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Historias en el silencio del cementerio de Sevilla

Hoy, día de los Difuntos, el cementerio de San Fernando vuelve a ser noticia. Aquí, en los reflejos del mármol se esconden las historias de muchos personajes que hoy releen los visitantes. ¿Sabían que los primeros cuerpos que fueron enterrados aquí correspondían a un matrimonio que murió el mismo día?, ¿O que en una de las tumbas hay una réplica de El Cachorro a tamaño natural?

Detalle de un ángel petrificado, símbolo característico de los cementerios católicos. Raúl Doblado

El polvo, la piedra y el metal de las cadenas. No hay vida, sólo silencio, pero todo lo que rodea a esta soledad del camposanto es como un viejo libro abierto de palabras borrosas que recuerdan a los que llegaron a esta estación término. La eternidad, el olvido y la oscuridad,.. capítulo a capítulo. el cementerio escribe sus leyendas.

En un lugar tranquilo casi siempre, donde reina el silencio, casi siempre, donde la muerte está más presente que la vida, nacen, aunque sea paradójico, historias que nunca antes habíamos leído ni escuchado.

Desde que abriera sus puertas a mitad del siglo XIX se han ido recopilando entre las múltiples paredes que encierra el camposanto sevillano, una serie de vivencias, de aquellos que lo visitan, de quienes se quedan, hasta conformar un singular diario: el cementerio de San Fernando.

ESTRENO EN EL XIX

Sevilla, 1 de enero de 1853. Abren las puertas del que será el lugar de descanso eterno de miles de sevillanos. Los primeros cadáveres en entrar pertenecen a un matrimonio. Ambos murieron de «calentura». Éste sólo es el principio de las innumerables páginas que han quedado escritas con el paso de los años.

Manuel Abril y Antonia Ruiz, marido y mujer, fueron las primeras personas que recibieron sepultura en el cementerio de San Fernando. Lo hicieron el uno de enero de 1853, fecha en la que quedaba abierto el camposanto.

Según consta en el primer certificado de sepultura del registro del cementerio de Sevilla, ambos fallecieron en el mismo día a causa de «calenturas», a la edad, «aquel de cuarenta y tres años y ésta de cuarenta». Los dos cadáveres procedían de la parroquia de Santa María La Blanca, y se hallan sepultados en una fosa común. «Sevilla y Enero 1º de mil ochocientos cincuenta y tres».

A ellos le seguirían muchos más. En aquellas fechas, eran muchas las personas que morían por causas naturales y a corta edad, ya que no disponían de los adelantos médicos.

En el cementerio de San Fernando encontramos lápidas que datan incluso de principios del siglo XIX, esto se debe a que muchos cadáveres fueron trasladados de otros cementerios, como el de la parroquia de San Sebastián, en la zona de El Porvenir, donde yacen los cuerpos de distinguidas personalidades.

La mayoría de los traslados se hicieron para que los restos estuvieran sepultados junto a familiares que empezaron a ocupar las nuevas instalaciones.

En el registro del cementerio sólo constan aquellos cadáveres que ingresaron a partir de 1853. Antes de esta fecha, las defunciones quedaban registradas en el archivo general del Ayuntamiento de Sevilla, según comentó Joaquín Muñoz, director en funciones del cementerio.

Este matrimonio fue sepultado sin saber que entrarían a formar parte de la historia del cementerio de San Fernando de Sevilla.

Si avanzamos en la lectura, encontramos un párrafo en el que se relata la entrada en el cementerio de una réplica a tamaño natural de la imagen de El Cachorro, la cual lleva acompañando durante años, en su eterno descanso, a un fiel devoto en vida del Cristo de la Expiración.

UN DÍA DE TORMENTA

Con las letras casi ilegibles se recoge también un día de tormenta entre el liso escritorio de las lápidas. Hubo algunos desplazamientos, las cadenas se movieron sin cesar, algunas de ellas provocaron que sepulturas se rompieran. Restos de esta tormenta aún pueden observarse si damos un paseo por la zona más antigua del cementerio, donde el musgo y el óxido se combinan para crear un ambiente que recuerda al más puro aire de la Sevilla romántica.

Son muchas las décadas recogidas en este libro y muchos los nombres y apellidos, que crean la innumerable nómina de la Sevilla que se fue. Cada uno con una historia detrás, un pasado y alguien que les lloró cualquier primero de noviembre.

El fuerte lazo familiar queda latente incluso tras la muerte, tanto con los vivos como con los ya fallecidos. Prueba de ello son las horas que muchos pasan aquí, y no precisamente en estos días de obligado cumplimiento,conversando con quienes por algún motivo, natural casual, les abandonaron. Largos ratos entre silencios. susurros y sollozos en virtual comunicación.

Hoy, el silencio que envuelve a estas historias forjadas en casi 149 años se romperá, como ayer y como tantos días de Todos los Santos y Difuntos, cuando las visitas se convierten en multitud, cuando hay mayor empeño en quitar el polvo acumulado sobre las lápidas, cuando las flores no están marchitas.

Será esta mañana cuando, a las nueve, se concentren en el camposanto unas dos mil personas -hace años no eran ni la cuarta parte- para asistir a la misa oficiada por el arzobispo Carlos Amigo Vallejo, ante el Cristo de Susillo al que las abejas que anidaron en su boca dieron el sobrenombre de Cristo de las Mieles.

La última página de este diario aún permanece en blanco. porque en este manuscrito interminable del cementerio de Sevilla nacen las páginas con la muerte.

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