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Reloj de arena

Dolores Montoya, la Lole: menta y canela

Ella fue la fragancia, el perfume, el olor puro de la primavera de un nuevo día para el flamenco

Alvaro García Pelayo

Félix Machuca

Ni fue jipi ni se dejó llevar por el desbocado caballo que destruyó a muchos de su generación. Pero trabajó con Camarón y con Raimundo Amador . Fue surtidor joven en la fuente antigua de su arte. Y su agua clara jamás se dolió por el alpechín contaminado del detritus comercial. Fue la alquimista que supo fundir en el perfume de su arte la menta y la canela . Heredó la especia antigua de mercaderes persas que abundaba en la despensa del buen paladar de su madre, la Negra, y su padre Juan Montoya. Señora de los espacios infinitos de los teatros y de los conciertos. Soñadora de besos por el callejón del Agua. Barquera gitana del río de su Sevilla al que le rogaba que no se entretuviera porque en Sanlúcar le espera la mar inmensa. Sacerdotisa del Apolo de las fraguas de los calorrós, ese sol joven y fuerte que derrotaba a la luna. Pacifista con la pancarta de su voz denunciando que el cardo siempre gritaba y la flor se perdía callá. Venus del Tardón enjugando las lágrimas de la rosa que por pañuelo tenía una blanca mariposa. En El Cairo cantó para poner a bailar a los faraones . Y hasta Tutankamón con mojama milenaria en las vendas de su sarcófago se levantó para dar sus pataítas por bulerías. En Marruecos el propio rey dejó su asiento para dirigir él mismo la orquesta que acompañaba a una voz tan prodigiosa que ni las huríes del profeta se hubieran atrevido a desafiar. Miel en los labios, huracán en el diafragma , ochenta megabytes de memoria ancestral y un paquete de azúcar morena en sus hechuras, donde se encontraron para abrazarse los caminos de la cava trianera y las jarchas de las caravanas bereberes de una Arabia feliz.

Sándalo en la voz, incienso en su mirá, ese mirá que se clavaba en los ojos como una espá. Fue lo que aquel tiempo de los setenta necesitaba. Nació elegida por el destino para hacer lo que nadie antes supo hacer . Y lo hizo con tantísimo tino y acierto que sus cantes y sus letras pasaron de generación en generación. Un poeta del Tardón, condenado al desconocimiento por la dictadura grosera de la ignorancia, parecía que le escribía las letras pensando en ella, en un amor platónico donde se encontraban los tres lados singularísimos de un triángulo artístico monumental: La Lole, Manolo Molina y ese poeta condenado a las galeras del olvido llamado Juan Manuel Flores . La torrentera imparable del río desbordado de su magia están acumuladas en un tanque de fuerza discográfico con tres nombres para darle oro a la proclamación de su apoteosis: Nuevo día, Pasaje del Agua y Romero verde. Los tres producidos por un visionario de la causa como fue Ricardo Pachón. Lole la gitana, la de las carnes morenas que encendían la candela del goce de Manolo Molina, quiso ser bailaora . Sus fandangos bailó en el patio de la casa del Tardón con Isabelita Pantoja, en juego de niñas. Para luego pasar por los tablaos de Las Brujas en Madrid y Los Gallos en Sevilla. Pero ella era un ave del paraíso, una voz que enloquecía en los estudios a los técnicos de grabación, porque era de tal intensidad que hacían saltar las agujas de los vúmetros. Era la voz de un tiempo que necesitaba esa fuerza, esa poesía, esa dulzura y ese perfume puro, esencia final de menta y canela. Tarantino eligió «Tu mirá» para la banda sonora de su película Kill Bill II . Nacho Vegas se acordó de ella en un tema precioso. Y Howe Gelb, el cantautor americano, le dedicó «La Balada de Lole y Manuel». Dicen que cuando se separaron sentimental y profesionalmente , a la voz más fina y dulce del universo gitano, se le llenó de invierno el corazón y las alondras dejaron de beber en el surtidor de su fuente mágica. No es cierto. Quien tiene magia nunca la pierde . Y la hace brotar en el coro de una iglesia Evangelista o en un cuarto de cabales, con la familia recordando el latifundio de estrellas de las campiñas gitanas. La Lole, tras el vacío del desamor, se echó en los brazos del esoterismo y de la astrología. Un amigo la llamaba la Planetita . Pero yo vendía la NASA entera para poder llegar a sentir lo que ella tanto sintió cantando tan bonito y tan puro en los espacios infinitos de su arte. Que abarcaban desde la montaña que se tragó el sol a preguntarle a su compare si para ir de Cádiz a Sevilla hay que pasar por Jerez. Quizás toda esta declaración de amor por el perfume de su talento debí empezarlo como se empiezan las historias antiguas que son muy modernas: érase una vez una mariposa blanca que era la reina de todas las mariposas del alba. Esas mariposas que le contaban historias bellas al clavel y a la violeta. Su boca, su voz, aún nos siguen sabiendo a menta y canela…

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