs, centros de realidad virtual, juegos electrónicos»– salvo que esa oferta se ha jibarizado tanto que hoy la llevamos en el bolsillo merced al teléfono celular y no precisan de lugares adaptados para su disfrute.
Otras cosas, sin embargo, no cambiaron nunca: estaba previsto construir un aparcamiento subterráneo capaz para 2.200 vehículos (finalmente fueron más de 3.000) y un parque de seis hectáreas con arbolado, fuentes, jardines y quioscos en el que es fácil rastrear la semilla de lo que hoy es el parque Magallanes en la terraza fluvial.
Técnicamente, la decisión de Cartuja 93 de julio de 1998 no era más que una recomendación dirigida a Agesa, la sociedad estatal dueña del terreno con capacidad para encargar la concesión a uno de los dos proyectos en liza presentados a concurso: Puerto Triana y Parque de Indias, promovido por un grupo empresarial especializado, el británico THI Leisure, en complejos comerciales y de ocio que se había ganado el rechazo ciudadano por considerarlo poco más que una gran superficie comercial de outlet.
La presencia de las cajas de ahorro El Monte y San Fernando en el accionariado de Puerto Triana decantó, no obstante, la decisión en favor de este proyecto. Oficialmente, se revistió de la «sensibilidad de la ciudad de Sevilla» y de una mejor integración con el barrio de Triana sobre el papel, que todo lo aguanta.
El proyecto que echó a andar en 1998 estaba sujeto a dos grandes cuestiones que estaban por resolver y que se convirtieron en caballo de batalla política en los años posteriores. En primer lugar, la propia titularidad de los suelos, donde concurrían diferentes propietarios públicos con regímenes diferentes también que había que armonizar para poder hacer la concesión administrativa. La adjudicataria Puerto Triana se comprometía a hacerse con la titularidad por 4.200 millones de pesetas (en torno a 27 millones de euros).
Por otro lado, la necesidad de un plan especial de la zona que se convirtió en una endiablada encrucijada que consumió tiempo, energías y proyectos de sucesivos equipos de gobierno municipales. Los promotores habían declarado, muy confiados, que podría estar listo en cuatro meses, pero el caso es que pasaron más de ocho largos años hasta que pudo darse luz verde.
Casi nada de lo que se pensaba entonces se plasmó definitivamente. Por supuesto, el rascacielos ni estaba ni nadie se lo esperaba hasta que apareció en la última fase de tramitación del PGOU de 2006
La génesis de Puerto Triana estuvo rodeada de controversia. La federación del pequeño comercio sevillano, Aprocom, con su presidente José Cañete a la cabeza, se alineó de manera rotunda e incondicional con el proyecto de Puerto Triana mostrando el rechazo frontal a la propuesta de Parque de Indias: «Permitir la instalación de un parque comercial que sólo vende productos rebajados, un 'factory outlet center', significaría la ruina total del comercio, no sólo de Triana y su entorno, sino de todo el comercio sevillano. Sevilla necesita fortalecer su comercio tradicional, pero no con multinacionales de este tipo, que lo único que traen es ruina».
Con la perspectiva que da el paso del tiempo, la polémica se antoja un punto apocalíptica. En 1998 todavía faltaban ocho años para que Primark –convertida en motor comercial de la actual Torre Sevilla heredera de Puerto Triana– abriera su primera tienda en España, en la Gran Vía madrileña en 2006.
Finalmente, el 29 de julio de 1998, la Sociedad Estatal de Gestión de Activos (Agesa), heredera de los suelos e infraestructuras de la Expo92, eligió a Puerto Triana para que «realice la construcción y explotación del centro de ocio, cultural y comercial en el espacio cultural Puerta de Triana». La singladura no había hecho más que comenzar.
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