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Arte y demás historias

Juan, el zapatero de la Alfalfa

«En el taller del maestro Juan encontramos diferentes tipos de calzado, hormas, tacones, pieles y un buen número de herramientas propias de su oficio»

Zapato femenino. Seda bordada. Hacia 1720-1749. Metropolitan Museum. Nueva York
Bárbara Rosillo

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Los documentos notariales son una herramienta imprescindible para el estudio del ajuar doméstico y la indumentaria a lo largo de la Edad Moderna. Los llamados inventarios capitales, o simplemente «capitales», eran relativamente frecuentes y tenían por objeto hacer un pormenorizado recuento de todos los bienes que el futuro marido aportaba al matrimonio antes de pasar por el altar. Hoy vamos a referirnos al inventario de un maestro zapatero llamado Juan, que residía en el barrio sevillano de La Alfalfa. El documento, fechado en 1719, expone: «para que en todo tiempo conste los bienes que este otorgante lleva al dicho matrimonio, quiere hacer capital de ello y, poniéndolo en efecto, lo hace de las siguientes partidas». Según hemos podido constatar, era relativamente frecuente que el contrayente acudiera al escribano público para dar fe de todos sus bienes muebles e inmuebles. La futura esposa o su familia también acudían al notario para formalizar la dote, ya que su entrega constituía un requisito casi imprescindible para poder contraer matrimonio en aquella época.

Par de zapatos femeninos. Hacia 1690-1700. Metropolitan Museum. Nueva York

Juan era maestro zapatero de «opera prima», es decir, desempeñaba su profesión después de haber aprendido el oficio y superar el examen de maestría. Un zapatero de «opera prima» estaba en lo más alto del escalafón, es decir, no era un vulgar remendón, sino que fabricaba zapatos. En nuestro caso, lo más relevante de este inventario es la pormenorizada descripción de todo el género que se hallaba en el taller, lo que nos permite conocer de primera mano todos sus útiles de trabajo, así como sus correspondientes tasaciones. En el taller del maestro Juan encontramos diferentes tipos de calzado, hormas, tacones, pieles y un buen número de herramientas propias de su oficio. De la lectura del documento se extraen informaciones curiosas sobre el calzado de aquel tiempo, tales como que las hormas de hombre y mujer eran diferentes, siendo más caras las primeras, o que el pie derecho no se diferenciaba del izquierdo porque las hormas se fabricaban rectas, por lo que el pie debía ir adaptándose al zapato.

Par de zapatos femeninos de damasco de seda con hebillas. Hacia 1740. LACMA. Los Ángeles. Wikimedia Commons

El documento nos informa de que el par de zapatos para hombre se tasa en quince reales, frente a los doce reales de los de mujer. Durante buena parte del siglo XVIII ambos sexos usaron tacones, más altos y esbeltos los femeninos. Los tacones altos, los más llamativos, hicieron su aparición en Francia a finales del siglo XVII. Los primeros grabados de moda datan de esa época, y en ellos vemos a damas elegantes luciendo tacones bastante finos. En cualquier caso, las señoras también usaban zapatos sin talón, llamados chinelas, para estar por casa y también para salir a la calle. La famosa pintura El columpio de Fragonard, uno de los símbolos del Rococó, muestra a una dama lanzando la chinela a su amante, que se dispone a recogerla embelesado.

Jean-Honoré Fragonard. Los felices azares del columpio. 1767-1768. Wallace Collection. Londres. Wikimedia Commons

A lo largo del siglo XVIII el calzado solía ser alto de empeine y se adornaba con hebillas que podían ser de metal, plata u oro, e incluso llevar piedras preciosas o artificiales. En cuanto a los materiales, se usaban desde las pieles más sencillas hasta los costosos cordobanes, pasando por ricos tejidos como sedas y damascos. Una de las distinciones sociales clave en materia de calzado masculino fueron los tacones de color rojo, un claro signo diferenciador de estatus social reservado a los caballeros más principales, que comenzó en la Francia de Luis XIV.

Debido a lo perecedero de sus materiales y a su función, el calzado duraba poco, por lo que no han llegado muchos ejemplares hasta nuestros días. En diversos museos de indumentaria podemos contemplar sus delicados diseños y sus originales telas estampadas y colorido. Pero tal vez lo que más nos sorprende es el tamaño tan increíblemente pequeño de los pies de nuestras antepasadas. Las mujeres hemos crecido en estatura, pero nuestra pasión por los zapatos permanece intacta. Trescientos años después de que el zapatero Juan de la Alfalfa nos dejara memoria de su quehacer, el célebre Manolo Blahnik, (Santa Cruz de la Palma, 1942) considerado el mejor zapatero del mundo, utiliza preciosas hebillas en sus famosísimos Manolos. Por ello podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la moda se retroalimenta, al mismo tiempo que se inventa, constantemente.

Manolo Blahnik. Zapatos femeninos de raso morado. 2015

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Historia de la moda y otros asuntos. https://barbararosillo.com/

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