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Historias de Sevilla bajo los pies

Hace ya diez años que nacieron los cicerones voluntarios fruto de un programa específico que se hizo con motivo de la Expo 92 para dar una buena impresión de la ciudad. Desde entonces han diversificado sus actividades y muchos de ellos continúan con su labor con miles de anécdotas por contar.

En la imagen, varios cicerone atendiendo a turistas. Archivo

SEVILLA. Era el año 1992 cuando Eva Canteli se enteró por la radio que necesitaban voluntarios para que los turistas que acudiesen a la ciudad con motivo de la Exposición Universal no se sintiesen desorientados. Inmediatamente se apuntó y tuvo que hacer un curso de formación de una semana para poder trabajar quince días. «Terminé enganchándome», dice y, hasta hoy forma parte de Cicerone haciendo visitas culturales con grupos de jóvenes o ancianos además de otras actividades.

Su primer año de voluntariado lo pasó en un puesto cerca de la Catedral y puede contar infinidad de anécdotas.«Una vez - cuenta- unos turistas nos preguntaron dónde se encontraba el ascensor para subir a la Giralda, éso por no decir de otros que nos preguntaron por el Cristo de los Faroles y no podían entender que con la cantidad de imágenes que hay en Sevilla ésta no era de aquí».

Por su el puesto donde se encontraba también pasaron famosos como Alejandro Sanz. «Claro que entonces no era tan famoso como ahora, pero se interesó mucho por nuestra labor y nos preguntó qué era lo que podía visitar». «La verdad es que estaba bastante desorientado», añade.

La mayoría de los voluntarios de entonces hacían pandilla por zonas, solían quedar por la noche y también se formaron bastantes parejas. «Los que estabamos en la catedral nos íbamos con los de la Plaza de San Francisco», comenta.

Deme un Free

César Blanco también es de la promoción del 92 y todavía es Cicerone.Él entró en el voluntariado porque conocía a Ana Arillo, la delegada de Juventud del Ayuntamiento de Sevilla por aquél entonces.

Una de las anécdotas más graciosas que recuerda no fue precisamente con extranjeros, sino con una señora sevillana.

«Los puestos de hace diez años no son como los de ahora, entonces eran móviles y encima tenían un cartel que ponía «Free», que significa «gratis» en español. Una señora vió que estaba dando mapas de la ciudad a un grupo que se acercó, entonces me pidió que le diera «Frees» para sus nietos», cuenta riéndose.

El idioma nunca ha sido un problema para estos voluntarios y de hecho no se exige, para que cualquier persona pueda serlo. César dice que en un principio se entendía con mapa en mano y con gestos pero ahora ya ha diseñado otro sistema. «Mi hijo me ayudó a hacerme una tarjeta con varias frases de las que más se demandan en distintos idiomas como, «quiero un taxi» o cosas por el estilo», dice. Aunque una vez sí que le jugó una mala pasada. Cuenta que una señora le echó una bronca en un idioma que no entendía nadie y que al final se quedó con la duda: «Lo curioso es que mientras me echaba la bronca se acercaron un inglés, un francés y un alemán, como en los chistes, y tampoco lograron comunicarse con ella».

A veces los turistas prefieren a César en vez de a sus planos de la ciudad. Cuenta que una vez, estando con tres valencianas, les estaba contando con tanto entusiasmo las historias de los monumentos de Sevilla que no querían sus mapas sino que él se fuese con ellas de turismo.«Al final les expliqué que no podía abandonar mi puesto».

El primer helado

Normalmente para ser voluntario se tienen que tener 16 años, sin embargo Raúl Marín se coló con 14, cuando también era voluntario del Legado Andalusí con motivo de los mundiales de esquí alpino. Él no es tan veterano ya que entró en el año 1995.

Una de las anécdotas a las que tiene mayor cariño fue precisamente de ese año, cuando vinieron los niños de Chernobil a la ciudad. «Después de estar un montón de tiempo enseñándoles Sevilla, por fin les llevamos a tomar un helado, pero muchos de nosotros no sabíamos que era el primer helado que se tomaban en su vida». «Les invitó la heladería Rayas y se pusieron como el «kiko».

Otras de las anécdotas que cuenta es la que siempre se repite en todas las carreras: «Siempre hay urgencias o alguien es médico o tiene que ir al hospital para poder pasar con el coche», añade. También cuenta que le resulta bastante curioso cómo la gente colecciona las cosas que ellos reparten. «Sé de gente que trabaja por el centro y se pasa por el puesto para recoger todo lo que tengamos porque colecciona planos o páginas determinadas de El Giraldillo».

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