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La Estrella, valerosa, salió sola en 1932 «por el pueblo y la República»

El Jueves Santo de 1932, como hoy, 24 de febrero, hace ahora 70 años, la Hermandad de la Estrella fue la única cofradía que desafió la manipulación político-eclesial y decidió hacer su estación de penitencia. Navegó la Estrella, desde entonces conocida como «La Valiente», sobre un mar de sevillanos que, trascendiendo las ideologías, atendieron a sus sentimientos

La Virgen de la Estrella, a las puertas del templo de San Jacinto, en su mítica salida de 1932. ABC

SEVILLA. A finales de marzo de 1932, hace ahora setenta años, Sevilla, todavía conmocionada por la muerte de Sor Ángela de la Cruz, cuyo cuerpo días después seguía intacto, recibía la primavera, al igual que el resto del país, en un clima generalizado de pobreza, incidentes, huelgas y conflictos sociopolíticos.

Había pasado un año desde la proclamación de la Segunda República, y sobre la celebración de la Semana Santa planeaba la sombra del artículo tercero de la ley fundamental, que decía que el Estado español no tenía religión oficial, lo que implicaba la abstención de cualquier signo, emblema o imágenes relacionadas con cultos o confesiones. En este caldo de cultivo Sevilla vivió su Semana grande, que coincidió hasta el Martes Santo con el IV Congreso Nacional Comunista. Todas las hermandades, con excepción de la Estrella, declinaron realizar sus respectivas estaciones de penitencia en la calle para no exponerse a posibles, peligros, riesgos y falta de seguridad, según la mitología política, ciudadana y cofrade que se creo a partir de este hito, que no deja de tener visos de realidad, y por el cual recibe la Estrella el apelativo de «Valiente». Pero, Isidoro Moreno, en su obra «La Semana Santa de Sevilla» afirma que «La Semana Santa fue utilizada por la mayoría de los dirigentes de las cofradías como arma de presión política contra la legalidad democrática republicana y descaradamente a favor de la derecha no sólo ideológica, sino también política que trataba de desprestigiar al nuevo régimen».

Un poco de historia

La cofradía trianera, que por entonces radicaba en el templo de San Jacinto, fue la única que transgredió esta unánime imposición o decisión del resto de las hermandades, apoyada por el cardenal Ilundain, «siendo por ello, según escribe Moreno, menospreciada, calumniada y hostilizada», tildada de «esquirola» por la derecha. Si bien el ambiente era tenso, y en muchos puntos de la geografía española se prohibieron las procesiones, además de procurarse la eliminación de todo símbolo o imagen religiosa en los lugares oficiales y de secularizar los cementerios, tanto el alcalde de Sevilla, José González y Fernández de la Bandera, como el gobernador civil, Vicente Sol, hicieron todas las gestiones posibles para que se celebrase la Semana Santa, a la que incluso estaba prevista la asistencia del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora.

El comunicado

Pero, día a día y en cascada, durante el mes de febrero, los cabildos de las hermandades, unos por unanimidad y otros por gran mayoría, decidieron no efectuar sus salidas. Mientras, a finales de febrero, la Estrella enviaba al Consistorio un comunicado, que el alcalde facilitó a la Prensa, y que reproducimos tal y como apareció publicado el 20 de febrero en ABC: «Pontificia, Real e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de las Penas, María Santísima de la Estrella, San Francisco de Paula y las Santas Justa y Rufina. Iglesia de San Jacinto (Triana).- Esta Hermandad ha acordado, ratificando lo que ya comunicara a los excelentísimos señores gobernador y alcalde de Sevilla, que cumplirá sus Reglas, haciendo estación a la Santa Iglesia Catedral en la tarde del Domingo de Ramos, siempre que cuente con medios económicos para ello. Esta condicionalidad no es un subterfugio, ni envuelve espíritu codicioso. Responde a la realidad de un estado económico precario, ya que estando integrada esta Cofradía por personas de la más humilde condición social, sus ingresos normales han sido anulados por la crisis económica que sus cofrades vienen padeciendo. Por lo mismo que pertenece al pueblo, tiene esta Cofradía fervientes deseos de no producirse de forma contraria al interés general. Procuraremos por todos los medios, con verdadero espíritu cristiano y con alta conciencia ciudadana, afrontar la situación, y tenga V.E. la seguridad absoluta que esta Cofradía, que es del pueblo, al pueblo se debe, que es tanto como decir que se debe al régimen constituido legalmente».

Las gestiones

A primeros de marzo, el alcalde anunció que se pagaría lo que pendiente del año anterior se adeudaba a las Hermandades y reiteró que cuantas manifestaciones se hacían contra el Ayuntamiento eran inexactas y que la Corporación estaba dispuesta a favorecer la celebración de las fiestas con todos los medios a su alcance. En estos días, el regidor también gestionaba la salida del Santo Entierro solicitándola al Gobierno, cuyo Consejo de Ministros lo autorizó, pero esta Hermandad renunció a sacar la cofradía.

