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Esta Feria de Abril de Sevilla 2018 hay que sudarla

La jornada festiva fue la elegida por gran parte de los sevillanos para darlo todo en el real y, a pesar de las altas temperaturas, las bullas no faltaron en los mostradores

Grupo de caballistas en una jornada festiva en la que el real estaba a rebosar V. GÓMEZ

ALBERTO GARCÍA REYES

El acabose. Lo de ayer fue el delirio. Estaba allí todo el que tenía que estar. No diga que no, que usted estuvo. El festivo se desbocó contra natura, porque ya no puede hacer más calor, y los mosquitos se tuvieron que ir a otro sitio porque no cabían. Empujones, familias celebrando cumpleaños, jamones en los huesos… La caseta de la Ser obró el gran milagro sevillano: meter dentro a los que caben y a los que no caben. Sin molestarse. Porque esta ciudad entiende los códigos de la bulla por vía genética. Y sabe convertir lo más desagradable e incómodo del mundo en un placer. El masoquismo hispalense no tiene límites. Porque en la Feria todo es un embuste. Lo comentaba un feriante con muchos trienios mientras se tomaba una manzanilla en la calle porque en su caseta no había hueco ni para el aire: «En la Feria, cada uno tiene su mentira. Por ejemplo, te encuentras con un empresario y te dice: hoy es mi primer día porque he estado de viaje cerrando un negocio. Mentira. Te encuentras con un político y te dice: todavía no he podido ver a mi familia en lo que va de Feria porque con esto del cargo tengo que estar en todos los actos oficiales. Mentira. Pero la mejor es la de los artistas. A cualquiera que te encuentres le preguntas que cómo está y te responde siempre: ahí vengo de grabar mi último disco». Mentira gorda. ¿Qué disco? Pero la única verdad de la Feria es precisamente ésa: que todo es mentira. Hablando de eso en una caseta de Gitanillo de Triana, con cuatro carruajes atravesados en la puerta y el albero hasta las manillas de gente, le recordó un conocido abogado a su acompañante la anécdota de Picoco mientras ambos observaban con los ojos brillantes los trazos que el sol estaba pintando sobre el costumbrismo de la ciudad: «Una vez le preguntaron a Vicente que cuál era la mentira más gorda que le había dicho a su mujer. ¿Y sabes lo que contestó? El embuste más gordo que le he echado es: ahora vengo».

Todo el mundo sabe que el camino más corto entre dos casetas de la Feria nunca es el recto. Y que el «ahora vengo» es lo que en literatura se llama una antífrasis, que es la gran figura retórica de Sevilla. Aquí a quien tiene mucha nariz le llamamos chato y a quien es gordo le decimos canijo. Pues eso es exactamente el «ahora vengo»: sabe Dios si volveré. Es algo así como lo que le estaba diciendo un veterano escritor a un pesado que se puso a hablarle de lo suyo en el mostrador de una caseta de la calle Ignacio Sánchez Mejías y le recordó un libro determinado. La víctima se abanicaba pacientemente para combatir la solanera, que ayer apretó tela. Y en cuanto vio el hueco, le espetó de la forma más desagradable posible: «Gracias por la recomendación porque así me ahorro comprarlo». Se acabó la conversación. Que la Feria dura un tris y no estamos aquí para perder el tiempo . Como mucho estamos para darnos algún codazo sacando el plato de queso por lo alto de las cabezas. Porque como lo saques por debajo, no llega al destino ni una cuña. Se lo comen todo los cuñados, que ni en la marabunta de ayer se marean. Estaba la Feria que se iba a romper, aunque el arranque fue otra vez tardío, pero no recatado. Mucha gente tenía elegido el día como el único. Había que darlo todo. El mejor traje de gitana, los mejores pendientes, el mejor traje -ya veremos cuándo lo terminamos de pagar, pero el mejor-, el mejor jamón, las mejores gambas... Un día es un día. Y el día era ayer. Los toros no quitaron a casi nadie del real, pero sí fueron protagonistas. ¿El del Juli era para indultarlo o no? Unos dicen que pares y otros que nones. Pero todos coinciden en que la Fiesta necesita estas alegrías. «Lo que se vivió en la plaza no fue normal, aquello era una apoteosis completamente irracional», explicaba un ganadero justo antes de dar con otra de las grandes mentiras de la Feria. Le preguntó a su interlocutor que si había estado. Le contestó que no. Y lo felicitó: «Eres muy honrao porque ahora seguro que sale tanta gente diciendo que estuvo en esa corrida que, si los sumamos a todos, llenamos tres plazas». El evangelio. Lo que sí puede decir el personal, y será verdad, es que ayer estuvo en la Feria. Porque había gente para llenar tres reales, con lo grande que es aquello. «Yo te voy a decir una cosa, si vas de Bombita a Chicuelo no lo notas, pero ir de una caseta de Costillares a otra de Ignacio Sánchez Mejías es como hacer una pretemporada», reflexionaba un señor que no se había levantado de la silla en cuatro horas. Si amagabas con ponerte de pie, el asiento volaba. Porque el miércoles fue el acabose. La demostración de que esta Feria hay que sudarla. Y ahí terminó todo. Este cronista, de hecho, se va. Espérenme aquí, que ahora vengo.

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