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SEVILLA

Da a luz a su hija en un atasco del puente de las Delicias asistida por su pareja

La pareja no llegó al hospital porque el acceso se había abierto para que pasara el crucero «Corinthian»

Juan Fernández y Daniela Velásquez, junto a su pequeña Daniela ROCÍO RUZ

ELENA MARTOS

Los apenas dos kilómetros y medio que separan el puente de las Delicias del Virgen del Rocío , ocho minutos escasos si el tráfico no entorpece, se convirtieron en un auténtico maratón para Daniela Velásquez, de 25 años , que dio a luz el pasado lunes en su coche. Valeria venía al mundo justo al mismo tiempo que el crucero «Corinthian» llegaba al Puerto de Sevilla, obligando a abrir el acceso. Con la circulación retenida, esta joven madre de Gines recibía a su segunda hija en el arcén y asistida únicamente por su pareja.

«Estábamos tan cerquita, pero no llegábamos nunca», cuenta Daniela, que descansa todavía en el hospital. Admite que tiene el recuerdo algo nublado por los nervios y el intenso dolor. «No pensaba que iba a tardar tan poco en nacer. El primer parto también fue rápido, pero no tanto , desde luego que venía con prisas esta niña», dice.

Junto a ella y sin dejarla un momento sola, permanece Juan Fernández , el otro protagonista de esta historia, que aún no se explica de dónde le salió tanta templanza para traer a su hija al mundo. Cuenta que las contracciones comenzaron sobre las seis de la mañana del lunes, pero en casa tienen otro pequeño de casi dos años y tenían que dejarlo en la guardería.

R. RUZ

« Lo normal es que un parto rápido dure cinco o seis horas , así que nos ocupamos del niño y salimos del tirón para el hospital. Mira que le temía más al atasco de la autovía del Aljarafe que a lo que pudiéramos encontrar en Sevilla porque era hora punta, pero el tapón nos pilló cuando estábamos casi al lado», dice. Juan intentó coger el camino más rápido, buscó atajos hasta que se quedaron atascados a la altura de Tablada y fue imposible avanzar más, la pequeña ya estaba aquí. «Le levanté la falda y vi que le asomaba la cabeza, entonces busqué hueco en el arcén y tuve que parar porque temía que se pudiera caer. Intenté que Daniela estuviera lo más tranquila posible, lo gracioso es que ella intentaba hacer lo mismo conmigo. Le pedí que empujara cuando le viniera la siguiente contracción y en nada ya estaba aquí», explica.

Sólo dos intentos más hicieron falta para que una preciosa niña, de casi dos kilos y medio , colmara a sus padres de felicidad. «Fue tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. Es que todo nos vino en contra. Quise contactar con el 112, pero no tenía el teléfono conectado al Bluetooth del coche y no podía usar las manos. Pienso ahora que debería haber llamado primero, pero fue todo instintivo y no lo pensé», admite. Muy sonrosada y llorando a pleno pulmón anunciaba Valeria su llegada.

El sonido de las sirenas

«Se la puse en el pecho y me quité la camiseta para que la bebé no pasara frío, así nos vio una pareja de policías que controlaba el paso y nos dijo que fuésemos directos al hospital por los Remedios porque el atasco iba para largo», continúa Juan, que hasta ese momento ni siquiera se había percatado de que el puente de las Delicias estaba abierto. Volvió a coger el volante y se encaminó hacia el siguiente acceso, para seguir por la avenida de la Palmera. Pero a la altura de la glorieta de Los Marineros se toparon con otra patrulla, esta vez de Policía Nacional, que les dio el alto . «Temí lo que pudieran pensar cuando nos vieran así» y no se equivocó a juzgar por la expresión con la que describe a los agentes. «No sé si fue por las pintas, yo sin camisa y ella con la niña en los brazos todavía manchada, que se quedaron paralizados. Les expliqué lo que nos había pasado y del tirón se ofrecieron a escoltarnos. Eso nos dio una enorme tranquilidad. Cuando me vi camino del hospital con las sirenas supe que todo iba a salir bien», dice.

«Me encantaría agradecerles la atención que tuvieron con nosotros –lo interrumpe Daniela–, sólo sé que se llaman Roberto e Iván, no sé sus apellidos , pero les estoy tan agradecida. Vinieron a vernos por la tarde y conocieron a la niña». «Fueron el mayor apoyo durante este trance. Yo no me imaginé nunca que pudiera vivir una experiencia de ese tipo , lo había visto en reportajes, pero siempre había un sanitario que da instrucciones, un policía o un taxista que te echa una mano. Nosotros nos vimos solos», admite este ginense, de 38 años, padre de otra niña de 14. «Todavía no sé cómo le contaré esta historia cuando crezca, lo único que pienso ahora es en volver a casa con ella cuanto antes».

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