Reloj de arena
Bosco Gallardo Quirós: El calorro más gachó del mundo
Es una versión única, exclusiva, rara y a contracorriente. Rompe los esquemas, los clichés y los tópicos. Es una anomalía genial dentro de la genialidad de su casta

Vamos a pasar unos minutos con el gitano más gachó del mundo. Con el bronce más claro de la fragua. Con menos canela que arroz con leche. Y eso que de casta le viene al galgo y lo delata el alto octanaje de la sangre: ... desciende de aristócratas gitanos y vinateros gachó. Nació en el barrio de San Miguel , su parentela no le es ajena a Manuel Molina , primo de Agujetas y los Parrillas . Y él, Bosco Gallardo Quirós , es hijo de Antonio Gallardo , uno de los letristas más estimables del género. Por la parte gachí entronca con vinateros de Jerez. Con una bisabuela con ocho apellidos vascos y un bisabuelo carlista que fue el capitán en el exilio del rey tradicionalista. Hay por ahí una fotografía, en la que se ve de pequeño en la cama con su hermana. La niña tiene el color del Ganges, ese chocolate atávico. Él posa con la claridad de la luna en plenitud. Quizás por eso, su padre, lo apodó El Caliche . El Caliche es doctor en Historia del Arte, conservador de museo y escritor. Admira a Woody Allen , le gusta el jazz, lee a San Juan de la Cruz , Juan Ramón Jiménez y Thomas Mann . Y tiene un hándicap 7 en golf. Una vez, con la sinceridad en la mano y el corazón en la boca, me dijo: «como gitano soy un fracaso, pero soy un perfecto gachó…»
Detesta a los que rebautizaron la zambomba con tilde en la última vocal, para convertirla, a los oídos de la gente, en una especie de pieza de artillería activa, quizás un arma de destrucción masiva del lenguaje original. Jamás se levantó de la silla en una fiesta flamenca, es incapaz de dar una pataíta por bulerías y hay suecos en Estocolmo que la bailan muchísimo mejor que él. En Cuba, a los incapacitados para seguir el dos por tres del compás antillano, le llaman patongos. Bosco es un patongo jerezano que no lo salvó de su destino ni el segundo bautizo que le hizo la familia en la bodega del tío Fernando. Tenía el chiquillo cinco años y lo bendijeron haciéndole beber un ‘torito’: una mezcla de oloroso seco con dulce. Aquel día se sintió panteísta, se tuteó con los dioses del vino y de los peroles, pero el del compás ni lo miró. Lo que no ganó en la banca prodigiosa de las gargantas gitanas, lo multiplicó hasta el infinito con su maestría para la prosa y el verso. En su libro ‘La Macarena y su mundo’ se rebela contra el miedo escénico y le dedica sonetos shakesperianos y exigentes hexámetros clásicos a su pasión verde. Tiene el compás que su gente lleva en los pies en el prodigio literario de sus manos, que van mucho más allá de disimular un imposible palilleando una bulería en la mesa de un tabanco.
Bosco se confiesa caracolero, incondicional de Dolores Agujetas , fan del pianista Bill Evans , no se perdería un concierto de Yes y no escatima admiraciones para engloriar a Drexler, Sabina y Aute . Ha escrito libros para entender mejor a Tapies , a Louis Bourgeois y la tutela del patrimonio artístico del siglo pasado. Es un picado del arte. En su casa nos encontramos con ejemplos evidentes de que lo dicho no es una sospecha, sino un dato objetivo y confirmado. A su hijo lo bautizó Marcelo por Marcel Duchamp . Y en las paredes de su casa cuelgan obras de Tapies, Gordillo y Molina . También hay máscaras de la etnia fang africana, las que inspiraron a Picasso para ponerle rostro a las acogedoras señoritas de Aviñón. No se puede ser más gachó. Y les aseguro que en ese brinco que dio su alma para integrarse en un mundo tan lejano a los de su raza no tiene responsabilidad alguna los Asuntos Sociales de la Junta. Cuando dejó Jerez para estudiar Historia del Arte en Sevilla sintió el desamparo más absoluto. Dejaba la tierra de los suyos, su confort vital, su mundo. Aquel Jerez de personajes como El Varilla , un vagamundo que, diariamente, se disfrazaba de algo. Y que llegaría a ser la mejor metáfora de los múltiples perfiles que encajan sin contradicción en la personalidad entreverá del calorro más gachó del mundo.
Detesta a los que rebautizaron la zambomba con tilde en la última vocal, para convertirla, a los oídos de la gente, en una especie de pieza de artillería activa, quizás un arma de destrucción masiva del lenguaje original
Bosco se vino a Sevilla desamparado pero con un pasaporte que no se recogía en comisaría. Desde pequeño había tenido fotos de la Macarena en sus libros de EGB que le enviaba su primo Miguel Loreto , posters en su cuarto y libros forrados con la pasión verde de la muralla vieja. Y un día se encajó en la basílica, le habló a la Mater Dolorosa con la confianza con la que se trata a la gente de tu linaje. Y le dejó clara su situación: «yo aquí soy tu familia y tienes que cuidar de mí». Muchos años después, Bosco, me asegura que la Esperanza le hizo caso. Que no solo lo acogió. Sino que, con esos guiños indescifrables que envía desde más allá del tiempo, fue la responsable de que sea hoy el amanuense macareno. Quizás porque la Niña bonita de San Gil tenga predilección, como le asegura su primo Manolete Loreto , por los makandé.
Ajeno al mundo de los capillitas, al brillo de la plata, al ‘fuegofatu’ de los pregones, a la recova de los cabildeos y al terciopelo de la vanidad, Bosco es jerezano, macareno y sigue sin entender esa animadversión que se alimenta contra la ciudad desde otros ámbitos sureños. Lo mejor de todo es que no nos importa nada. Que lo realmente importante es que haya andaluces como este calorro sin clavo y con un perfume para cada ocasión. Es la multiplicidad en un solo formato. El compás escribiendo. La canela versificando. El arte y la vida según el calorro más gachó del universo…
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