Restricciones por la sequía
El gran apagón de los grifos en 1981: siete horas de agua
El 21 de noviembre de 1981 entraron en vigor las restricciones de agua más duras que ha vivido la ciudad
El suministro potable se suspendía desde las dos de la tarde hasta las siete de la mañana
Restricciones. Su solo enunciado desencadena un estremecimiento en cualquier sevillano de edad media por el recuerdo de la interrupción del suministro de agua potable en los grifos durante las tres sequías que jalonaron las décadas de los años 70, 80 y 90 ... del pasado siglo . Este domingo, 21 de noviembre, se cumplen cuarenta años de la imposición de las restricciones más severas a las que se ha enfrentado nunca la ciudad y su área metropolitana: 17 horas sin agua en los grifos .
El gran apagón con el que últimamente nos vienen amenazando por interrupción en el suministro eléctrico, lo experimentaron los sevillanos en sus carnes durante los periodos secos de 1974-1976, 1981-1983 y 1992-1995 . Las restricciones, decretadas mediante bandos por todos los alcaldes democráticos de la ciudad en algún momento hasta llegar a Sánchez Monteseirín , alcanzaron su punto máximo entre noviembre de 1981 y enero de 1982 cuando el abastecimiento doméstico se interrumpía a las 14 horas hasta las siete de la mañana del día siguiente: en total, los sevillanos y su área de influencia soportaban hasta 17 horas de cortes de agua.
Hasta llegar a ese punto de paroxismo, los sevillanos venían soportando reducciones horarias desde el 1 de febrero de ese año 1981 . Primero, de 9 de la noche a 6 de la mañana; el 15 de marzo se incrementaron dos horas más cortando a las 7 de la tarde; en junio, con el inicio del verano, todavía se redujo más el suministro, que se suspendía a las cinco de la tarde; finalmente, desde el 7 de agosto , los sevillanos soportaban la escasez de agua en los grifos desde las 15.30 por la tarde hasta las 6.30 de la mañana siguiente.
Pero seguía sin llover y el 21 de noviembre de 1981, la Alcaldía de Luis Uruñuela decretó el corte total del suministro para las 880.000 personas abastecidas entre las dos de la tarde y las siete de la mañana con un objetivo de reducción en el consumo del 50% . Esta cifra nunca llegó a alcanzarse y a final de año, Emasesa había reducido en una cuarta parte el agua (entre bruta y de boca) abastecida.
Al inicio de ese periodo seco, nada excepcional en la cuenca del Guadalquivir, Sevilla disponía de poco más de 50 hectómetros cúbicos en los pantanos que abastecían a Sevilla: Minilla, Aracena y Gergal, por su antigüedad. A día de hoy, cuarenta años después, con la declaración del estado de sequía en el 80% de la cuenca hidrográfica, Sevilla dispone de 323,23 hectómetros cúbicos almacenados en los cinco embalses del sistema de abastecimiento a la ciudad y su área de influencia. En la actualidad, Emasesa suministra agua a 1.064.284 habitantes de forma directa y otros 307.904 de manera indirecta.
La clave para que Sevilla haya vivido el último cuarto de siglo sin restricciones no viene sólo del incremento de la capacidad de embalse con la entrada en servicio de Zufre en 1991 y de Melonares en 2008 después de que se llenara de manera imprevista en un temporal de lluvias antes de que estuvieran concluidas las conducciones para la traída del agua. También ha influido sobremanera la progresiva reducción de la dotación bruta, desde los 404 litros por habitante y día de 1980 a los 112 litros diarios por persona de consumo doméstico que la compañía declara en 2019.
En 1981, un año entero plagado de restricciones al consumo, la dotación bruta por habitante y día alcanzó los 255 litros , más del doble de lo que ahora se utiliza. A la conciencia del ciudadano sobre la necesidad de ahorro y de no despilfarrar los recursos tras las duras pruebas de las sequías de las tres últimas décadas del siglo XX se ha unido una sostenida mejora de las redes de suministro para evitar fugas y pérdidas que hace cuarenta años no estaba muy lejos del 50% del líquido bombeado.
El sobrecoste en el que incurrió Emasesa para aumentar el volumen aducido a su red se enjugó con un recargo en la factura con vigencia de trece años. Sólo en comprarle a Sevillana de Electricidad 34 hectómetros cúbicos almacenados en su pantano de Cala tuvo que abonar 119 millones de pesetas, a razón de 3,5 pesetas por metro cúbico . Con los regantes del Viar no hubo acuerdo para comprarles recursos del embalse del Pintado. Y la captación de las tomas de emergencia del río Guadalquivir -con el consiguiente consumo eléctrico para el bombeo- alcanzó los 22 hectómetros cúbicos.
La ciudadanía sobrellevaba como podía las restricciones. Para el día Nochevieja de 1981 se abrió la mano y se permitió que corriera el agua todo el día . Para entonces, las lluvias otoñales habían hecho aflojar las restricciones con el corte a partir de las cuatro de la tarde, que desde el 1 de enero del año nuevo se fijaron a las seis de la tarde. Los pantanos habían recogido en un temporal los mismos 22 millones de metros cúbicos que se había bombeado desde el río durante todo el fatídico año de 1981.
Tan sólo unos días antes de endurecerse las restricciones, el ingeniero jefe de Emasesa, José Luis Prats Vila, alma de la empresa pública de aguas , explicaba en ABC que «la situación del abastecimiento, hasta ahora, me parece que está controlada, aunque sea muy grave en la acepción literal de un pronóstico clínico». En otro momento de ese artículo publicado el 8 de noviembre aducía la excepcionalidad del momento: «La insólita sequía que padecemos presenta unas características que corresponden a una recurrencia superior a 200 años , o dicho más llanamente, se trata de un accidente que en nuestro clima puede ocurrir cada doscientos años».
El final del artículo era mucho más contundente. Prats comparaba la situación de Sevilla con el relato de 'Caracas sin agua' en 1958 que había escrito Gabriel García Márquez en sus tiempos de corresponsal en la capital venezolana. Aludiendo a los desaprensivos de los que hablaba Gabo, el gerente de Emasesa advertía en tono enérgico a quienes no aminoraban el consumo: «Estoy seguro que todos estos egoístas y necios no vacilan en condenar los atracos y secuestros, y estarían dispuestos a reclamar en cualquier momento el derecho a la pacífica convivencia ciudadana, sin darse cuenta que son atracadores y secuestradores, con su egoísmo y necedad, de unos bienes que necesitamos todos de una manera absolutamente imprescindible. Yo les pregunto si creen que la salud pública, la producción industrial , el trabajo de cientos de miles de obreros y, en definitiva, la pacífica convivencia ciudadana serían posible sin una Sevilla sin agua».
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