Entretanto, la Estrella navegó entre el sí y el no, esperando la subvención municipal, para decidir el Lunes Santo hacer estación el Jueves, tal y como comunicó una comisión al alcalde.

...Y la Estrella

El Domingo de Ramos, cuando la ciudad se desayunaba con la detención en Carmona días antes de Ramón Casanellas, magnicida de Eduardo Dato, que acudía en unión de varios delegados al Congreso Comunista, los fieles, según recogen las crónicas de la época, visitaron masivamente los templos «más aún, decían, que en otros años de Semana Santa oficial y externa», en donde se celebraron cultos, e incluso mini procesiones, como en el interior de San Jacinto.

La semana de Pasión transcurría entre mítines, «piadosos cultos» internos y una huelga de taberneros, hasta que llegó el Jueves Santo, como hoy, 24 de marzo. Dicen que estallaron cerrados y emocionantes aplausos cuando la Cruz de Guía hizo su aparición a las puertas de San Jacinto. Muchedumbre, saetas, ovaciones... Se produjo algún incidente menor provocado por alborotadores, alguno de los cuales lanzó el grito de «Viva el comunista libertario» que fue contestado por vivas a la Virgen de la Estrella y a Triana.

Después, en la calle Santa María de Gracia, desde el zaguán del Kursaál, se lanzó una piedra que dio en la espalda del Cristo de las Penas y, tras rebotar, dio en la cabeza a un soldado, Ginés Sirvente, que detuvo al agresor, dependiente de taberna. Tras esto, cuando la Virgen se disponía a entrar por la Puerta de San Miguel, se lanzaron dos cohetes petardo que rompieron los cristales del guardabrisas de la candelería e impactaron contra el manto. «Seguidamente se oyeron disparos de pistola, que atravesaron el palio, y el público salió corriendo en todas direcciones», publicaba ABC. El autor de los mismos, natural de Alcázar de San Juan (Ciudad Real) casi fue víctima de un linchamiento público que impidieron la guardia de Seguridad y la Guardia Civil.

Días después. en la madrugada del 8 de abril, un incendio intencionado destruyó San Julián. El Cristo de la Buena Muerto y la Virgen de la Hiniesta se consumieron en las llamas, al igual que otras muchas obras de arte.

Los recuerdos

Pocos pueden recordar de primera mano esta especialísima y valiente salida de la Estrella.

En 1932, Mercedes Rodríguez Cruz, que desde hace 40 años regenta un quiosco en la calle San Jacinto, delante casi del templo, tenía 15 o 16 años cuando salió la Estrella. Hoy, a sus 85 años, se acuerda de las batas de percal que vestían las muchachas de aquellas épocas, de la pobreza, del gentío y del revuelo que supuso en Triana la cofradía en la calle. «No la dejaron sola, todos los hermanos eran valientes», dice y luego rememora la espantada de la multitud por la calle Harinas y García de Vinuesa cuando se produjeron los atentados contra el Cristo y la Virgen.En esas fechas, tenía 6 años Rosario Cano, Chari, que luego recorrería España con más o menos fortuna como bailaora. Desde abajo de la Capillita del Carmen, donde entonces existía una vivienda, vio salir a la Estrella junto a otras chiquillas que vivían allí, mientras su madre la buscaba como loca por el barrio, asustada por el ambiente de agitación y el gentío que invadía el arrabal.  De esa primavera recuerda cómo la chiquillería de Triana asistía regocijada, alucinada y perpleja a mítines desde el balcón de la Farmacia Murillo, en el Altozano, protagonizados por señores de levita y sombrero de copa. En su memoria, trascendiendo estos hechos, perviven los gritos de «avancen» del 36 y el tiro que impactó en la pared tras atravesar una maceta de yerbabuena en el pretil de su ventana familiar en «la mirilla» de la Casa de las Flores de la calle Castilla. El episodio, a pesar de todas sus posteriores manipulaciones, ha pasado a la historia de Sevilla, conviertiéndose además en el reflejo de la idiosincrasia de la ciudad, de su íntimo pensamiento y sus sentimientos sobre la Semana Santa. «La Semana Santa carece de antecedentes filosóficos y políticos. Es decir, no tiene antecedentes penales. El último nazareno está contento. No siente haberle hecho traición a nadie. Ni siquiera a la Segunda Internacional. Él es, primero sevillano... Son dos asuntos, Señor. El nazareno envuelve sus sandalias en el último número de “El Socialista”», escribía el escritor Antonio Nuñez de Herrera, republicano y cofrade, en su obra «Semana Santa. Teoría y Realidad», publicada por «Mediodía» en 1934. En este párrafo se resume la doctrina que permitió, frente a los avatares, la salida de la Estrella en 1932.

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