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religión

Santa María de la Purísima y el espíritu de hermana de la Cruz

Supo que la Compañía de la Cruz era su sitio y trabajó para alcanzar la santidad siendo la auténtica religiosa de la congregación que quería la fundadora, Sor Ángela

Santa María de la Purísima, que fue beatificada hace hoy 12 años ABC

Gloria Gamito

Sevilla

Desde muy joven Santa María de la Purísima quiso y decidió ser santa. Tenía muy claro que «la santidad no está en lo que hacemos sino en como lo hacemos», que para santificarse «no había que hacer cosas extraordinarias sino hacer las cosas ordinarias de forma extraordinaria» y que «Dios nos llama a ser santos y nos da su gracia para que cumplamos sus deseos». Y lo logró siempre con una sonrisa y siguiendo el camino de santidad que el Señor trazó para las Hermanas de la Cruz.

Nacida en Madrid en una familia distinguida, estudió en las Irlandesas. Muy culta, hablaba inglés, francés e italiano, tenía una sólida formación religiosa y quería meterse a monja. Desde que conoció a las Hermanas de la Cruz quedó fascinada con el proyecto de vida que Dios inspiró a Sor Ángela. El 8 de diciembre de 1944, con 18 años, entró como postulante, y al tomar los hábitos eligió llamarse Hermana María de la Purísima de la Cruz.

El cambio de vida fue brusco pero ella se adaptó con alegría. Imitando a Jesús, su misión fue servir y darse por amor «sin contar, sin pesar, sin medir», con toda el alma, y eso lo notaban las niñas internas y de los colegios, las Hermanas, y sobre todo los enfermos. Delicada, amable, respetuosa, bondadosa, Santa María de la Purísima siempre actuó bien con todos, hasta cuando corregía, pues lo hacía con firmeza y dulzura. Su sonrisa de paz y bondad era el faro que iluminaba su cara, su tarjeta de presentación. Muy humilde, nunca se mostró triste ni disgustada. Ni siquiera cuando quedó sin destino tras su etapa como maestra de novicias y como provincial. Durante 13 meses, acudió a la distribución de oficios y a veces era ayudante en la cocina, otras, fregaba suelos, daba clase a las niñas del colegio, hacía la compra, visitaba enfermos de día o hacía velas de noche. Con la misma alegría y cariño de siempre, sin un gesto de desagrado o queja. Estaba feliz porque vivía el espíritu del Instituto y lo tenía muy claro: «En la casa de Dios no hay trabajos bajos, todos son altos».

En los veintidós años que ocupó el cargo de Madre General veló siempre por conservar el carisma del Instituto y porque todas las Hermanas, con ella al frente, vivieran con fidelidad máxima el espíritu de Hermana de la Cruz. Así en sus cartas a lo largo del año les proponía trabajar aspectos de las Reglas para preparar los tiempos litúrgicos. En junio o julio solía plantear la tarea espiritual para celebrar el 2 de agosto, fecha fundacional del Instituto.

Muchas de sus propuestas se referían a trabajar de forma especial los cinco 'sumos' que debe vivir la hermana de la Cruz: sumo desprendimiento, suma humillación, sumo trabajo, suma austeridad y sumo sacrificio. Otras veces pedía a las Hermanas esforzarse para crecer en el amor a Dios que lleva a vencerse y sacrificarse. Así, en 1990 apostilló la frase de Sor Ángela: «El amor de Dios convierte el sacrificio en gozo inefable y la cruz del deber la hace dulce y suave», con estas palabras: «Cuanto más fuerte es nuestro amor al Señor, más amamos nuestra vocación y más nos entusiasma todo lo nuestro: el vivir los «sumos», el amor a los pobres, el estar a los pies de todos porque vemos en ello ocasiones de probarle nuestro amor».

Misa en la Casa Madre

Fomentaba la paz, «con Dios y con nosotras mismas» y la caridad entre las Hermanas, proponiendo que todas vivieran el sumo desprendimiento de ellas para dar paz a la comunidad, «y esto exige trabajar la caridad fraterna». Y a la vez que fortalecía el espíritu del Instituto en cada una de las religiosas defendía su carisma. Y lo hizo en tiempos difíciles porque tras el Concilio Vaticano II muchas congregaciones realizaron grandes cambios. A las Hermanas las tacharon de anticuadas por sus hábitos y por su rigor de vida. Como Madre General, Santa María de la Purísima defendió siempre el carisma y las Reglas y todo permaneció en la Compañía como Sor Ángela dispuso. «Pobreza, limpieza, antigüedad». El día de su beatificación en 2010, el cardenal Amato, representante del Papa Benedicto XVI en la ceremonia, que presidió la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena, señaló que Santa María de la Purísima podía ser llamada la Madre del Postconcilio porque llevó a cabo la verdadera renovación que quería el Vaticano II: «Fidelidad a los valores, no a las modas, a la sustancia, no a las apariencias».

Antes, cuando el cardenal Amato se dirigió a las Hermanas de la Cruz al iniciar su homilía, de forma espontánea los 45.000 asistentes al acto del Estadio Olímpico iniciaron un largo y emocionante aplauso de palmas por sevillanas lleno de cariño a las religiosas que casi alcanzó los siete minutos. Fue una muestra del cariño a las Hermanas y el reconocimiento a su abnegada labor. Hoy, día de la festividad de Santa María de la Purísima, cuando se cumplen 12 años de su Beatificación, se celebrará una misa a las siete de la tarde en la capilla de la Casa Madre, que será oficiada por don Teodoro León, vicario general de la Archidiócesis de Sevilla, con motivo del aniversario.

Cinco años más tarde de que fuera beatificada, el 18 de octubre de 2015, peregrinos españoles, italianos y argentinos, tiñeron las calles de Roma de pañuelos y mochilas celeste Purísima, en otro día histórico para la Compañía de la Cruz y la Iglesia de Sevilla: el Papa Francisco proclamó santa a Madre María de la Purísima. Culminaba de ese modo un espectacular y meteórico proceso de Canonización que solo duró 17 años.

La joven que tomó por modelo a Sor Ángela y su vida de Cruz para alcanzar la santidad, las que sus hijas consideraban la perfecta Hermana de la Cruz, logró su objetivo por el camino del amor, de la vivencia radical del Evangelio, de la suma pobreza y de darse sin medida.

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